Escribe Carlos Amador Marchant
Cerca
de cuarenta títulos publicó Luis Sepúlveda (1949-2020), el escritor chileno que
eligió Gijón, España, como sitio final para dar forma a esa especie de cuartel
general que edifican los creadores. De vida agitada, desde joven puso el ojo en
todas las cosas que le parecían injustas. Y lo siguió haciendo hasta el final
de sus días, con columnas en diversos diarios y, especialmente, en Le Monde
Diplomatique. Pero se nos fue sorpresivamente. Su muerte dejó sin respiro a
muchos, a miles, a millones de seres que lo siguieron.
El
novelista venía llegando de un festival literario en Portugal. Estaba muy
resfriado señalaron algunos cercanos. La prensa expresó que se transformaba en
el primer contagiado de Covid 19 en Asturias y el segundo de nacionalidad
chilena que contraía esta enfermedad, la misma que ha mantenido al mundo sumido
en una especie de reclusión forzosa. Lo concreto es que el novelista se mantuvo
cuarenta y ocho días en estado de coma y con respiradores artificiales. Murió intempestivamente
en abril de 2020. Su fallecimiento, como dije al inicio, sorprendió a muchos.
El mundo perdía a un talento sin límites.
Su
vida agitada lo mantuvo en varios sitios al mismo tiempo. Fue militante de
partidos políticos de izquierda en tiempos de juventud extrema y tras el golpe
militar lo recluyeron y torturaron por tres años hasta dejarlo salir de
su tierra con ocho años de exilio como condición. Se las arregló Sepúlveda para
estar en diversos países y hasta participó de las guerrillas sandinistas en
Nicaragua.
Escribir
sobre este novelista chileno llenaría cientos y cientos de páginas. Escudriñar,
por ejemplo, cómo conoció a los Shuar en su estada en Ecuador, aquellos indios
que lo inspiraron a escribir la novela que lo catapultó: “El viejo que leía
historias de amor”. Estos jíbaros de mirada profunda y defensores de amistad
sincera, estos mismos que hoy por hoy se ven afectados por la destrucción sistemática
de la selva. Lo cierto es que dicha visión lo llevó a vender millones de libros
por el orbe y, por otro lado, a ver sus escritos traducidos a distintos
idiomas. O bien, observar sus evoluciones desde tiempos juveniles en que
reconoció influencias del Premio Nacional de Literatura, Francisco Coloane, a extremo
de embarcarse en un ballenero para conocer de cerca el mundo oceánico. Y si bien
esto sucedía en sus primeros cuentos, es decir en la etapa veinteañera, hasta
antes de finalizar la década del ochenta se incorporó a los movimientos
ecologistas y, junto a Greenpeace, recorrió mares del mundo persiguiendo a
quienes se ufanan en depredar las especies marinas.
La vida
de Luis Sepúlveda, siempre me conmovió. Es posible que en Chile, algunos no
sepan en gran medida su fama mundial; es precisamente lo que les ocurre a
ciertos escritores que se entregan con humildad y convicción a luchar contra un
sistema que nos agobia.
Sepúlveda,
debo decirlo, fue de esos que buscaron cambiar el mundo, aunque de
acuerdo a sus propias palabras, el escritor debe “contar bien una buena historia y no
cambiar la realidad, porque los libros no cambian el mundo. Lo hacen los
ciudadanos”.
Como cosa curiosa y fortuita, llegué a Luis Sepúlveda luego de escribir una crónica basada en la depredación de la ballena en la década del sesenta en Chile. Su obra "Mundo del fin del mundo", editada por la Cámara Chilena del Libro como Edición Especial para la Colección Quinto Centenario, me indujo, por su meticuloso trato y conocimientos sobre mares del mundo, indagar en la bahía de Quintay (Región de Valparaíso), aquella historia desgarradora de la caza de ballenas. Ese libro del autor chileno me dio fuerzas para caminar por las instalaciones de la ballenera donde aún se ven manchas de sangre en roqueríos. Me sentí acorralado por esos fantasmas que sufrieron la muerte masiva, sentí sus gritos, el olor nauseabundo de cadáveres en la rada. Comparé, además, similitud con balleneras del Iquique de la misma década, donde el hedor por la muerte de la especie, avanzaba por el puerto a distintas horas del día, haciendo irrespirable el ambiente. “Mundo del fin del mundo”, fue, sin duda, el responsable directo de haberme reencontrado con esa historia atroz que han dejado los humanos. Francisco Coloane, quien entregó prólogo a dicha obra, pone su mano, además, conocedora de toda esta atrofia de los hombres. Era el año 2010 y mantenía, como hasta ahora, una fluida correspondencia con el poeta chileno Oliver Welden, en España. Fue él quien mostró esta crónica a Sepúlveda, y este no esperó mucho para enviar palabras de alientos y agradecimientos. Es decir, el escritor fallecido en abril de 2020, era así, sencillo y directo con quienes creyó sus cercanos.
Luis
Sepúlveda, fue un hombre que se daba espacios para todo. Era del tipo de seres
que nunca imaginamos de dónde roban tiempo para poder desarrollarse en las
veinticuatro horas que involucra un día. Es probable pudimos haber dialogado
por largos años. Como todo se va en la vida, su muerte sorprendió a todos y a
mí en particular.
Sepúlveda
no supo, además, que nuestro contacto no se originó solo por la crónica sobre
su libro, sino por el amor hacia el mar que también llevo desde mis inicios en
la literatura. Es decir, los océanos, a veces, unen a las personas en medio de
olas que se desplazan por continentes.
¿Qué es lo que ha quedado de esto?. La respuesta es “las
palabras” que en algún momento los humanos comparten, compartieron, aunque más
allá de la muerte nadie sabe, con certeza, qué ocurre o qué ocurrirá al final
de los días terrestres.
Me quedo pensando en los hechos que nos narra la prensa
mundial y sigo sin poder creer sobre su muerte. Esto último es lo que siempre
decimos cuando alguien se nos va sorpresivamente. Pero la injusta existencia
nos depara cosas y debemos estar preparados. El “Todo se va en la vida, amigos,
se va o perece..”, de Neruda, se antoja una frase que parece nos asfixia a
diario.
Y entonces es más provechoso pensar en positivo, o en el
mejor de los casos: “Haz como yo, que no pienso en nada; es la mejor manera de
pensar. Concéntrate en eso” (como dijo Lihn).
Escrito en 08 de noviembre de 2020
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