jueves, 17 de noviembre de 2016

CHILE VIVE UNA DICTADURA DISFRAZADA



En las dictaduras no se vota. Es decir, no se delibera. Las determinaciones, por cierto, son tomadas a puertas cerradas. Se consideran, en consecuencia, mandatos.
Cuando se da oportunidad de votar a la población y esta emite sufragios, se subentiende se le está otorgando participación en los destinos de la nación, es decir, el pueblo elige a sus representantes para que estos, merced de los poderes entregados, recojan las demandas para un mejor engranaje de este vehículo llamado nación. Acogidas de buena forma y puestas en prácticas con equidad, este “vehículo” se desplazará sin posibilidad de quedar botado en plena carretera. Estamos hablando aquí, entonces, de una verdadera democracia.
Por el contrario, cuando el pueblo vota y elige a sus representantes y estos, a segundos de ser elegidos, dan la espalda a sus electores propiciando un trabajo de puertas cerradas, simplemente estamos hablando de una “democracia disfrazada”. Esto último es lo que ha estado ocurriendo en los 26 años posteriores a la dictadura militar de 1973-89, en Chile.
Los acontecimientos diversos desde el 90 hasta nuestros días y que culminan con el desencanto de la ciudadanía hacia los políticos y sus castas, son de público saber. Lo real acá, lo irreversible, es el conocimiento del global de la población en cuanto a los abusos constantes de sus gobernantes.
Exponiendo estos antecedentes, la pregunta que surge es: ¿qué se logra votando? ¿estamos en una dictadura disfrazada?. Ambas preguntas no son tan difíciles de responder, más aun si sabemos que los partidos con cierta historia social y de trabajadores, están alineados desde hace mucho con la derecha pinochetista y la derecha económica.
Lo peor de este escenario es que no existe ninguna voluntad política por cambiar el desastroso rostro de Chile. Se acrecientan los problemas de salud, educación, sueldos miserables, jubilaciones, unidos a los miles y miles de contratos honorarios propugnados por el Estado y que no son otra cosa que contratos fraudulentos.
Frente al descontento, que debiera ser tratado con acciones civilizadas, con diálogos certeros y con voluntad de cambios, observamos por el contrario una sorprendente y escalofriante cantidad de carros blindados represivos en las calles, lo que da a entender que se sigue gastando dinero en reprimir a la población en vez de favorecerla para un mejor desempeño laboral que vaya en franco beneficio de la nación.
Después de varias semanas de paro generalizado a lo largo del territorio nacional donde los trabajadores nuevamente no fueron escuchados, vemos con estupor la violenta iniciativa de instalar vidrios en las graderías del parlamento, que no hace más que confirmar lo que expresamos al inicio, es decir, no buscar ninguna solución al problema, sino más bien tratar de apagar con bencina el incendio, como el enrejado de casas para protegerse de delincuentes.


Sin embargo, salvo honrosas excepciones aún hay quienes luchan por verdaderas reivindicaciones. A estos se les ven escasamente en medios informativos oficialistas. Además, deben protegerse de constantes agresiones provenientes del poder gobernante. Deben protegerse del vilipendio, de injurias constantes, de enlodamiento de imagen, herramienta esta última usada frecuentemente por la derecha y sus aliados con buenos resultados mediáticos.


Escrito por Carlos Amador Marchant, en 17 de noviembre de 2016, en Valparaíso.-

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