domingo, 31 de octubre de 2021

EL REINO DE TEBAIDA EN EL NORTE CHILENO Y LA INACABABLE LABOR EN EL DESIERTO

 


A manera de explicación:



Escribir sobre la Revista Tebaida con asiento en Arica, Chile, a partir de 1968, la misma que falleciera a sablazos, una vez que irrumpe la dictadura militar, era (es) más que necesario.

Omar Lara, poeta chileno, fundador y director de la revista Trilce, que hicieron junto a Arúspice la trilogía de publicaciones que dieron vida a la poderosa generación del sesenta (denominada Dispersa después de la usurpación golpista de 1973), me llamó por teléfono en abril de 2021. Antes, el nexo lo había hecho el poeta nortino, Walter Rojas Alvarez. Lara, en breve diálogo, me solicitó un escrito de ocho carillas sobre la historia de Tebaida observada por un hombre nacido en el norte. Me comprometí a entregar dicho trabajo en octubre del mismo año. La idea era que en una nueva edición de Trilce saliera el estudio solicitado, y este mismo aparecería a finales de 2021.

De ahí hacia adelante no hubo más contacto. Me dediqué, en consecuencia, a trabajar sobre el tema.

Iba todo bien hasta ese momento, solo que, como fría sorpresa, el 2 de julio de 2021, me anuncian la triste noticia del fallecimiento de Lara. ¿Qué le ocurrió?. Su voz se escuchaba bien. Estaba lleno de proyectos.

Mi asombro fue grande. Mi tristeza, por cierto, se extendió sobre suelo.

Pensé, sin lugar a dudas, que el escrito solicitado había que culminarlo. Y así lo hice.

He aquí el cumplimiento de este pedido.

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Sobre la revista “Tebaida”, se ha escrito bastante, aunque nunca suficiente para describir aquella labor que marcó una época. Sin embargo, es preciso, para hacer algo distinto, comenzar exponiéndola desde su final, desde el momento en que los motores dejan de funcionar, cuando los portones de esa “vivienda” se cierran por exigencia, por gritos de militares ávidos de maltratar, irrumpiendo en la ex Universidad de Chile, Sede Arica (1973), para perseguir ideas, incendiar libros, matar, a fuego y cuchillos, clandestinos, a cuanto intelectual se le apareciera en el camino. Parece novelesco. Es, en cambio, realidad.

Me encontraba, al momento del golpe militar, cursando el cuarto medio de enseñanza. Tenía diecisiete años, y observo dicho final, el cierre de sus ventanas, cuando los pesados candados crujen y la revista nunca más abrirá sus ojos.

Alicia Galaz Vivar (1936-2003) , la destacada académica, directora y fundadora de la histórica publicación, emigra de Arica a comienzos de 1975, momento en que todas las puertas estaban con picaportes obstruidos y las posibilidades de subsistencias eran nulas. La acompañé por los pasillos de esa sede universitaria, ese edificio de cemento duro, donde el mar del Chinchorro lanzaba ventoleras. Treinta años antes, en Europa, ciudades completas estaban destruidas tras la culminación de la Segunda Guerra Mundial. Yo acá, con imaginación de adolescente, observaba algo similar. Veía todo desplomado, los pasillos plomizos de cemento sin pintar, las salas, la efigie de Bello, los aromas ausentes, los sueños, todo, absolutamente todo, parecía estar inerte. El segundo piso del edificio, espacio desde donde saltaban constantes voces literarias, la imagen de Oliver Welden, con sus manos repletas de libros, carpetas y cuadernos, era reconocible. Ahora, estaba silencioso, y por las ventanas de cada oficina, incluso la que ocupaba la directora de Tebaida, las cortinas flameaban en señal de abandono.

En otros escritos he reseñado este final. Esta vez lo vuelvo a exponer por la sensación experimentada. Tebaida, la revista, había sido más que una publicación literaria. Era una especie de cofradía que sesionaba no solo en la universidad, sino también en la propia casa de su fundadora y más allá de esos territorios desolados. Arica, la ciudad histórica, el sitio del desierto, de los valles de Azapa y Lluta, un espacio con lejanías terribles en cuanto a proyecciones en la década del sesenta del siglo veinte, donde el tráfago, el comercio, el contrabando hormiga y la plusvalía de puerto libre hacían transformar a ese pequeño reducto en una especie de ciudad cosmopolita. Esto mismo gatilló en el despiadado timbre que recibiera por largos períodos aquel puerto, amén de vilipendios por la droga, el factor de humillación constante. Frente a este escenario, se entiende que no era tarea fácil emprender un proyecto de tal envergadura. Al paso ya de muchos años (53 al momento de redactar esta crónica), vemos con más tristeza aquella desaparición, puesto que esta “institución” que representó dicha publicación, difícilmente volverá a repetirse en el correr de los años.

El ojo, o más bien la visión de Galaz Vivar por eternizar en buena forma un trabajo que, a simple vista podría dibujarse como una publicación más en medio de los millones y millones de textos que saltan por el mundo, no es tal, puesto que, incluso, en sus primeras reuniones en Santiago, en 1966 (según entrevista realizada a Galaz, por Soledad Bianchi) en un café denominado Pompeya, cercano al cine Providencia-Maroni, dialogaron, con certeza y visión de futuro, quienes serían los cerebros de este proyecto: Alicia Galaz, Oliver Welden y Miguel Morales Fuentes. En primera instancia se trataba de crear, y porque los tiempos que vivía el país y el mundo lo ameritaban, un grupo que diera forma y fortaleza a los nuevos movimientos artísticos y literarios que se estaban gestando. Lo que vendría posteriormente se dejaba, por cierto, a los caminos, al destino, si se quiere, y a la perseverancia de cada uno de los autores que albergaría la casa por construir.

La académica de la Universidad de Chile, a quien conocí en Arica en 1971, de alguna manera había pensado en todo. Posterior a la reunión señalada, es trasladada a la sede Antofagasta de la misma Casa de Estudios Superiores. Y es allí, precisamente, donde da curso a las planificaciones de aquella reunión en la capital chilena. El grupo Tebaida funciona inicialmente con charlas, reuniones informativas y formativas, además de recitales poéticos. La imagen y presencia literaria del reconocido poeta nacional Andrés Sabella (1912-1989), además de otros jóvenes y talentosos representantes del quehacer artístico de la época, como el caso de Guillermo Deisler, académico, editor, grabador (1940-1995), fueron fundamentales para el desplazamiento del proyecto y, al mismo tiempo, para erigir lo que sería el futuro de una puesta en marcha de ediciones formato papel. Nombrar la cantidad exacta de quienes se acercaron a la agrupación en sus inicios en el puerto antofagastino, es llenar innumerables páginas. Sin embargo, se hace preciso destacar el respaldo entregado por dicha sede y con esto la consolidación de la propuesta. Víctor Bianchi Gundián (1903-1968), por ejemplo, quien por esos años ocupaba el cargo de relacionador público, es factor importante en la relación con la universidad. Este mismo, no alcanzó a ver el primer número de la revista, cuando la misma ve la luz en Arica, y dedica todos los ejemplares a su nombre. Junto a Sabella, Bianchi, logra además una conexión con el mundo literario de la época, nexos trascendentales para poner en marcha este vehículo de la literatura: hombres de teatro, de narrativa, poetas, políticos.

Todo un potencial, el racimo cargado de los nuevos tiempos, se vería reflejado una vez que Galaz se asienta en la ciudad de Arica. Allí ejerce, allí sigue entregando literatura para las nuevas generaciones. Y Tebaida se establece en el segundo piso de la ex sede Arica de la Universidad de Chile, frente al mar del Chinchorro, ahí, donde la cultura milenaria, tal vez, la más antigua del mundo. Parece que todo venía planificado: el desierto, el más árido del orbe, donde los hombres, los sedientos, se desplazan con hidalguía. Y “Tebaida”, la Tebaida o “Thebais” que corresponde al antiguo Egipto con toda su historia, o por lo menos la que nos han enseñado, sitio donde llegaban ermitaños, seres que buscaban la soledad para poder sentirse a sus anchas, para guiarse por senderos del pensamiento. ¿Pero qué tiene que ver Tebaida, desde los lejanos espacios de África con Arica?. La relación está en el desierto; la aridez de ambos sitios tiene una conexión que provoca sentimiento inequívoco. Alicia Galaz, gustaba de estos nombres. Muchos años más tarde, cuando fundo un grupo de poesía en la ex Universidad Técnica del Estado, en 1974, cuyo nombre fue “Desinencia”, ella, al enterarse, me ubica en los pasillos ya semi solitarios de la sede de Bello (un año después de establecida la dictadura militar), me mira, me da su mano, y me felicita.

1968 es el momento en que aparece el primer número de Tebaida. Aquella edición cae a mis manos tres años después, y me llaman la atención las dos primeras frases, a manera de presentación: Gonzalo Rojas (1916-2011): “No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad en mitad de la calle y hacia todos los vientos: la verdad de estar vivo, unicamente vivo, con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo”. Y Carlos Fuentes (1928-2012): “ ¿O no sabías que todo lo que daña la belleza moral duplica la belleza poética?. Que vengas del cielo o del infierno, qué importa ¡Oh belleza!, el monstruo enorme, espantoso, ingenuo”. Estas citas impactaron y quedaron en mi mente, eternas. Eran dos potenciales exponentes de la literatura mundial que al paso de los años se transformarían en premios Cervantes. El ojo, el visor de futuro de quienes trabajaron estas publicaciones, eligieron a esos dos autores para dar el paso inicial a la primera Tebaida que circulaba desde los pasillos y las calles de la ciudad de Arica, el extremo geográfico más extremo de Chile.

Lo otro que llama la atención en el inicio de esta revista internacional, es el compromiso de la juventud de la época, ya que la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, con todo su cuerpo directivo, incluido, por supuesto, el inmortal Ariel Santibáñez, joven poeta que por esos años estudiaba la carrera de pedagogía en castellano y, además, era el encargado del departamento de Cultura de la Feuch, presta todo su apoyo a la revista e incluso la patrocinan. Desde ese momento Santibáñez cobra importancia en la agrupación, ya que participa en decisiones de trascendencias y es incorporado como encargado de secretaría y canjes. Más adelante dejaría su carrera en la sede de la llamada Puerta Norte de Chile, para continuarla en Antofagasta, sitio desde donde se le pierde la pista. Tras el golpe militar, fue apresado, torturado y hecho desaparecer hasta estos días. El poeta no alcanzó a superar los 26 años. Nadie sabe dónde están sus restos.

El formato inicial de Tebaida, el que mantuvo hasta su desaparición, en 1973, fue el mismo aunque en diferentes impresoras. Primero, es editada en la Imprenta iglesias de Arica, hasta el número 4, momento en que hace su aparición la Editorial Nascimento, de Santiago. Las xilografías siempre estuvieron presentes por parte de Guillermo Deisler, colaborando en las hojas interiores de la edición 1, el entonces estudiante de artes plásticas, Luis Moreno Pozo.

Al inicio de este escrito señalé los 53 años transcurridos desde la aparición de la revista; y si nos detenemos y observamos con meticulosidad estas cinco décadas, podemos dar fiel testimonio que nació para dar forma a una generación que comenzaba a desplazarse en diferentes universidades de Chile. La mayoría eran estudiantes o recién egresados de distintas carreras, poseedores de amplios conocimientos y ávidos de lecturas. Otros, por cierto, ya ejercían como profesor. Lo concreto es que al paso de años, revisando sus páginas, logramos hacer seguidillas a los autores, y saber, a la vez, qué ha sido de ellos.

En uno de los diálogos que mantuve con Alicia Galaz Vivar, en 1972, me dio la ocasión de hurguetear estudios personales sobre la nueva poesía chilena, después de Lihn y Barquero. En esa ocasión pude palpar el verbo que comenzaba a buscar nuevas formas y ritmos en autores como Jaime Quezada, Edilberto Domarchi, Omar Lara, Luis Moreno Pozo, Gonzalo Millán, Ariel Santibáñez, Floridor Pérez, Miguel Morales Fuentes, Guillermo Ross Murray, Enrique Valdés, Waldo Rojas, Hernán Lavín Cerda, Oscar Hahn, Federico Schopf, entre otros. Algunos de estos ya han fallecido y otros siguen en el camino de la creación. Oscar Hahn (1938), nacido en la ciudad de Iquique, es el único, hasta ahora, que logra recibir el Premio Nacional de Literatura en 2012. Es probable que otros de esta misma generación del 60 o de la Diáspora, pudiese haber alcanzado este galardón, sin embargo, como en muchas situaciones inexplicables que se dan en distintas instancias, generaciones más nuevas han ido ocupando esos espacios.

Tebaida, buscó la fórmula, también, de anexar su quehacer con otros países del continente, de tal forma de unir generaciones y culturas. De esta manera, y aprovechando la ubicación geográfica de Arica, dio espacio a una veintena de autores del sur peruano, además de algunos de Lima, entre ellos Winston Orrillo, Arturo Corcuera, Washington Delgado y Alejandro Romualdo.

Galaz Vivar, después de su excelsa labor de difusión literaria en una época rica en manifestaciones artísticas, luego de salir desde una hoguera, en medio de la catástrofe interpuesta por militares, se refugia en Santiago y luego sale junto a Oliver Welden, a los Estados Unidos. Es en ese país donde obtiene un doctorado en letras en la Universidad de Alabama, y siendo catedrática titular en la Universidad del Estado de Tennessee, jubila con el rango de Profesor Eméritus. La escritora y poeta retorna a Chile en 1990, momentos en que se hablaba de un retorno brillante a la democracia, pero luego de diversas charlas y contactos con el medio literario, retorna al país del norte donde fallece trece años más tarde.

Si bien, como lo explicamos anteriormente, Tebaida hizo una labor potente para consolidar la generación del 60 en Chile, su dedicación se centró, además, en difundir a nuevos exponente de la literatura y a quienes, por lo demás, habitaban en el puerto ariqueño. Observamos, por ejemplo, en la edición 2, los nombres de la antipoeta Nana Gutiérrez(1924-85) y del poeta y académico Luis Araya Novoa (1938), quien ha seguido una honrosa labor en el norte, difundiendo a sus pares en diarios y revistas. En cuanto a los jóvenes que alcanzaron a aparecer en las páginas de la importante publicación, podemos citar a Mario Milanca (1948-99), oriundo de la tierra de Calbuco, poeta , investigador y musicólogo. Milanca, por esos días era estudiante de pedagogía en castellano en la Universidad de Concepción. Sus versos fueron difundidos en los números 7-8 y 9. El poeta después del golpe militar se establece en Venezuela y el año 1999, viajando en avión desde Cuba a Venezuela, pierde trágicamente su vida.

José Martínez Fernández (1949), poeta ariqueño, de vasta trayectoria en las letras nortinas, es quien alcanza a aparecer también en las páginas de Tebaida. En 1973, Guillermo Deisler, dedica letras al libro “Exposiciones” del autor nortino.

Es decir, el trabajo, el minucioso trabajo realizado por esta revista desde el norte de Chile y para el mundo, es inacabable. Y lo digo en estos términos, porque permite hacer especie de seguimientos a poetas y escritores que aparecieron en sus páginas. Muchos de ellos, como ya lo dijimos, han muerto, y otros continúan por los escarpados caminos de las letras.

Tras la muerte de Alicia Galaz Vivar, su esposo, el poeta Oliver Welden (1946-2021), se establece en Suecia y luego en España, y es allí, precisamente, donde fallece en enero de 2021. Antes de entrar al otro mundo, al del silencio, me hizo llegar una serie de documentación para continuar con la investigación sobre la autora nacida en Valparaíso. Y es lo que estoy haciendo, con la meticulosidad que requiere una autora de su altura.



31 de octubre de 2021

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