Escribe Carlos Amador Marchant
En
cada 1° de noviembre se puede hablar miles de cosas distintas. Es
probable recordemos el pasado, o bien que, agarrando con fuerza el
hilo de una cometa, hagamos retornar al asfalto a muchos seres que ya
se fueron. Y aunque parece que todos los “Días
de muertos” son iguales, siempre hay algo que los diferencia.
Por
cierto, el primer día del penúltimo mes del año, es recordado por
quienes habitan este planeta de acuerdo al sitio donde se han
desarrollado. Esto queda claro. Lo que no queda muy claro, es la
tortura a la que nos sometemos cada vez que alguien inicia el vuelo
hacia lo desconocido.
Desde
niño me chicoteé pensando en el gran viaje oscuro dentro del
vientre materno hasta encontrarnos con esta luz a la que llamamos
vida. Este chicotazo, sin duda, me trajo serias complicaciones en la
época. Sin embargo, siempre dije que “el universo estaba
centrado
en el vientre de la mujer”. La rúbrica no la compartí con nadie
hasta esta crónica. Si me quedo con dicha aseveración de aquel
pasado, debo constatar que la llegada de la muerte es la antítesis
de este proceso. Una nula o escasa enseñanza, unida al dolor físico
como mental, nos ha hecho alejar del entendimiento real.
Las
ciudades crecen a cada segundo y los cementerios también. En otras
palabras, vida y muerte están unidas y se mueven como péndulos. El
equilibrio es lo que sorprende.
El
1° de noviembre de 2019 me trajo, al mismo tiempo, recuerdos
ineludibles. Veo escaleras, hombres gritando, flores dispersas por el
asfalto. Veo a mis padres muy jóvenes confundiéndose entre la
tracalada. Junto a estos espacios idos observo la antigüedad
de nichos, sitios casi abandonados, donde la mayor parte de las
familias ha muerto, donde no hay nadie que lleve flores. Y aquí me
detengo: “¿Quién será el último en apagar la luz de la
pieza, o no habrá nadie para aquello?”.
Esta
fecha, sin duda, trajo otras cosas. A mi llegada al puerto de
Valparaíso, por allá, hace veinticuatro años, quise hacer contacto
con el universo. Me sentía alejado de él. Pero:
¿qué es sentirse alejado del universo?. Lo cierto es que me
encaminé a cementerios de disidentes repletos de hombres y mujeres
de nacionalidades disímiles,
con mausoleos antiquísimos del siglo diecinueve, con la herrumbre
en candados y, lo fundamental, aprisionados
en ese silencio que viene siendo como el silencio de inicios de vida.
La
idea fue clamar, pedir, sobre todo pedir. Hablaba frente al nicho de
un desconocido, cuya foto desgastada
por el tiempo traía más niebla al espacio. Varios días estuve
dialogando con difuntos álgidos.
Nunca tuve respuestas. Ahí, por cierto, no había nada.
¿Entonces el “Día de muertos” es
caminar por la nada o, la nada lo es todo?.
El 1° de noviembre de 2019, como dije
anteriormente, me trajo escaleras, muchas escaleras, hombres
vendiéndose por escaleras, muchos comerciantes de flores, hermosas
flores botadas sobre asfaltos.
Pensé si ir al cementerio era
encontrarme con el universo o simplemente encontrarme conmigo. Y
seguí caminando a paso lento, más lento que un domingo. Y nunca
supe qué hacía allí.
12 de noviembre de 2019.-
Creo que de las mejores criticas a este asunto
ResponderEliminarMuy bueno!
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