En ocasiones no nos damos
cuenta y escuchamos al (la) cantante de moda como si fuera ayer. Sentimos su
voz y nos ilusionamos de la vida eterna deparada. Pero de un momento a otro,
como hachazo, vemos la aparición repentina del artista de hoy. Comprendes el
alejamiento de noticias, de contingencia, semejante a dejar escapar chorros de
agua sin beberla. Algo así como sobrepasarse de horas siesta y perderse
momentos álgidos de una ceremonia: abrazos, palabras, entrega de premios. Y luego
encontrarte con la sala vacía, sin más ruido que platos sucios, revueltos, papeles
de tu discurso botados, impregnados de vino tinto. Surge, entonces, el momento
de exigir explicaciones, pero no encuentras a nadie. “La vida ha continuado,
dices, mientras dormía”.
Entonces te encuentras con el cantante de moda. Ves sus
canas, la sobresaliente panza, las arrugas de la piel, los dientes desgastados.
Sientes que muchos partieron producto del cáncer, la diabetes, el alcohol, las
drogas y que, algunos terminaron sus días con dedos menos, piernas menos,
lengua menos. Y recién te das cuenta, mientras investigas el grafitis de
paredes, la urgente necesidad de echarle vistazo al calendario, a la antigüedad
de tus zapatos, al vocablo desteñido y cursi. Y observas el listado de números
telefónicos inservibles, mudos, despoblados, los mismos que llamabas ayer y que
hoy no existen.
Escrito por Carlos Amador Marchant, en 22 de diciembre de 2014,
Valparaíso.-
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