viernes, 15 de diciembre de 2023

LA CASA SOLITARIA Y LA MUCHACHA DE CHANAVAYITA

 



Escribe Carlos Amador Marchant


Parece calmarse el mar cuando alguien asoma a distancia.

Estuve repasando una foto que aparece de año en año. Trato de retenerla como cuando aprisiono un tesoro. Todo cuanto se asoma, lejano, tiene calidad de misterio.

El mar se calma cuando trato de acercar esa escena. La mayoría de mis sueños (¿es este un sueño?) tiene que ver con situaciones inconclusas.

Ahora me detengo. Ahora veo un rostro.

En mil novecientos sesenta y nueve la pubertad danzaba. El mar estaba en calma y los pelícanos detenían al cielo. En la espalda soportaba catorce frágiles años.

Chanavayita es el sitio donde me detengo. Es curioso que siempre recurra a este lugar en mis escritos. Hay, quizás, algo impactante dejado sobre arenas del desierto.

Antes de la década del setenta esa playa era solitaria. La cordillera de la costa saludaba desde atrás y las aguas eran calmas. La foto que he retenido por mucho tiempo expone una sola casa, cercana a la orilla, muy cercana, saludando con un sin fin de misterios.

Chanavayita, se encuentra a cincuenta y nueve kilómetros al sur del puerto de Iquique, Chile. Es decir, no era cercano el trayecto a la civilización. ¿A quién se le ocurrió instalar, entonces, una casa, un solaz espacio entre silencio y mar?.

Estar en ese pedazo de costa era situarse en escarpado inicial de mundo. El sigilo se apoderaba de todos los rincones rocosos. Sólo aquel entrar y salir de olas pequeñas, muy diminutas, entregaban el único ruido del día. Cuando estuve ahí deseé que aquel espacio jamás fuese habitado por humanos. Ese silencio era puro. Y el aire limpio como el mismo verbo.

La casa solitaria que divisé fue construida de madera. Al igual que el mar misterioso ella escondía un misticismo coloquial. Allí parecía no haber nadie. Quién pudo habitar en un lugar tan solitario, rodeado de montañas de piedra dura y tierra seca. Me pregunté, al mismo tiempo, cómo se puede vivir en noches rodeado por un cielo oscuro plagado de estrellas, donde el mar da el único suspiro peligroso.

Si bien entender algo así a los catorce años no es nada fácil, algo me afirmaba que el dueño de esa choza tenía que ser un solitario confeso.

Por esta y otras razones fue sorpresa divisar en el frontis a una muchacha rubia que, a distancia, semejaba emblema ondeando.

Vestía un traje color tierra delgadísimo y la brisa del mar lo hacía elevar como plumas. Ella miraba a distancia. Su vista estaba situada en un lugar que nunca pude reconocer.

En esta foto que repaso y que retengo de año a año, ella aparece como fantasma en medio de esa playa donde la voz se perdía. ¿Era realidad o había aparecido a ras de sol como espejismo?.

¿Qué hacía ella ahí y qué me llevó a ese sitio marino?.

Yo estaba disfrutando tres días de paz en los denominados viajes estudiantiles de fin de año.

Era un curso disciplinado en rigor. Hubo carpas de época. Víveres, alcohol, fogatas.

Ella salía siempre por las tardes cuando el mar parecía dormir y el sol se escabullía apresurado. Su figura cobraba finura. Era la imagen callada en medio del desierto y humedad del Pacífico.

Entendí que nadie miraba esa casa. Yo fui el escogido para observarla espacio a espacio. Y es probable que la muchacha dilapidara encanto hacia roquedales.

Esta especie de foto retenida. Esta imagen de tiempo o no tiempo, sigue apareciendo más allá de cincuenta años.

La Chanavayita ahora ya no es la playa solitaria, sino una caleta de pescadores con más de setecientos habitantes donde el flujo turístico pisoteó todos los sitios silenciosos de ese entonces.

No está de más pensar otra vez, por cierto, en esa casa en medio del mar. Tampoco está de más revivir a la muchacha de cabellos rubios. Y aunque el desgaste humano entra y no sale del cuerpo, la foto retenida es, simplemente, la inmortalidad de ella.



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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

Carlos Amador Marchant.-

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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