domingo, 4 de octubre de 2020

REPARTIJAS DE PALABRAS

 



Escribe Carlos Amador Machant

 

 Cuando culminas una parte, tal vez los cimientos, poderosos, de una construcción, te quedas contento, o “muy” contento. Y a este asunto, digo, hay que ponerle fecha. De ninguna manera puede ser sin ella, porque, quiérase o no, habrá que recordar ese instante. Y el hombre, no podemos decir una cosa por otra, vive inmerso en recuerdos.

Hago referencia a la culminación de la mitad, o primera parte, de mi nueva novela denominada “El inefable chino Germán”. Preguntarán por qué expongo públicamente esta reflexión, escrito, crónica, reportaje; llámale como tú quieras. Porque, claro, muchos se irán por el lado de los temores, aquellos que afloran en estos tiempos pero que, curiosamente, en mí, hace mucho dejaron de existir. Me refiero, en concreto, al plagio.

Hablaba, además, de poner fecha que estipule el momento de este escrito. Sí, es preciso: 11,30 de la mañana de un domingo 04 de octubre de 2020. Me ocurrirá, estoy seguro, cuando pasen muchos meses o tal vez años, que reiré al ver esa fecha, esos momentos, esos segundos. Siempre ocurre. Tal vez, para ese instante, la novela ya esté culminada, tal vez editada, o en el mayor de los casos, leída por tres o cuatro personas que son las que siempre he aspirado sean mis lectores. “Que deje de ser humilde”, me han pedido muchos, al paso del tiempo. No hay humildad, más bien una realidad ponderada, y latente.

Por otro lado, he pensado hace bastante tiempo, lo podrán corroborar al leer escritos antiguos, que un aire constante se instaló e hizo flamear en mí el siguiente pensamiento: “si son tantos los que hoy editan, si son millones los libros hacinados en armarios, en ferias, tirados en las calles, ¿dónde podrá estar uno mío, en qué mente colectiva podrá identificarse?”.

Cuando fui joven (porque todos lo fuimos, incluso aquellos que están bajo tierra solo recordados por carcomidas cruces en el desierto chileno, el peladero más inclemente del mundo) odié a quienes usaban la muletilla “todo tiempo pasado fue mejor”. Ahora la sigo odiando, pero le he hecho algunas reformas. No cabe dudas que, hasta la década del 80, editar un libro no era cosa de muchos. Entonces, el camino estaba un poco más transitable. Hoy, como en las vías de una determinada ciudad, la congestión es insoportable.

Algunos escritores difuntos argumentaron sobre este fenómeno. Pero se fueron y no volverán. Sus libros, sus pensamientos, descansan en polvorientas bibliotecas de pueblos y ciudades: ¿llegarán a la plataforma virtual?. Es la pregunta del millón.

Curiosamente, y esto no es asunto de desquicio, me he preguntado si sucederá lo mismo con la cantidad sorprendente de jóvenes que sacan títulos en las irresponsables universidades chilenas, dedicadas, al igual que la salud, al lucrativo negocio de amasar billetes. Tantos periodistas, tantos abogados, tantos ingenieros, ¿chocarán un día unos con otros sin encontrar fuentes laborales?. El colmo es que nadie regula esto.

La escritura de esta nueva novela me ha provocado una especie de regadío en territorio seco. Me ha permitido, al mismo tiempo, meditar en varias cosas. Precisamente, una de estas tiene que ver con el paso del tiempo y las férreas decisiones de algunos en cuanto a detener el flujo de aguas por cauces.

En las décadas del sesenta y setenta del siglo veinte, hasta el golpe militar en Chile, se publicaron tres revistas importantes: Tebaida, Trilce y Arúspice. Los responsables fueron jóvenes que, tras la llegada de la dictadura se transformaron en lo que se llamó “Generación Dispersa”. Salvo Trilce, los poetas de aquel entonces se allegaron a nombres relacionados con la antigua Roma y el antiguo Egipto. Solo Trilce, dirigida por el poeta Omar Lara, optó por homenajear al poeta peruano César Vallejo, muerto en Paris en la primera mitad del convulsionado siglo veinte. Las insistentes preguntas que hicieron los periodistas de la época respecto al nombre del tercer libro del poeta del Rimac, obligaron a que Vallejo  expresara la verdad, es decir que “no significaba nada”, que había sido una más de sus invenciones respecto a la lengua castellana. Vallejo gustaba jugar con las palabras, gozaba con sus sonidos.

Hace unos días, a raíz de una distinción para la revista Trilce (Premio Alonso de Ercilla, de la Academia Chilena de la Lengua), Lara, su fundador y director, manifestó, como en muchas otras oportunidades, su intención de dejarla descansar, que ya era hora de dar silencio a esa edición. Pero luego, otra vez comenzó a idear un nuevo número. Siempre ha sido así.  ¿Trilce, de Omar Lara, será revista eterna?. Ojalá lo sea. Se trata de una publicación sobria, profunda y bien elaborada.

Aquí cabe preguntarse si es bueno mantener algo sin caer en la asfixia. Y la respuesta podría ser que, si se trata de algo que pasa de generación en generación, de familia en familia, manteniendo la tradición en el arte de la palabra, responsable y respetuosa, todo puede ser. Si bien Trilce se mantiene en pie gracias a la perseverancia y agilidad de Lara, quien, incluso, no desfalleció ni siquiera en el exilio, ahora desde Concepción sigue lanzando la sonoridad de siempre.

Estoy escribiendo, esbozando, lanzando sílabas dispersas, en un domingo con sol y viento helado. Estos son los típicos timbres de meses como septiembre y octubre. ¿Llegará la primavera verdadera, esa primavera romántica que parece fenecer en los nuevos tiempos?. Hay que tener paciencia.

 

04 de octubre de 2020

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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

Carlos Amador Marchant.-

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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