
Escribe Carlos Amador Marchant
Augusto Pérez pueden haber miles en
el mundo, en la guía de teléfonos, en las escuelas, en los que aún
no nacen y que les espera ese nombre, pero a fin de cuentas, es
posible que haya uno solo y ese personaje no sea más que una
nebulosa de los miles que existen o existirán.
En Chile el apellido Pérez es apellido común y el nombre Augusto..¡¡por favor¡¡ son miles pero ni nombrar a uno que nos sigue penando en tantas etapas de demoníaca represión y dictadura.
Desde muy niño aprendí a escudriñar a este personaje. Es posible que lo llevara en las solapas, que lo maltratara en los caminos y que no lo comprendiera a la manera como se comprende al paso de los años.
En Chile el apellido Pérez es apellido común y el nombre Augusto..¡¡por favor¡¡ son miles pero ni nombrar a uno que nos sigue penando en tantas etapas de demoníaca represión y dictadura.
Desde muy niño aprendí a escudriñar a este personaje. Es posible que lo llevara en las solapas, que lo maltratara en los caminos y que no lo comprendiera a la manera como se comprende al paso de los años.
Me pongo a pensar si los apellidos
tienen que ver con las circunstancias o si, a la inversa, las
circunstancias tienen que ver con los apellidos. Si de estas
deducciones sale algo imaginable, podría decir que la vida,
precisamente, nos muestra una verdadera incógnita.
Lo cierto es que Augusto Pérez nos está mirando tras el espejo y en medio de las nebulosas. Casi estoy detrás de él o casi estamos. Es posible que caminemos por las avenidas y no nos damos cuenta, pero él está con nosotros, es como si ese personaje creado real o ficticio como es la vida, nos acechara en los mismos abismos.
Lo cierto es que Augusto Pérez nos está mirando tras el espejo y en medio de las nebulosas. Casi estoy detrás de él o casi estamos. Es posible que caminemos por las avenidas y no nos damos cuenta, pero él está con nosotros, es como si ese personaje creado real o ficticio como es la vida, nos acechara en los mismos abismos.
Me desplazo. Las calles son las mismas
o han cambiado, pero lo que queda siempre sigue quedando, es como si
nada o todo estuviera al compás de las sombras.
Yo me quise suicidar ayer dijo un vecino, pero alguien me lo impidió, alguien como si saliera del no sé qué y que a la larga me guió, o sencillamente yo lo guiaba. Estaba pensando, precisamente en los Pérez, en aquellos que existen y que son comunes, pero que a la larga no lo son tanto.
Yo me quise suicidar ayer dijo un vecino, pero alguien me lo impidió, alguien como si saliera del no sé qué y que a la larga me guió, o sencillamente yo lo guiaba. Estaba pensando, precisamente en los Pérez, en aquellos que existen y que son comunes, pero que a la larga no lo son tanto.
Permítanme expresar que quiero ser
amigo de un Pérez. No recuerdo alguno en mis enseñanzas o
educación, o tal vez lo hubo, pero debe haber pasado desapercibido.
Es posible que un Pérez haya estado en los pupitres de más allá de
la sala de clases. Es posible que se haya sentado al lado mío, pero
no lo recuerdo con claridad, y a la larga tal vez yo soy ese tal
Pérez que tanto remato en esta crónica.
La diferencia con este Pérez que
resalto es que Augusto Pérez, el inventado por Miguel de Unamuno era
un hombre de reputación y fortuna, no el pobre de caminos o de
dinero que asola en las calles de Chile.
Sin embargo, me interesa escudriñar
la personalidad de este personaje, la observación de los vacíos que
fecunda la vida y ese tratamiento del amor que a veces soslaya en lo
ridículo.
Pérez es inventado por Unamuno aunque él no lo sabe hasta el momento en que piensa suicidarse. No me queda claro si es Unamuno el que existe o es precisamente al revés, que Pérez inventó al escritor español. Lo concreto es que esta novela llamada “Niebla”, editada al comienzo del siglo 20 (1914) y que he leído más de una vez, me vuelve a revolcar el cerebro en la observancia del amor no correspondido o la búsqueda de la mujer sin saber de las impiedades que nos reserva la vida.
Pérez es inventado por Unamuno aunque él no lo sabe hasta el momento en que piensa suicidarse. No me queda claro si es Unamuno el que existe o es precisamente al revés, que Pérez inventó al escritor español. Lo concreto es que esta novela llamada “Niebla”, editada al comienzo del siglo 20 (1914) y que he leído más de una vez, me vuelve a revolcar el cerebro en la observancia del amor no correspondido o la búsqueda de la mujer sin saber de las impiedades que nos reserva la vida.
Decir que no me gusta la invención de
Unamuno en el buen sentido de haber creado a este personaje con todas
las miserias del amor, es decir mucho, me quedo más bien con el
pensamiento de que el autor de Bilbao se transforma al mismo tiempo
en un pequeño Dios.
Las miserias de Pérez, el pobre Pérez, son a veces casi comunes. Decir que las mujeres son todas de esta calaña es mentir; hay hombres también que son verdaderos diablos del contorno.
Pero el tema es por qué Unamuno inventa a un personaje para deletrearlo, para sentir lástima del mundo en cuestión.
Las miserias de Pérez, el pobre Pérez, son a veces casi comunes. Decir que las mujeres son todas de esta calaña es mentir; hay hombres también que son verdaderos diablos del contorno.
Pero el tema es por qué Unamuno inventa a un personaje para deletrearlo, para sentir lástima del mundo en cuestión.
Unamuno me ha hecho sentir lastimoso
al paso de los siglos. Digo siglos porque en él no existen los años
y, en consecuencia, la vida misma es una invención de la cual nunca
saldremos sanos.
Estoy hablando de los hombres, de los
seres que sufren por otros seres, de la suculenta pasión de las
pasiones, de los arrebatos que nos entrega nuestra conciencia.
Me he sentido parte de esta Niebla que nunca terminaré de descifrar en mis días, porque Unamuno así lo ha querido y porque Pérez tampoco sabe por qué su creador no es él y él no es el creador. Es decir, estamos hablando a dos voces, del que sufre por invención, y del inventor que sufre al inventar. ¿Se puede decir que Dios nos creó para sufrir como él sufre?. Por ahí vamos.
Me he sentido parte de esta Niebla que nunca terminaré de descifrar en mis días, porque Unamuno así lo ha querido y porque Pérez tampoco sabe por qué su creador no es él y él no es el creador. Es decir, estamos hablando a dos voces, del que sufre por invención, y del inventor que sufre al inventar. ¿Se puede decir que Dios nos creó para sufrir como él sufre?. Por ahí vamos.
En el tema del amor Unamuno me sigue
dejando perplejo, o tal vez me sigue enseñando que la vida me deja
perplejo.
Lo cierto es que este pobre Augusto
Pérez sigue vivo aunque Unamuno haya determinado matarlo. Y si el
escritor español murió en el año 1936, y aunque en Salamanca se le
levantó una estatua de bronce, Pérez sigue vivo en los libros.
Es decir, Unamuno no fue capaz de
matarlo definitivamente. Por esta razón creo que Pérez se venga al
darle la muerte un 31 de diciembre del año señalado, tras una
tertulia con amigos.
Antonio Machado, es quien tal vez mejor grafica la vida de este hombre, al darle sus palabras póstumas: «Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo».
Antonio Machado, es quien tal vez mejor grafica la vida de este hombre, al darle sus palabras póstumas: «Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo».
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