lunes, 26 de febrero de 2018

ESTA PLANCHA




Quienes planchan sus ropajes a tempranas horas para salir, presentables, a encontrarse con el tráfago, tendrán que amarrar un hilo al dedo para tener certeza absoluta de haber dejado desenchufado o no el planchador. Ocurre, muchas veces, que hemos subido a un taxi colectivo y, cuando éste ha avanzado veinte calles, se te viene a la cabeza la duda perspicaz respecto al tema. Y hasta tratas de detener el vehículo para devolverte a casa. Sientes, ves, como remate de caos, tu domicilio en llamas. Es más, ves que muchas otras casas arden por tu culpa. Y como Valparaíso, es puerto conocido por incendios voraces, sientes olor a humo, a tablas quemadas, a destrucción de entornos. De un momento a otro das seguridad al accionar reciente y golpeas tu pecho diciendo que aquella plancha quedó desenchufada. Entonces, sigues en el taxi colectivo hasta terminar tu trayecto. Si bien al encontrar las calles buscas sumir tu cerebro en otras acciones, de nuevo te asalta la duda y das tiempo prudente para escuchar sirenas de bombas. Después de media hora al no percibir ningún carro bomberil a distancia, vuelves a otras actividades y olvidas el asunto. Pero ocurre que al regresar a casa, al atardecer, cuando estás a quince minutos del domicilio, vuelve a asaltarte la duda. Y bajas del taxi colectivo con los ojos semi cerrados, tal vez tratando de no encontrar tu hogar transformado en cenizas. Y caminas de prisa, te detienes, hurgueteas alrededores y, de pronto, tu cuerpo se estremece cuando observas la casa intacta, reluciente, sin rasguños. Sacas la llave del pantalón y una vez que entras, lo primero que haces es acercarte a la plancha, a la maldita, a la desvergonzada, aquélla que taladró tu mente en fiel retrato de tortura, y buscas tocarla, de pasar tu mano tibia por su frío lomo.





Escrito por Carlos Amador Marchant, en 26 de febrero de 2018.-

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