ANTOLOGÍA DE POETAS NORTINOS A 50 AÑOS DEL GOLPE MILITAR EN CHILE

Escribe. Carlos Amador Marchant

La primera estrofa de un himno es, a veces, la que recordamos. Pasan años, muchos, y no sabemos cómo encontrarnos. Hubo lluvias, intensas, en el desierto, es verdad, y no teníamos techos.

Sucedieron muchas cosas en las décadas del setenta y ochenta hasta nuestros días. Cuesta olvidarlas. Pasan los años y están intactas. Pero eso es entre nosotros, es decir, los que estuvimos ahí. Qué ocurre, entonces, con las generaciones que surgen y surgen, que brotan día a día como frutos en el limonero. Porque la mente es frágil, se lastima, se atrofia de un suspiro a otro.

De ahí, sin duda, la importancia de publicaciones que concentren y revivan etapas históricas. ¿Cómo mantener hechos en la memoria, si escasean los que tratan de concentrar iluminada la oscuridad?.

Y la sorpresa proviene nada menos que desde Iquique, ese puerto anclado y quebrado entre tanta historia; ese sitio por donde caminaron hombres que hoy son fantasmas, con puños ultrajados, dientes quebrados, las pléyades indagadas en el tiempo.

Tenían que ser poetas. Fueron tantos, en realidad, los que lucharon y lo siguen haciendo; fue la gente, los que salieron a las calles sólo con voces, sin armas, sólo con voces, sólo con gritos, con desgarros.

Le pusieron un nombre extenso a este libro en formato bolsillo que, con 94 páginas pone el timbre de selección. Aquí hay diez vates, bardos, poetas, o como quieras llamarles. Dos amigos entrañables después de esas casi acostumbradas reuniones con ceviche nortino, se ponen de acuerdo, en casa de Germán Valenzuela, para editar esta compilación. Se trata de Bernardo Guerrero y Jorge Paniagua. El primero hace de editor y el segundo de compilador. Detrás de esto está la Fundación Crear. Pero, hablaba del nombre. Pongan atención: “Treinta y dos poemas libertarios nortinos para una sola antología”. El motivo: los 50 años, el transcurso de medio siglo de ese acontecimiento cruento.

La edición muestra una dedicación minuciosa. Se percibe ordenamiento donde no escapan detalles de época. Hay citas importantes y se cumple con el objetivo trazado. ¿Cuál es este?. Sin duda, no dejar que la sábana del olvido tape todo lo que se hizo en el momento, en medio de esa frialdad de días, de persecuciones, hambrunas, torturas, desapariciones. Los antologados son: Ariel Santibáñez (desaparecido en dictadura en 1974); Walter Rojas (fallecido el 2023); Mayo Muñoz; Juvenal Ayala; Jaime Ceballos; Oscar Arancibia; Jorge Aracena; José Martínez Fernández; Carlos Amador Marchant y Guillermo Ross Murray. Los trabajos seleccionados fueron meticulosamente buscados en distintas revistas.

Cada uno de los poemas expuestos representan momentos inalienables. Hay que retroceder , por cierto, diez lustros y echar andar una extensa cinta cinematográfica, triste.

Me puse a escudriñar estos trabajos y me encuentro con sitios, con calles oscuras, frías, donde las voces de quienes éramos jóvenes se confunden en luminarias nocturnas muy débiles. La verdad es que la mayoría de los antologados, salvo los que partieron de esta tierra, ya superan los sesenta años. En aquellos días la juventud silbaba nuestra piel, aunque ese silbido haya sido de alerta.

Si bien el traje de poeta es difícil de portar en todo momento, en la dictadura este mismo era sinónimo de peligro, porque los poetas, simplemente, eran seres a quienes no se les quería ver por las calles; ellos significaban especies de parias que había que exterminar de por vida.

En Arica, recuerdo haber tenido la intención de subir al Cerro La Cruz. En ese momento se hacía una redada y, por lo tanto, estaba repleto de militares. Me vieron aparecer y de inmediato se acercaron a revisar el bolso que llevaba en mis brazos. Se encontraron, en el instante, con varios libros. Uno de ellos les llamó profundamente la atención: “Bodas de sangre”. La palabra “sangre” los electrocutó. Creyeron ver a un extremista. Pasaron el libro de mano en mano y me vi envuelto, sin imaginarlo, en un cerco de vida o muerte. La explicación breve sobre la trascendencia y la dramaturgia de García Lorca les importó carajo. No conocían al autor. Aunque salí del sitio candente, después de media hora sin escuchar palabras, ya me habían esposado y me empujaron entre varios. Para colmo, usaba melena. Fue una de tantas entre miles.

Esta anécdota corresponde al momento en que todos éramos nóveles. Los de Tebaida habían emigrado al exterior y Extramuros aún no existía. Todo era gris.

Por esta razón, cuando aparecen textos que recuerdan hechos, tienen el mérito de abrir ojos, porque los ojos nunca han de cerrarse.

Releo versos de Gabriel Celaya (1911-1991), que dan inicio a esta antología nortina: “Maldigo la poesía concebida como un lujo/cultural para los neutrales/ que, lavándose las manos, se desentienden y evaden./Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”.

Con esto quiero estrechar la mano de los tiempos. Porque todo sigue igual aunque la tecnología nos invada. Todo sigue vivo e indeleble, y el aire nos dice, nos repite, nos grita que: “las voces nunca mueren”.

“Treinta y dos poemas libertarios nortinos para una sola antología”, fue editado en enero de 2024, en la ciudad de Iquique, bajo el sello Fundación Crear, y viene siendo otro aporte desde la zona norte de Chile. Guerrero dice en el prólogo: “Los poemas contenidos en este libro tienen la vocación de la memoria. Escrito en tiempos de represión, de hojas de roneo, de mimeógrafos y de máquina de escribir, yacen en archivos personales, en medio de páginas de otros libros, o bien apilados entre cartas como la que les envió Floridor Pérez a Natacha”.

3 de Mayo 2024.-