En ocasiones, en varias ocasiones, viene, repentino, Aristóteles España, a visitarme. Lo sitúo cuando vivía en Antofagasta, por allá, en el 2003. Estuve en ese pedazo nortino de recuerdos grandes, fortalecidos en la década del 70, aunque ahora, o en “ese ahora”, ya no era lo mismo. España, se había “refugiado” en el desierto. Nos encontramos una mañana y, con su típico entusiasmo, quiso llevarme a un canal de televisión y más tarde a un diario. Le dije ¿para qué?. “¡Para que la gente sepa que estai acá, pu guevón!”, me respondió.
Gustaba contradecirlo y lo increpé con “y para
qué, hombre, si la tele del norte no la ve nadie”. Luego, en torno al diario le
grité: “y los diarios ni hablar, ya sabes tú que al día siguiente sirven para
empaquetar pescados en ferias y los papeles andan tirados, vuelan, solitarios,
por avenidas. No sirven de nada, hombre, no sirven”.
No recuerdo qué preguntas hicieron en la tele, ni
menos lo que preguntaron los periodistas del diario.
Nos despedimos dos días después. Era otra mañana
caliente, seca, imagen del desierto puro.
Traía en sus manos el periódico nortino con la
entrevista. Me la mostraba. La leía. ¡En la tele saliste ayer. Estuvo buena la
nota!. España, vibraba con estas cosas. Yo no tanto.
Ocho años después me lo encontraría en Santiago,
en el sur de Chile y, finalmente en Valparaíso, despidiendo su féretro en una
mañana fulgurante de puerto.
(La foto, junto al poeta Aristóteles España
(1955-2011), corresponde al año 2008, en Valparaíso).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Entrega tu comentario con objetividad y respeto.