De todas las historias rescatadas, aunque no minuciosamente como requiere el tema de las salitreras, las caletas, los puertos construidos con improvisaciones, donde el objetivo único era el traslado del mineral y su posterior destino mundial, me quedo con el fantasmal ícono instalado tras la muerte de la llamada Caleta Buena, ubicada entre Iquique y Pisagua, Chile. Sin mayores vestigios en la actualidad, salvo dos cementerios y algunos peldaños del pueblo que en su momento álgido alcanzó más de 900 habitantes, llegamos a preguntarnos si existió verdaderamente. La realidad dice que llegó a tener treinta y seis manzanas donde al paso del tiempo se instaló de todo, hasta bomberos. Chile posee la imponente Cordillera de la Costa, cuyas montañas de arena y rocas permiten un litoral de escaso terraplén, y donde los acantilados son, por no usar otras palabras “de miedos”. A Santiago Humberstone (ingeniero químico inglés 1850-1939) se le ocurrió crear esta caleta apegada a una montaña de más de setecientos metros y cuya pendiente produce náuseas al mirar el mar desde las alturas. La osadía (casi locura) permitió instalar funiculares que bajaban el salitre a las embarcaciones. Comenzó a operar en 1883 y murió el proyecto en 1945. En ese lapso ocurrió de todo: dos veces los funiculares se desprendieron y los carros cayeron al pequeño poblado con víctimas fatales. Un incendió en el cine en 1929 que se propagó a la ínfima caleta. Como corolario del poco apetecido producto, en 1936 comienza su población a emigrar a sitios disímiles. Pero el fin fue peor, porque en 1940 un aluvión produjo bajada de barro por la montaña sepultando a Caleta Buena alta y baja. No quedó nada. Incluso ahora, en algunos mausoleos en abandono, se pueden ver las tumbas descubiertas con cuerpos casi intactos.
Escrita por CAM - 27 septiembre 2022.-
saludos
ResponderEliminar