lunes, 23 de abril de 2018

EN EL FRAGOR DEL DÍA MUNDIAL DEL LIBRO




Hoy por hoy se inventan “Días”. Estas invenciones, no caben dudas, son para su respectiva utilización comercial. Hablando de este tema y sus “utilizaciones”, un día como hoy, lunes veintitrés de abril de dos mil dieciocho, instaurado como “Día Mundial del Libro”, provoca, llama a analizar ciertos temas, por no decir “reflexionar”, que es una palabrita demasiado gastada y que no niego la sigo usando. Debo partir diciendo que “el libro se niega a morir”. No sé si es esta la expresión correcta o, simplemente, hay quienes “le niegan su extinción”. Entre una u otra postura, lo ilógico es que, si la materia prima escaseará con los años, las expresiones “se niega” o “le niegan”, entran en una especie de mezcolanza sin límites. Surgen posteriormente una serie de preguntas: ¿por qué día a día se publican tantos libros en el orbe? ¿por qué banalizar la literatura como arte hasta transformarla en un producto entre comillas, y donde se guía, o se obliga al consumidor a elegir bajo mandato de la propaganda? .
El formato papel es algo hermoso, estoy de acuerdo; pero en lo que nunca podré estarlo es en lo “exageradamente masivo”, y en la nula selección minuciosa de autores. De un tiempo a esta parte todos quisieran editar un libro. Alguien les metió en la cabeza, a los terrícolas me refiero, que un libro era sinónimo de inmortalidad, de estirpe. Esto se transformó en una especie de competencia grosera: “es más señor, más importante, el que tiene más libros editados”. Al igual que los llamados profesionales del siglo 20 y 21: “los que tienen más cartones son más reyes, doctorados, etc”.
En lo particular no soy de los que publican libros a manera constante. Nunca he tenido editoras, por lo demás. Pero a la larga, me asfixiaría ver un libro mío entre esa selva devoradora. Pienso en privado: ¿acaso no es mejor que te busquen y no te encuentren?.



Escrito por Carlos Amador Marchant en 23 de abril de 2018.

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