En este asunto de la escritura siempre
“se pasan” errores. En diarios formato papel, hasta la década
del noventa, se apostaban famosos correctores de pruebas, siempre
atentos, a algún error de ortografía. Corrían el riesgo, eso sí,
que alguna diminuta falta se camuflara entre tanta letra. Los
despidos por estas eran, a veces, abundantes. En otras palabras,
aquellos matutinos no se permitían, no claudicaban, ante estas
verdaderas dinamitas hacia la lengua castellana. Pero, los errores
siempre aparecían. No había formas de eliminarlos. Hoy, en cambio,
existen correctores automáticos, estableciéndose un color rojo
sobre la palabra para poder corregirla. Pero el idioma es complejo.
Y, si bien para estos menesteres es trascendente cuotas de
conocimientos, siempre afloran errores por más que alguien se afane
en suprimirlos. A veces, ocurre que has dejado un escrito descansar
por varios meses, un escrito que considerabas perfecto, pero una vez
que lo relees, encuentras errores que te hacen tiritar, errores
explosivos, que te sonrojan y que se pegan como garrapatas... ¿Cosas
del oficio?, diría un panadero, al momento de caerse su masa al
suelo.
Escrito por Carlos Amador Marchant en 26 de febrero de 2019.-
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