Subiendo uno de los cerros del puerto me tocó ver una
jauría. La escena observada por quienes transitábamos en el sector fue de
pánico, producido, en este caso, por perros que trataban de matar a otro perro.
Eran seis contra uno. El agredido no era pequeño. Y esto mismo, que también se
ve en seres humanos, me trajo escalofrío. Como saco de papa, con ladridos
ensordecedores, lo lanzaban de un lado a otro. Lo agarraban, arrastraban con
colmillos filudos desde el estómago, mientras otros lo inmovilizaban cogiéndolo
con sus hocicos por orejas. Es decir, el agredido estaba indefenso, porque lo
mordían desde las patas, estómago y cabeza. Me dio la impresión que, por la
violencia de los seis perros, le podían quedar pocos minutos de vida a la
víctima. Fue ese el momento en que algunos transeúntes reaccionaron frente a la
escena sangrienta. Si bien en esta situación los perros se dejan llevar por braveza
perdiendo oído y visión guiándose sólo por la ira, la gente, palo en mano,
buscó formas de salvar al agredido. Lo único que se logró en ese instante fue
que los agresores soltaran al ensangrentado lanzándolo cerro abajo. Esa fue la
oportunidad que aprovechó el canino para escapar con la cola escondida, sacando
fuerzas de sobrevivencia, escapando de la muerte.
En diferentes crónicas y comentarios de mi autoría
siempre he dicho que perros y gatos son de mi predilección. De igual forma, al
paso de los años, y habiendo pasado una serie de negras situaciones con ellos,
desde persecuciones hasta mofas, he dado vida a una serie de anecdotarios y
cuentos inéditos con estos temas.
Los perros en calidad de calles también se organizan en
grupos y hasta clanes. Los canes, por lo demás, tienen un especial hábito de la
observancia. Te miran desde lejos, te ven pasar todos los días. Son sensibles
y, por cierto, también usan los chip nefastos de los humanos, es decir, la
envidia, los celos, la violencia desmedida.
Me atrevo a expresar que a este perro agredido lo venían
observando desde mucho tiempo. Razones pueden haber muchas. Los perros se
huelen para saber si pueden ser amigos o enemigos. Los perros sienten envidia y
odio cuando ven que uno de ellos tiene más entrada o es más agradable con las
perras. La ira la van acumulando y tienen una especial condición de comunicarse
entre pares, entre amigos. Y pareciera que planifican la acción en lugar y hora
señaladas.
La persecución es perentoria. Y pobre del que cae en
desgracia. Es posible que más tarde los seis agresores se transformen en diez. Es
decir, si algún vecino, institución o grupo social no tienen la amabilidad de
proteger y guardar (refugiar) al agredido, es probable que en cualquier momento
lo cacen y su suerte no sea igual a la de ahora.
Escrito por Carlos Amador
Marchant, lunes 29 de septiembre de 2014, en Valparaíso.
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