martes, 17 de diciembre de 2013

Algunos personajes de la calle Serrano




Algunos personajes de la calle Serrano
Por Carlos Amador Marchant


Hablar de la calle Serrano del puerto chileno de Valparaíso, es hablar de miles de fantasmas que recorren sus espacios.
Calle pequeña, pequeñísima, que colinda entre la plaza Echaurren y la Sotomayor, sin duda ha gritado y metido bulla al paso de muchos lustros.
Hay fotos de mitad del siglo XIX, cuando se le conocía como La Planchada, y donde podemos apreciar a los transeúntes que ya no están y que en algún momento hicieron lo mismo que hacen los que circulan en la actualidad por los ya desvencijados edificios (repetition time).
.En el esplendor del puerto aquí se instalan los magnates, quienes levantaron edificaciones que hoy podemos apreciar en calidad de deplorables. Eligieron esta calle y las aledañas para poner negocios, muchos de ellos verdaderos palacetes como el Rivera que aún se puede apreciar en su interior. Estamos hablando, por cierto, de ruinas no resguardadas en su momento por las autoridades de gobiernos de turno, que poco o nada han tenido de visión preservadora.
Si bien es cierto “El agua, la sombra y el vaso. Se van o perecen.”, como lo dijo Neruda en su “Mariposa de otoño”, no podemos ponernos el parche ante la herida para justificar tanta irresponsabilidad de patrimonios.
Tras una actividad que he estado realizando por más de tres meses en esta misma calle, uno de los propósitos primordiales ha sido la observación de sus rincones y la vida que circula en la actualidad.
Antes de entrar al tema de los transeúntes de hoy, no puedo dejar de decir que esta calle parece devorada por la desgracia, por fantasmas o de quienes quieren que lo antiguo desaparezca ad aeternum del puerto histórico. Aquí ya se han producido más de siete incendios que devoraron edificaciones completas, siendo el último el que aconteció el 2007 con una explosión que afortunadamente (no hubo más víctimas) desembocó en cuatro muertos.
En Internet hay poco sobre esto. Sin embargo, tenemos una buena cantidad de escritores, periodistas y estudiosos jóvenes que empiezan a rescatar vida de recovecos. Son libros que circulan por ahí y están, seguramente, escondidos en bibliotecas.
Si bien la calle Serrano a mitad del siglo XIX estaba sellada por la alta sociedad, en estos días del 2011 aún circula por ahí la bohemia y los que se han quedado pegada a ella haciendo de ésta una cárcel invisible.
Me ha tocado ver “personajes” que transitan arrastrando vidas desconocidas. No es ajeno, me dicen por ahí, que entre los ebrios terminales existan eminentes profesionales y gente que tuvo mucho poder económico. Atrapados en la miseria no pudieron escapar del yugo del alcohol, las mujeres, las drogas, hasta culminar sus días casi en la locura.
Me sorprende un hombre sin edad ni tiempo que permanece sentado (más bien tirado) a mitad de esta calle. Está siempre ahí porque no puede levantarse, no puede con su cuerpo, se arrastra, cruza la calle de esta manera, arrastrándose como culebra. No me atrevo a calcular su edad, pero huele a excremento fresco, a meado. Ignoro quiénes lo transportan para cobijarlo en tiempos de lluvia. Pero siempre está ahí, tirado, mirando a la lejanía. En ese cuerpo que poco vale (no podemos negarlo) hay un alma atrapada, un alma que no puede salir hacia otra luz.
A pasos de la plaza Sotomayor se instaló la Facultad de Humanidades de la Universidad de Valparaíso. Ahora podemos ver ese sector atestado de estudiantes. Hace unos días vi a un grupo de muchachas sentadas en las escalerillas de un edificio. De repente apareció una mujer baja de estatura y arremetió con un vozarrón cinco veces más grande que su cuerpo: “¡Ustedes, mierda, no saben nada, no saben nada de la vida. A mí me ha costado vivir, yo sé de sacrificios, mierda, yo he sufrido, yo sufro todos los días, ustedes no saben nada, no saben nada!”. La voz cada vez fue tomando tonos agresivos delatando alguna enfermedad mental. Las universitarias miraron al suelo y no dijeron nada, como si el mundo del otro mundo aleteara sin querer agarrar vuelos definitivos.
Decenas de hombres ebrios se desplazan por Serrano. Algunos tratan de decirme palabras incoherentes, el paso por la vida y lo que fueron en tiempos mejores. Epítetos fulminantes saltan y se arrastran al paso de las horas, y el olor a tierra vieja, a edificios ancianos, carcome los espacios.
La desgracia es la atrofia de la calle Serrano, y en medio de ésta a veces irrumpen los que no quieren sufrir, sino más bien los que buscan reírse del sufrimiento.
Frente a la sede universitaria un hombre gordo y alto, bonachón, y con una barba blanca que apretujaba su rostro colorado, estaba conversando con un señor que vendía ropas. Desde el lado de la plaza Echaurren se ve venir a un individuo de caminar lento, lentísimo. La particularidad de este hombre que debe sufrir alguna enfermedad a los genitales producto de la próstata o cierto problema venéreo y terminal, es que camina con las piernas abiertas como un arco. Su extrema lentitud para desplazarse, más sus piernas abiertas de forma exagerada, lo transforman en un ser observado por los transeúntes. Se une a esto, además, la estatura del metro setenta y su delgadez de aguja.
Debe haberse demorado unos diez minutos hasta llegar donde yo estaba situado y una cantidad similar para alcanzar la grotesca imagen del gordo. Desde lejos vi que el heliogábalo le dio unos manotazos en la espalda como sinónimo de amistad de largo aliento (creo tener la certeza que en la calle Serrano todos los bohemios se conocen). Unos minutos después el hombre de las piernas arqueadas siguió su camino con lentitud de reloj de arena.
El gordiflón termina de conversar con el vendedor de ropas e inicia su camino en dirección a la Plaza Echaurren. Al pasar frente a mí, me mira sonriendo y dice con picardía: “¿Sabe cómo apodamos a ese hombre de piernas abiertas?….¡¡¡Diez para las dos¡¡¡¡”. Y lanzó una carcajada furibunda.
La tarde fría en la calle Serrano comenzaba a apretarse. No me quedó más que recordar los versos de Enrique Lihn: “¿Qué será de los niños que fuimos?. Alguien se precipitó a encender la luz, más rápido que el pensamiento de las personas mayores.”

en 


COMENTARIOS:

 Gilda Galaz dijo...
Estimado Amador

Muy interesante lo enviado

Saludos
Gilda
Cristina Chain dijo...
excelente muchas gracias!!!
Cristina Chain

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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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