jueves, 5 de enero de 2023

Los billetes inventados

 


                                               (Acuarela de Luisa Ayala: S/N)


Escribe Carlos Amador Marchant



Nunca antes sentí tan fuerte aquel olor a cigarrillos que ese día de pubertad transformado ahora en tema clásico.

Provengo, sin entumecer al decirlo, de padre fumador. Por tanto, hemos de imaginar el suplicio de dormir por las noches en piezas sofocadas por el humo. Lo lamentable de este asunto es que en la década del sesenta del siglo 20, los fumadores tenían por aliados a toda la sociedad. Era muy varonil que un hombre lo hiciera, y muy femenino que la mujer imitara.

Hay mucho tema profundo que analizar sobre esto. Pero no será el camino de esta crónica.

El tabaquismo en mi zona, en el norte más desierto de todos los desiertos, tuvo, al mismo tiempo, sus derivados: la suciedad en las calles, las colillas de cigarrillos titilaban sobre el asfalto, las cajetillas vacías repletaban tambores de basuras y, lo peor, miles de personas, muchas anónimas, murieron (mueren) a causa del pulmón.

Frente al sol poco clemente del desierto, golpeando, machacando cráneos híspidos, muchos arrancapinos jugaban a las bolitas. Lo hacían sobre la tierra seca; fabricaban caminos diminutos, las transportaban hasta un pequeño orificio. El vencedor, el más diestro, simplemente, ganaba. No había más premio que un abrir y cerrar de ojos. Dicho juego lograba algarabía al comienzo, pero luego, al paso de horas, el aburrimiento danzaba sobre manos, sobre pobres ropajes.

La pereza murió, sin embargo, dando paso al ímpetu una vez que alguien se sentó a observar dicho juego. Era un liliputiense de pantalón y camisa arrugadas. Tenía la mirada de los sabuesos y su estatura le permitía elucubrar vozarrón al estilo trafalmejas. Entre los diez infantes que jugaban a las bolitas pidió silencio de sepulcro y dijo que desde ese momento había que dar fuerza a ese juego, que para hacerlo era necesario apostar dinero. Y, ante la mirada atónita, ingenua y pasiva del resto, sabiendo que nadie portaba un céntimo, sacó desde sus bolsillos un fajo de billetes y los tiró sobre la tierra.

Después de otro silencio más prolongado, donde, incluso, las bolitas de vidrios quedaron botadas, casi olvidadas sobre la tierra de la pampa, comenzó a mostrar los fajos. Uno a uno los fue mostrando. El silencio era grave. El resto de la tracalada se rascaba la cabeza. Observaron estupefactos que aquellos billetes no eran los que ellos conocían y, antes de considerarlo un desquiciado, el mismo muchacho del pantalón y camisa arrugadas, con la similar mirada de sabueso, los conminó y pidió otro silencio de sepulcro. Explicó que los billetes eran hechos de cajetillas de cigarrillos, que cada uno tenía un valor, que la valía se barajaba de acuerdo a la importación del producto. En consecuencia, y así lo entendieron todos, las cajetillas provenientes del extranjero, eran las que tenían un valor más alto. De esta manera fueron apareciendo billetes (o cajetillas transformadas en ellos, perfectamente dobladas) de distintos valores: mil, dos, cinco, diez y hasta veinte mil pesos.

Fueron saliendo marcas que solo algunos conocían: Chesterfield, Marlboro, Sanyeon, Winston, Benson y Hedges, John Player Special, Belmont, Kent, Lucky Strike, Liberty, Hilton, Fresco, Nevada, por nombrar las que más se hicieron visibles en manos de los arrancapinos.

El cielo del puerto, de la pampa, comenzó a brillar de distintos colores. La pobreza de aquellos diminutos que jugaban a las bolitas hasta reventar de aburrimiento tuvo esperanzas. Los ojos se iluminaron. Todos quisieron ser ricos, o tal vez alcanzar bienes para poder vivir con dignidad. Era el cuento que quisieron creer completo. Entraron a la fantasía y no supieron si empezarían a vivir de nuevo o, simplemente, lo que vivían era invención.

Desde ese día los tachos de basuras quedaron limpios. Las calles se despejaron y ya nadie pudo ver una miserable cajetilla de cigarrillos desplazándose entre las piedras. Reemplazaron el juego de bolitas por el juego de dados al más puro estilo de un casino cosmopolita. Y la vestimenta de los morochos, a medida fueron ganando más billetes inventados, cambió. La cabellera híspida se transformó en peinado encopetado. Los que se hicieron populares llevando cuellos de camisas sebosas, ahora lucían albas como cualquier inicio de mundo.

Se sentaban desde las nueve de la mañana y no paraban hasta las tres de la tarde. Eran los magnates de los billetes artificiales. Cada día aparecía un millonario con bolsillos reventados de cajetillas. Cada día surgía un ser empobrecido que caminaba cabizbajo. Amarraban los billetes con elásticos y los exponían en apuestas. Ya nadie pensaba en el dinero real; los billetes de cajetillas representaban a los más opulentos del barrio.

Al cabo de cinco meses, sin embargo, hastiados por la hediondez de sus ropajes, con las manos impregnadas de nicotinas, alguien retrocedió y pidió, humilde, que culminaran con este juego. La misma fetidez hizo entrar en rabietas a los padres que miraban desde las sombras. Todos retrocedieron y lanzaron los papeles sobre el peladero.

El liliputiense de pantalón y camisas arrugadas, el mismo de la mirada de sabueso, desapareció de la noche al día. Nunca más se supo de él.

El aire pareció recobrar su terreno. Los muchachos volvieron con sus camisas rotas y sebosas. Los cabellos se expusieron hirsutos. Hubo risas en un momento determinado.

Al día siguiente, en medio de la pobreza del puerto, las calles volvieron a llenarse de cigarrillos y cajetillas, los tachos de basuras ardieron con tantos envases de papel. Y mientras la realidad se establecía como errabundas olas de mar, desde las ventanas de muchas casas, el sol expuso el final del día.


Enero 2023.-

2 comentarios:

  1. Buen relato mi estimado, pero no hay caso, yo sigo fumando, harto menos pero fumando

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  2. Todos sabem dos perigos do tabagismo,mas continuam fumando.Isto é o livre arbítrio.Cada um colhe o que semeia.

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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

Carlos Amador Marchant.-

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