jueves, 11 de julio de 2019

GARABATO DE DISCORDIA




Carlos Amador Marchant


Veía a los muchachos cuando se trasladaban a la playa. Iban todos en fila india, extasiados, contando minutos, enrojecidos por la ira del momento. Iban todos mirándose a la cara, comentando el bochorno provocado por ese garabato electrocutado, lanzado, como improperio.
Muchos años me pregunté por qué se le daba tanta importancia a la mentada palabrota; por qué, además, es capaz de electrizar, hasta culminar en desafío a puñetazo limpio. Lo cierto es que “concha de tu madre”, por lo menos en Chile, viene siendo el más ofensivo garabato translúcido.
Por esta razón, los muchachos iban a la playa, a ese sitio diminuto a tres cuadras de la calle Lynch. Iban, simplemente, a pelear como boxeador de pueblo pobre. Eran niños de 10 años, aquellos que jugaban bolitas, trompo, fútbol sobre canchas de tierra seca, dura.
Entre el sol de veinticinco grados, sol aplastando al desierto, bajo mar; en medio, a la vez, de ruidos, de murciélagos chocando con latas, de ese puerto, de esa ciudad, seca, achicharrada, había salido, como flecha, aquel garabato hasta alcanzar al ofendido.
Asaz alejado de cualquier inocencia, entendiendo que aquella frase ínfima envenenada desde tiempos aciagos se refería, única y exclusivamente, a la parte íntima de la mujer, los liliputienses sabían a ciencia cierta que no habían llegado a este mundo transportados por una ensoñadora cigüeña. Es decir, esa era la razón por la que defendían tanto aquel territorio, consignado como algo más preciado, incluso, que la patria. Y claro que lo era. Se trataba del sexo femenino, portador y creador, al mismo tiempo, del proceso-transporte de un ser hacia esto que llamamos vida.
Entonces la cosa era filuda. No solo ofendía, sino que hacía reventar venas, salir ojos de cuencas, botar baba temprana, confundir los días con las noches.
Sin embargo, cuando el muchacho recibía como balde de agua el susodicho “conchadetumadre”, al unísono lanzaba otra frase de pellizco: “la tuya es más vinagre, mierda”. Al paso de años también me pregunté quién enseñó a aquellos arrancapinos la mentada frase. El término “vinagre”, significa “líquido agrio” y que al mismo tiempo proviene de una descomposición. Es decir, se trata de la “salida”, de la respuesta, también bastante ofensiva. Terminé concluyendo, por consiguiente, que aquellas heroicas madres de época, mujeres de pueblo vivo, relucientes, pícaras, eran las que aleonaban a sus descendientes. El diálogo debe haber sido así: “Si alguien te trata de ofender responderás con esta otra frase. Nadie debe maltratar a tu madre”.
Entonces los muchachos iban todos a la playa, en fila india, a dirimir, a ajustar cuentas. Serían rodeados por un grupo de otros infantes aguerridos. Harían una especie de coliseo humano. Lanzarían golpes y más golpes, a puño limpio, con las reglas de antaño, sin el uso de patadas ni herramientas, porque a la madre no se le insulta, gritaban. Y regresaban a sus casas amoratados, ensangrentados, conscientes de haber defendido lo más preciado de la existencia, pero a la vez entendiendo que las frases “ conchadetumadre” y “la tuya es más vinagre”, eran léxicos que tenían que erradicar entre juegos de mañanas y noches, entre sonidos de platos, de risas tempranas, entre ese sol que ilumina, casi eterno, a la tierra, y en paz.

Escrito en 11 de julio de 2019

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