domingo, 8 de noviembre de 2020

CUANDO PARTIÓ LUIS SEPÚLVEDA SE PRODUJO UN SILENCIO DE OCÉANOS

 



Escribe Carlos Amador Marchant

 

Cerca de cuarenta títulos publicó Luis Sepúlveda (1949-2020), el escritor chileno que eligió Gijón, España, como sitio final para dar forma a esa especie de cuartel general que edifican los creadores. De vida agitada, desde joven puso el ojo en todas las cosas que le parecían injustas. Y lo siguió haciendo hasta el final de sus días, con columnas en diversos diarios y, especialmente, en Le Monde Diplomatique. Pero se nos fue sorpresivamente. Su muerte dejó sin respiro a muchos, a miles, a millones de seres que lo siguieron.

El novelista venía llegando de un festival literario en Portugal. Estaba muy resfriado señalaron algunos cercanos. La prensa expresó que se transformaba en el primer contagiado de Covid 19 en Asturias y el segundo de nacionalidad chilena que contraía esta enfermedad, la misma que ha mantenido al mundo sumido en una especie de reclusión forzosa. Lo concreto es que el novelista se mantuvo cuarenta y ocho días en estado de coma y con respiradores artificiales. Murió intempestivamente en abril de 2020. Su fallecimiento, como dije al inicio, sorprendió a muchos. El mundo perdía a un talento sin límites.

Su vida agitada lo mantuvo en varios sitios al mismo tiempo. Fue militante de partidos políticos de izquierda en tiempos de juventud extrema y tras el golpe militar lo recluyeron y torturaron por tres años hasta dejarlo salir de su tierra con ocho años de exilio como condición. Se las arregló Sepúlveda para estar en diversos países y hasta participó de las guerrillas sandinistas en Nicaragua.

Escribir sobre este novelista chileno llenaría cientos y cientos de páginas. Escudriñar, por ejemplo, cómo conoció a los Shuar en su estada en Ecuador, aquellos indios que lo inspiraron a escribir la novela que lo catapultó: “El viejo que leía historias de amor”. Estos jíbaros de mirada profunda y defensores de amistad sincera, estos mismos que hoy por hoy se ven afectados por la destrucción sistemática de la selva. Lo cierto es que dicha visión lo llevó a vender millones de libros por el orbe y, por otro lado, a ver sus escritos traducidos a distintos idiomas. O bien, observar sus evoluciones desde tiempos juveniles en que reconoció influencias del Premio Nacional de Literatura, Francisco Coloane, a extremo de embarcarse en un ballenero para conocer de cerca el mundo oceánico. Y si bien esto sucedía en sus primeros cuentos, es decir en la etapa veinteañera, hasta antes de finalizar la década del ochenta se incorporó a los movimientos ecologistas y, junto a Greenpeace, recorrió mares del mundo persiguiendo a quienes se ufanan en depredar las especies marinas.

La vida de Luis Sepúlveda, siempre me conmovió. Es posible que en Chile, algunos no sepan en gran medida su fama mundial; es precisamente lo que les ocurre a ciertos escritores que se entregan con humildad y convicción a luchar contra un sistema que nos agobia.

Sepúlveda, debo decirlo, fue de esos que buscaron cambiar el mundo, aunque de acuerdo a sus propias palabras, el escritor debe “contar bien una buena historia y no cambiar la realidad, porque los libros no cambian el mundo. Lo hacen los ciudadanos”.

Como cosa curiosa y fortuita, llegué a Luis Sepúlveda luego de escribir una crónica basada en la depredación de la ballena en la década del sesenta en Chile. Su obra "Mundo del fin del mundo", editada por la Cámara Chilena del Libro como Edición Especial para la Colección Quinto Centenario, me indujo, por su meticuloso trato y conocimientos sobre mares del mundo, indagar en la bahía de Quintay (Región de Valparaíso), aquella historia desgarradora de la caza de ballenas. Ese libro del autor chileno me dio fuerzas para caminar por las instalaciones de la ballenera donde aún se ven manchas de sangre en roqueríos. Me sentí acorralado por esos fantasmas que sufrieron la muerte masiva, sentí sus gritos, el olor nauseabundo de cadáveres en la rada. Comparé, además, similitud con balleneras del Iquique de la misma década, donde el hedor por la muerte de la especie, avanzaba por el puerto a distintas horas del día, haciendo irrespirable el ambiente. “Mundo del fin del mundo”, fue, sin duda, el responsable directo de haberme reencontrado con esa historia atroz que han dejado los humanos. Francisco Coloane, quien entregó prólogo a dicha obra, pone su mano, además, conocedora de toda esta atrofia de los hombres. Era el año 2010 y mantenía, como hasta ahora, una fluida correspondencia con el poeta chileno Oliver Welden, en España. Fue él quien mostró esta crónica a Sepúlveda, y este no esperó mucho para enviar palabras de alientos y agradecimientos. Es decir, el escritor fallecido en abril de 2020, era así, sencillo y directo con quienes creyó sus cercanos.

Luis Sepúlveda, fue un hombre que se daba espacios para todo. Era del tipo de seres que nunca imaginamos de dónde roban tiempo para poder desarrollarse en las veinticuatro horas que involucra un día. Es probable pudimos haber dialogado por largos años. Como todo se va en la vida, su muerte sorprendió a todos y a mí en particular.

Sepúlveda no supo, además, que nuestro contacto no se originó solo por la crónica sobre su libro, sino por el amor hacia el mar que también llevo desde mis inicios en la literatura. Es decir, los océanos, a veces, unen a las personas en medio de olas que se desplazan por continentes.

¿Qué es lo que ha quedado de esto?. La respuesta es “las palabras” que en algún momento los humanos comparten, compartieron, aunque más allá de la muerte nadie sabe, con certeza, qué ocurre o qué ocurrirá al final de los días terrestres.

Me quedo pensando en los hechos que nos narra la prensa mundial y sigo sin poder creer sobre su muerte. Esto último es lo que siempre decimos cuando alguien se nos va sorpresivamente. Pero la injusta existencia nos depara cosas y debemos estar preparados. El “Todo se va en la vida, amigos, se va o perece..”, de Neruda, se antoja una frase que parece nos asfixia a diario.

 

Y entonces es más provechoso pensar en positivo, o en el mejor de los casos: “Haz como yo, que no pienso en nada; es la mejor manera de pensar. Concéntrate en eso” (como dijo Lihn).

 

Escrito en 08 de noviembre de 2020

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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

Carlos Amador Marchant.-

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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