domingo, 1 de enero de 2017

LAS CELEBRACIONES DE FIN DE AÑO



¿Qué es la finalización de un año y el comienzo de otro?. Simplemente un pizarrón que borramos para dar inicio a nuevos rayones o nuevas letras. Tal vez es otro cuaderno comprado en librería y que espera pensamientos planchaditos recién salidos de la mente. Esto en el contexto. Lo importante es que el asunto no se nos transforme en rutina. Sin pretender echar por tierra tradiciones del mundanal, debo recordar que desde mi niñez jamás sentí acercamiento hacia estas festividades. Las encontraba absurdas, tontas. Veía a los muchachos correr con petardos, estrellitas y un cuanto hay de artificios peligrosos, veía a las dueñas de casas esmerarse en sus cocinas con asados, matando animales diversos, veía a los hombres llegar con barriles de vinos, con cervezas cuantiosas. Y muy cerca de las 24 horas, los veía entrar a sus baños con urgencia. Había que ducharse con urgencia, había que ponerse el mejor traje del momento, había que estar presentable porque a las 12 de la noche, cuando la sirena del puerto emitiera el estruendoso sonido, todos debían abrazarse y lanzar la mejor sonrisa, el mejor perfume, la mejor palabra. Todo se traducía en comer mucho y beber mucho, y bailar mucho. Había llegado el nuevo año y junto a él, a las cuatro de la mañana, los comensales, los bailadores, los entusiastas, dormían sobre las mesas, sobre sillas, en camas. De niño la pregunta clave fue: ¿qué es esto?. Y la respuesta clave fue un “silencio ermitaño”.

Añoso como árbol que mira pasar generaciones diversas, entendí que los hombres celebran hasta por cerrar los ojos y que, sin pedirle consejos a nadie, desde niño me había alejado de ellos. Y comencé entonces a idear fórmulas que me hicieran sentir más partícipe de la estupidez. Y fui entrando con el ceño fruncido a estas calabazas extrañas donde la risa es risa y el llanto es llanto.


Escrito por Carlos Amador Marchant en 2 de enero de 2017-Valparaíso.

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