domingo, 19 de febrero de 2017

LAS CUESTAS DEL DESIERTO






Cada vez que escribo (es decir siempre) sobre acantilados, recuerdo la cordillera de la Décima Región de Chile, es decir, la selva húmeda. La carretera por donde hoy transitan alegres turistas, carretera construida con muertes constantes, está llena de acantilados. Podría decir que, quienes sufren, son aquéllos (me incluyo) que padecen de vértigo. Pero también hay otras (muchas) que debo nombrar. Me refiero a aquéllas que en el norte de Chile, en el desierto, reciben el nombre de “cuestas”. En el fondo, si bien el acantilado está más relacionado con el mar, entre cuesta y acantilado, existe la misma relación de escarpa vertical. Por los caminos de Arica e Iquique (década del 80), viajé en varias ocasiones de noche. Ir manejando por aquellos sitios no es cosa de principiantes. No sólo aprisiona el silencio del desierto, las estrellas, sino la camanchaca y los extensos terrenos donde un mínimo error te puede llevar a no seguir contando la historia. Las cuestas que vienen a mi cerebro son las de Chiza, Acha y Camarones. Hay más, por cierto. Al paso del tiempo aún siento el olor y espanto de la tierra seca escarpada, las alturas, el peladero. Aunque en la actualidad hay más vigilancia y precaución, son muchos los vehículos que sucumbieron bajo ellas. Y aquí hay algo misterioso. Hay muchas voces, hay muchos gritos que quedaron aprisionados. Hay mucha vida detenida a hachazo. Y, sin embargo, las cuestas de Chiza, Acha y Camarones, siguen observando vehículos que pasan por sus caminos, como bestias somnolientas.  

**Escrito por Carlos Amador Marchant, en 19 de febrero de 2017-Valparaíso.**

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