miércoles, 18 de diciembre de 2013

CUANDO BORGES Y EL PASADO SE APARECEN DE REPENTE


(Un tramo de la carretera Austral de Chile)

Escribe Carlos Amador Marchant.

No existe una relación entre pasado y presente, a no ser si el primero deja un espacio para la reflexión y el segundo aprende de ésta. Y si bien es cierto ambas están unidas, pareciera que el olvido, la falta de memoria, nos impidiera limpiar la casa que nunca hemos podido asear.
Hace cuarenta años me costaba entender cinco párrafos de Borges y me aborrecía por esto. Hoy sus escritos me parecen de la sencillez más absoluta en el real sentido de la palabra. Es decir, propendemos desde una evolución que se desplaza con altibajos y, finalmente, nos ahogamos en el océano del olvido.
Precisamente, frente a estas dualidades, me he situado desde hace un tiempo en trincheras pasadas, sean éstas de lecturas, personajes de ciudades remotas, o rincones mentales por donde se transita en el mundo.
Hay gente que dejé de la noche a la mañana sin saber si continúan vigentes en el arte o sencillamente han muerto por la inanición imperante. Hay quienes, incluso, conocí en situaciones extremas, sin saber si están vivos o han dejado esta selva.
Por allá, bordeando 1986, en la lejana cordillerana de la DécimaRegión de Chile, conocí a un treintañero de apellido Muñoz. Tenía el rostro moreno y su segundo apellido era de origen alemán. Por esas zonas abundan. Estábamos establecidos, ambos, en una especie de clandestinidad por los momentos que aún atravesaba mi país. Un día, sin saber cómo, entre el follaje y la humedad de la región, se entera que yo escribía versos.
Tras una serie de situaciones que están entrelazadas con la búsqueda de sustento y el hacha al hombro presto a cortar troncos, me dice saber tocar la guitarra y, además, cantar. Un día que no recuerdo bien me pidió los últimos manuscritos que había hecho sobre la Carretera Austral, poemas que hablaban de obreros muertos, de las crudas condiciones laborales en esa cordillera abrupta, de explosiones, de hombres mutilados al caer con sus camiones a la ensenada. Un día, varias semanas después, a eso de las doce de la noche, cuando el fuego de la estufa a latas ya moría, después de golpear varias veces mi puerta, en medio de la oscuridad, lo veo entrar con su guitarra al hombro, álgido, con ojos desarmados. Elucubró una sola palabra: ¡escucha!.
Había musicalizado seis de los veinte poemas inéditos. Y aquella voz de ese Muñoz que ya pierdo en el tiempo se elevaba en medio del silencio cordillerano, de pumas que deambulaban cerca de los ríos, de la espesura negra.
Era la primera vez que escuchaba mis versos con música y con una voz que se extendía entre el frío de cinco grados bajo cero. Era la primera vez que una guitarra movía mis sílabas.
Era el tiempo preciso para editar esos versos, para dar a conocer lo que no se conocía en esos años. Pero los manuscritos pasaron de mano en mano: Algunos políticos querían utilizarlos y, sin embargo, el tiempo les interpuso la asfixia y se quedaron inéditos, y los fui desarmando al correr de los ríos. Ignoro si aquel Muñoz siguió cantando esos versos en las calles de Puerto Montt, lugar donde lo vi en dos ocasiones más. Ignoro si está vivo o anciano. Lo concreto es que ese pasado murió con el viento, pero me sigue penando con los años. Aquellos manuscritos los quemé en la hoguera de los caminos.
Se preguntarán si ese tema de la Carretera Austral lo dejé de lado en forma definitiva. Y mi respuesta será negativa. Al paso de miles de días lo fui transformando en narrativa, en una novela que aún no culmino, que fui lanzando a proyectos, pisoteada (en algún momento) por los famosos evaluadores que se asientan en la llamada “amplia sapiencia artística”, y que hoy en el 2012 retomo para darle luz verde definitiva. Lo cierto, nadie es conocedor de la verdad. En el arte, amigos míos, se cometen muchas aberraciones.
Es decir, lo que ayer fue hoy puede volver a ser, pero de una manera distinta, socavando, a veces, lo que sirve; extrayendo lo que huele a nuevo.
Sin duda los párrafos de Borges me eran complicadísimos antaño. El anciano y extraño literato argentino me debe guiñar un ojo desde el más allá, como diciéndome que el llamado “tiempo del hombre” hace cambiar las estructuras.

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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

Carlos Amador Marchant.-

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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