martes, 17 de diciembre de 2013

ALICIA GALAZ EN LOS NUEVOS TIEMPOS


(Artículo editado en la Revista "Trilce" Nª 31-julio de 2011. Agradecemos a su director, el poeta chileno Omar Lara, por la recuperación de este documento.)

Escribe Carlos Amador Marchant

Alicia Galaz Vivar estuvo en mis pasos primarios. Eran los tiempos en que se establecían caminos escarpados. Y era yo o era el “yo” el que nada sabía. Pienso, a veces, que todo se sabía y en el mundo las cosas corrían sin informárseme.
Ciudadanos y compañeros del mundo, grité un día. Luego me quedé absorto.
Alicia era la mujer morena, inteligente.
Se fue al mediar 1975 a los Estados Unidos, junto a Oliver Welden. Se fue para nunca más volver al desierto de Chile. Desde ese momento no supe de ella hasta cuando contacté con ese país tras numerables gestiones, muchas fallidas de los de acá (Chile). Contactos por Internet con el poeta del sur de Chile, y que ejerce en USA, Carlos Trujillo, se hicieron presurosas. Le debo a él mi reencuentro con Oliver. Él me llamó a los pocos días. Reconocí su voz luego de treinta años de ausencia.
Galaz falleció el 2003. En nuestra larga y angosta geografía, pocos sabían de esto. Obviamente, fue tardío el homenaje a esta mujer insigne que, sin embargo, amén de su ínfima creación poética, se le debe la audacia de escribir en tiempos en que la mujer aún estaba bajo los muros de la timidez. Galaz, en todo caso, fue eximia en ensayos sobre Góngora, reconocida en el mundo.
No vuelvas al pasado me decían muchos. Y sin embargo volví a mi tierra natal después también treinta años sin verla. La experiencia narrada en reportaje inserto en mi blog, expresa precisamente los dolorosos momentos de volver a los tiempos que ya fueron. Pensé que de acá, después de bajar del avión no saldría vivo, y sin embargo perviví sentado en las plazas donde corría desde niño y donde el mundo ha generado otras voces, otros seres, otras casas, otros muros, otros olores.
Es preciso decir que retornar a ese pasado donde las luces siguen encendidas y sólo se apagan cuando los seres lo deciden, no me ha hecho mal. Por este motivo acepté escribir de nuevo sobre Galaz, y lo dije desde el primer momento, sin descartar que he escrito varias veces sobre esta gran poeta.
Quedan cosas que debo hacer públicas antes de esgrimir y edificar palabras sobre este pasado. Les confesaré algo. Alicia Galaz no ha muerto. Nadie muere en esta vida, carajo. Todos viven, hasta los más odiosos.
A veces me fugo de los temas. Debo recurrir a apuntes frente al público. Ustedes perdonarán, pero me fui de lo esencial, dejen meditar para volver a lo que quería convocarlos.
Sigamos. Cuando, después de contactarme con Oliver Welden, le hago llegar mis últimos tres libros. Oliver se emociona hasta lo indefinible, y sabiendo de nuestra amistad en los tiempos en que yo sólo albergaba 19 años, me expresa que va a la tumba de Alicia a hablar con ella, a mostrarle esos textos, a decirle que este hombre que escribe es un nuevo hombre. ¿Acaso me hizo Alicia Galaz?.
Doy como testimonio que sí. Anótese y cuando sea posible, publíquese.

Arica

1972 fue el año en que me atrevo a cruzar por vez primera los pasillos de esa Universidad de Chile de Arica. Eran los tiempos en que la gran “U” tenía sedes en distintos lugares. Ser estudiante de esa Casa de Estudios Superiores, era, por cierto, un orgullo para cualquier adolescente. Hoy, sólo es un Campus de la llamada Universidad de Tarapacá.
Frente al mar Pacífico, frente a los roquedales, en medio del sol inclemente del desierto, cerca de un río que se le llamó (se le llama San José), se levantó, se levanta y avanza el Campus, se mantiene, tras toda una historia de desastres donde el hombre jamás tomaba precauciones, donde, incluso, debió soportar la masacre de las aguas del San José en el famoso invierno boliviano, penetrando sus caudales por las salas, por las bibliotecas, por los pasillos, aguas que dividían la ciudad de Arica en dos ciudades, la que se encontraba en el centro arrimada al Morro Histórico de la Guerra del Pacífico, y la segunda en la que se extendían poblaciones periféricas. Mientras las aguas pasaban sobre puentes a cientos de kilómetros por hora trayendo barro, ramas, mierda y un cuanto hay, los ariqueños sólo miraban desde los contornos sin saber nada de masacres, sólo sabiendo que era la naturaleza de todos los años la que se atrevía a decirles que había que tener cuidado con ella.
Alicia se trasladaba en esos años por los pasillos de la universidad. Era ágil.
Siempre estaba con unos libros en las manos.
Arica la alumbraba.
Aparecía en los diarios capitalinos. Entrevistas a su obra breve pero importante para la época hacían retumbar el ambiente pueblerino de Arica. Los jóvenes la respetábamos.
¿Cuántos éramos?. Una docena. Tal vez menos, no sé.
Lo concreto es que la respetábamos. Cómo llegar a ella se decían muchos. Me da la impresión que no fueron más de cuatro que se atrevieron desde dentro de la universidad. Desde fuera, fui el único. Le temíamos, en el buen sentido de la palabra.
Eran los tiempos de las exclusividades. Incluso, ejemplo, en las radios no era fácil ser locutor, había que pasar por cientos de pruebas. Las radios sólo aceptaban a los “exclusivos” y “buenos para el micrófono”. Los periodistas de ahora no existían, los periodistas que ahora hacen de lectores de noticias. Había que tener buena voz, ser diestro.
Eran los tiempos en que en la ciudad no existía el Internet, donde los poetas nacidos y nacientes debían recurrir al correo por mano para poder contactarse con el mundo-mundo y el mundo de Chile. Yo era joven, jovencito, de pelo largo y una delgadez de aguja. Me trasladaba siempre con mis pies cansinos, con estos pies que siempre me pesaban, manteniendo mi cerebro, eso sí, agilizado.
Callado pero al mismo tiempo con un vocablo casi flamígero, hacía mis días, rayaba cuadernos de 40 hojas de color verde, estrujaba el sol que correteaba por mis piernas.
Me hice asiduo a la Casa de Bello. Sin ser estudiante iba a caminar por sus pasillos tres veces por semana. Las presencias de Alicia Galaz y la de Welden, eran de una importancia más allá de lo imaginable en el mundo de las letras. La zona, el entorno, respetaban sus figuras, sus obras, los aportes con la revista Tebaida-Chilepoesía. Por esta razón, los que vivíamos pendientes del acontecer literario de esos años siempre estábamos atentos a los diarios regionales, sitios donde estos poetas estampaban sus crónicas y comentarios: La Defensa de Arica y la Concordia. Más tarde se le uniría El Popular, que inicia la era del tabloide en la prensa nortina.
Con la llegada del golpe de estado, este último vespertino de corte izquierdista muere rápidamente. A los dos anteriores, más regionalistas, los observé morir antes de la llegada de los ochenta, con sus páginas manchadas de tinta, mal diseñados, fueron recibiendo el latigazo de la asfixia económica.
Frente a ese panorama histórico, la ciudad de Arica vivía por ese entonces sus últimos años de gloria, aquélla que había comenzado en la década del 50 con la instauración del Puerto Libre y con una Junta de Adelantos que fuera capaz de modernizar el ex puerto peruano con una gran zona industrial, edificaciones modernas y un Estadio de Fútbol hermosísimo para los tiempos, capaz de albergar importantes encuentros del mundial de 1962 celebrado en nuestro país.
En consecuencia, la llamada “Ciudad de la Eterna Primavera” tenía una personalidad propia. Y quienes vivieron allí en la época señalada, irradiaban alegría, cantaban en las calles, en el centro de la ciudad. Todos caminaban ágiles, todos parecían elevar banderas. Era la ciudad de la alegría.

ALICIA ERA UNICA

Alicia era única. Me pregunto por qué Chile deja y no sigue a sus insignes. “Este es un país enfermo, me dijo una mujer pensadora”. Claro, Alicia era única. No sólo porque en esos años escaseaban las poetas, sino porque ella, en verdad, puso cosas nuevas en el verbo femenino.
No estoy hablando de un ser que dejara todo por liberar a la mujer, por decir que en este Chile las cosas se daban en negativa contra el sexo débil, sino más bien, con alguien que puso en alerta en las últimas tres décadas, diciendo que la mujer era el motor de toda una sociedad, desde lo fisiológico hasta lo intelectual. Y ojo, esto incluso, en toda americalatina.
Alicia era la mujer que siempre llevaba un libro en sus manos. Será por eso que una vez, en 1972, cuando nada llevaba ella y vio que yo tenía varios en las mías, me preguntó, al ver la carátula de uno: “Oscar Castro…ummm… tal vez el mejor poeta chileno, si no hubiera muerto tan joven y en sus condiciones”. Mas tarde me diría cosas similares respecto a Barquero y Lihn Pero eran asuntos de época. Todo es subjetivo, a veces, aunque el verbo pesa.
Alicia Galaz, nunca fue mi profesora en las aulas. Más bien fue mi maestra en su oficina. Estricta, debí haber conservado varias hojas de papel roneo con su letra. Rayones que decían cosas como: “Unidad temática, autenticidad, y fundamentalmente, ser alguien observador del entorno”.
Las hojas se me fueron perdiendo en el tráfago y en las continuas salidas por ciudades en periodos de dictadura. Soy (fui) un hombre que nunca pudo conservar archivos, digo papeles. Mis archivos están en la mente.
Si Alicia Galaz hubiese estado en este tiempo, en los tiempos en que la política y la sociedad se hacen cada vez más estrecha, tal vez no podría soportar la hipocresía en las calles de Chile. Aunque la sociedad de este tiempo y del otro en escalas distintas, albergan también pesadillas. Fue crítica de las relaciones de parejas y también de los pesares que llevábamos sobre nuestros hombros. Observadora, veraz:

Persistencia del subdesarrollo

Te llamas jefe de hogar y ya son varios
los que has dejado, con los hijos
mirando la puerta.
El sol te abre caminos,
pero arrinconado autómata juegas cacho
con el compadre en la esquina,
haciendo brindis de papel hasta el último centavo.
Arrimada a las artesas, con sus pechos secos
y abortos sucesivos,
tu mujer para la olla.
En el portón de la fábrica, sin juventud,
aguarda con la olleta de pancutras, día tras día,
el pito definitivo de las doce.
Ayer no más decía, tengo dieciocho años..
Regüeldas con deleite al ver mujer ajena,
asado o remolienda,
en tanto a solas con el frío
y el agua de la lluvia entrando en las fonolas,
ella sopla la vela en la mitad de la noche
como una tregua que acalla el hambre con el sueño.
A duermevela, de sobresalto armados,
tus hijos se defienden de invisibles fantasmas,
cuando de golpe emerges en la puerta
tratando de tocarte para saber si estás vivo.

Me la recuerdo, precisamente, cuando hace alusión a la palabra “fábrica”. La traigo, la veo por esas calles de Arica, la lejana, la de los valles de Azapa y Lluta. La veo en esa ciudad enclavada en el desierto de Chile, donde el aire traía el deseo de vivir, de soñar, de caminar y dar rienda suelta a las ideas. Cuando Alicia cita a las fábricas de esos años, traigo al presente el Barrio Industrial de esa ciudad limítrofe, los miles y miles de trabajadores que salían con sus bicicletas a las seis de la tarde. Era una mancha negra de hombres y mujeres que se desplazaban, alegres a sus hogares, a encontrarse con sus hijos, sus familias. Era una mancha negra, verde o de todos los colores. Era una turba contagiante. Eran las guitarras, los cantos, las palabras, la poesía que se desplazaban por esas avenidas. No había un trabajador que no tuviese una bicicleta. Se fabricaban en las industrias de la ciudad. No había una mujer que no irradiara alegría, que no mostrara sus dientes blanquísimos como la leche. Eran los tiempos de vivir en paz y armonía.
Yo bordeaba los 17 años y el cabello suelto y largo flameaba en las calles. Y los pantalones patas de elefante con sus rayados en las rodillas, escuchando a C.C. Revival, a Toto, a Rod Stewart, Simon & Garfunkel, Presley, Lennon, Led Zeppelin, The Kinks, Jacson Five, Diana Ross, The Carpenter, Gilver O’Sullivan, Elton Jonh, Pink Floyd, Cat Stevens, Gran Funk, The Quess Who, Frutos del País, los nacientes Jaivas, entre otros. Y caminando debajo de los puentes oxidados del Chinchorro, y gritando a los cuatro vientos que el día no se acabara, que la vida era linda, que había que vivirla con todas las fuerzas.
Alicia Galaz me trae todas esas industrias y todos estos momentos.
Si Galaz hubiese estado más allá de la dictadura en Chile, habría llorado de espanto al ver todo lo narrado en destrucción. La Zona Industrial se transformó en un cementerio, donde al paso de los años las telarañas, los vidrios quebrados, las puertas de las fábricas tiradas en el suelo, la ausencia de los miles de trabajadores, las poblaciones donde se vivía la sonrisa, transformadas en cloacas donde el vicio y la impotencia fueron dejando a los seres en el desamparo. Me tocó recorrer, en mi calidad de poeta y observador, esos rincones, y desde aquellos años creo que mi existencia se transformó en un camino de lejanías, de una tristeza infinita. No he podido salir de este sopor.
Ella tenía que salir fuera de Chile como muchos otros poetas y escritores. Acá ya no hacía falta. Sencillamente, era una persona no grata para los militares.

Tiempos de literatura

Recuerdo haber despedido a Alicia Galaz y Oliver Welden casi al mediar el año 1975. En otras crónicas he dado a conocer los pormenores de la salida de estos escritores. La descalificación, el abandono presencial, la irrespetuosidad hacia sus inteligencias, hicieron que ellos nos dejaran para siempre, para ese siempre de Alicia que nunca más pude verla y para la ausencia de Oliver a quien ahora lo siento más cerca que todos los tiempos, después de treinta años sin poder contactarlo.
Tengo en mis manos “Jaula Gruesa para el animal Hembra”, libro editado por Alicia Galaz Vivar el año 1972 en los talleres gráficos de la Imprenta Iglesias de Arica, es decir, en las mismas máquinas que trabajaban el Diario “La Defensa” de esa ciudad, el vespertino que vi morir al paso de década y media, deprimido, irresponsablemente frente a los nuevos tiempos, saliendo a la calle con sus papeles manchados. Sólo le quedaban algunos adeptos. Ya no llegaba a las poblaciones. Sólo se repartía por el centro. Las noticias no se podían leer. Era la inutilidad misma. Murió después de un incendio donde no se rescató nada. Ignoro si quedan archivos de ese vespertino en las bibliotecas chilenas.
Era difícil, en 1972, tener en las manos un libro de Galaz. Por lo menos hablo de los incipientes poetas que éramos en la época. Inalcanzable, para quien antes de ese tiempo ya había sido alabada por Dámaso Alonso, presidente de la R.A.E. por sus ensayos sobre Luis de Góngora y que hoy por hoy son dignos de estudios para las nuevas generaciones mundiales.
Gracias a Gilda Galaz, hermana de Alicia, tengo este tesoro. Aquel libro primero de Galaz Vivar, y que, en verdad, era difícil muy difícil tener en las manos. Para esos tiempos del roneo, en que muchas veces los poetas nos arriesgábamos a sacar poesía en esos instrumentos llenos de tinta negra que había que garabatear con la máquina de escribir de esos años, el libro de Galaz, era, por cierto, lo máximo. Y digo “lo máximo” en el buen sentido de la palabra .
Quise darle una sorpresa a Galaz. Publiqué en la imprenta Prado, ubicada en la calle Azola, un opúsculo denominado “Poemas”. La imprenta sólo hizo las tapas. Estuve días, horas, esperando aquéllas. Me parece que fueron 500. El interior fue hecho a corvo, en salas de la Universidad Técnica, incipiente Casa de estudios que pretendía hacer edificios seculares a lo largo de Chile, pero la dictadura se los impidió. Yo transpiraba. Estaba lleno de tinta hasta las tres de la mañana, los profesores me permitían eso, sabían que de ahí saldría ¿un poeta? Nadie lo sabía.. Pero seguía trabajando.
¡Váyase a la Chile¡¡¡, me gritaban algunos profes, “usted es escritor, es poeta, váyase a la Chile¡¡¡. No les quise hacer caso. Seguí allí. Salió el opúsculo de poesía. No tengo registros. Mi hermana, hace unas semanas me hizo llegar uno. Tirito al leer. Fue la época.
Creo que Alicia con esta publicación, me aceptó en su círculo.
Galaz era como mi carácter.
Nuestro Premio Nacional de Literatura, Manuel Rojas, se atrevió a decir de ella: “Si Gabriela Mistral hubiese tenido toda la experiencia que ha tenido Alicia Galaz, de seguro habría escrito así, con esta robustez y esta realidad”. El propio Andrés Sabella, a quien contacté en varias oportunidades en la década del ochenta, expresó: “lejos de cetros de cartón, solitaria y solidaria, al par, Alicia Galaz fulge en la luz de su fuerte y hermosa obra de poeta”. Mario Ferrero dice que: “Su atmósfera poética entra y sale de sí misma por un sistema de vasos comunicantes que mezclan lo íntimo con lo social, lo singular con lo general, lo tangencial con lo subjetivo, produciendo un clima y un ritmo de indudable jerarquía lírica”. Muchos otros alabaron su obra, entre ellos Manuel Espinoza Orellana, Hernán Lavín Cerda, Marino Muñoz Lagos, Edilberto Domarchi, Virginia Vidal, Olga Arratia, Alicia Enríquez, Matías Rafide, Miguel Ángel Díaz, Mario Milanca, Floridor Pérez, Mesa Seco, Arturo del Villar, Ramiro Lagos, por nombrar a algunos.
Antes de emprender viaje a Iquique, en febrero de 2010, Welden me contacta por teléfono y recordamos muchas cosas de esos años. Anécdotas, gente que entraba y salía, que quería integrar Tebaida. A Alicia siempre le llegaban escritos inéditos que debía corregir y comentar. Entre éstos trajimos al presente, con esta mente lúcida que aún nos queda y que parece que fuera ayer, a un hombre de nacionalidad peruana. Su apellido era Choque. El peruano en cuestión, pasado los primeros meses de la dictadura, nos alegraba con sus deseos de viajar un día a compartir suelo peruano. Por ese entonces, nosotros ya veíamos que escapaba la alegría, que las posibilidades de la literatura eran escasas, que los planes a veces sólo quedarían en sueños. Choque se las arreglaba para planificar paseos que nunca se realizaron. Mostraba poemas extraños, mezclas de clásicos con palabras actuales. Eran hojas de cuadernos que a veces compartíamos. Yo lo visité en su domicilio de la avenida Tucapel. Un día me dijo que él no era un poeta, que en realidad escribía sólo a momentos, y que le avergonzaba que lo trataran como tal. Nunca más supe de él. Su pequeña figura se perdió un día cualquiera. No sé si habrá vuelto al país del Rimac. Lo concreto es que este Choque, “que chocaba” a veces con la realidad, algún recuerdo nos dejó en los últimos días de la ya desaparecida Tebaida.
En “Oficio de Mudanza”, libro publicado en 1987 en editorial española, Alicia Galaz nos muestra poesía entrelazada con algunos textos de Jaula Gruesa: “Redondo es el amor como la semilla o el huevo, como el miedo a la memoria de la infancia”. En sus hojas interiores vemos un dibujo del maestro Andrés Sabella. Esto me recuerda cuando a Sabella se le ocurre improvisar trazos en las murallas de “La Buhardilla”, lugar de encuentros de poetas y escritores de Arica, en los momentos de su inauguración. Era rápido con sus plumones y los que lo observábamos quedábamos asombrados de la destreza de sus manos.
Cuando apareció este libro, yo había sido exonerado de la Universidad de Tarapacá, y me encontraba padeciendo esos días en las lejanas tierras de la cordillera del sur de Chile. Edilberto Domarchi sabe bien expresar lo que es la poesía de Galaz: “Exhibe una combativa y ejemplar disposición que suele desconcertar por lo heroico y singular de sus planteamientos. Alicia Galaz Vivar se coloca, como ya lo expresara el crítico Hernán Loyola, en la vanguardia de nuestra lírica, tan pródiga en valores de primera línea”.
Tres libros de poesía que dejan a esta poeta traspasando todos estos días del siglo 21: “Pongo cruces en el fuego y recojo el fulgor/y la ceniza en la intimidad de tu cuerpo….” (aniversario).
“Abro tu puerta cerrada y trazo la fórmula del amor…” (Cábala).
“Las noches crecen calladas en una interminable/cerveza con miradas ciegas y azules de la vejez….” (Noches de Alabama).
Galaz es una poeta que nos dejó la difícil tarea de buscarla, de buscarla por todos lados y encontrarla.
Hace unas semanas, por cosas del destino, me escribió un mail una mujer que no conozco. Me expresa entre otras cosas, que un día cualquiera había ingresado a mi blog y se encontró con textos sobre Alicia escritos por mi autoría. Al leerlos se percata que yo la había conocido en el norte de Chile. Cuento aparte, me informa que tuvo el libro “Jaula Gruesa para el animal hembra” y que se lo habían hurtado. Me solicita, por favor, si era posible le enviara una copia de éste. Le respondí que sí, pero que me diera tiempo. Doy a conocer esta anécdota, para graficar más o menos el tema de circulación de las obras de Galaz Vivar. Insisto, parece que esta poeta nos dejó la misión de buscarla, de encontrarla. Porque “Jaula Gruesa para el animal hembra”, “Oficio de mudanza” y “Señas distante de lo preferido”, son textos que, quienes los tienen en su poder, tendrán que cuidarlo como tesoros.
Ahora voy caminando por las calles de Valparaíso. Antes lo hice por Iquique y Arica. En intermedios por Puerto Montt y Chiloé, por los senderos barrosos de Hualaihué. Alicia Galaz, sin percatarme de su muerte en el 2003, siempre está en mis pasos, en los de ahora, y también en los de mañana. Y es como si ella nos comentara a todos, sobre su voz, sobre sus caminos infinitos:

MIES

Aramos en el mar y es pobre cosa insuficiente.
Los molinos de viento levantados en gigantes
y los gigantes que fueron molinos de viento.
Una oscura mancha en mi pecho crece
y soy mínima gota que muere en silencio.
El tiempo y la sangre dentro de mí
como una herida azul que se gangrena.
Tanta espada rota y aprestos de combate,
tanta red echada al agua de una imposible pesca.
Y entre mis labios y mi alma tanta verdad callada.

en  

COMENTARIOS:

Boris dijo...
Excelente relato sobre la vida de esta escritora y poeta que vivio largos años en mi ciudad, Arica. También pienso igual que Ud. estimado Amador, porque l ciudad no le ha rendido los honores que le corresponden por derecho propio por lo aportado a la literatura y cultura, no sólo de esta ciudad sino del pais entero. Desde Suecia le envío mis felicitaciones por esta crónica instructiva y amena de verdad, como todas las que escribe, Gracias.

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Carlos Amador Marchant.-

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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