viernes, 20 de diciembre de 2013

Demoníacas mentiras y el calvario de José Domingo Gómez Rojas





Escribe Carlos Amador Marchant


Parece slogan o bien panfleto añejo, pero algunas señoras de palacetes lo siguen diciendo : “¡flojos inmisericordes, lo quieren todo a costa de nada!”“.
Lo cierto es que le ponen la soga al cuello al ciudadano desdichado.”No se cuentan para nada los intereses de (millones) muchos que gotean sangre para ganarse el sustento. Lo principal, ahora, está centrado en que sólo los empresarios prosperen”. Algo parecido a esto último, lo dijo nada menos que a comienzos del siglo 20 el Premio Nacional de Literatura José Santos González Vera. Entonces: ¿han cambiado las cosas?
González Vera irrumpía con su voz mientras observaba realidades de nuestro pueblo, situaciones, por cierto de su época, en tiempos de tranvías, minería, agricultura y la explotación por parte de latifundistas.
Los años han pasado y siguen pasando como seguirán los ríos hasta que este planeta deje de ser planeta. La pregunta es si han cambiado algunas cosas.
Por supuesto. Aunque la tecnología, por nombrar una, es y seguirá siendo la que acerca al individuo a las comunicaciones más expeditas, no ha sido capaz de erradicar miserias y establecer la unión y la paz entre los hombres.
Cuando González Vera escribió estas crónicas, hubo retumbos en su tiempo. Era la etapa de las ideas, de la poderosa Federación de Estudiantes, de los hombres que se forjaban solos, que leían solos, y llegaban a mantener una cultura y conocimientos que ya cada académico quisiera ostentar.
Si bien el siglo veinte fue protagonista de grandes pensamientos y efervescencia social, revoluciones, represiones, guerras; el presente nos mira con colmillos de tiranosaurio. 
De aquel tiempo proviene, sin duda, la imagen certera de José Domingo Gómez Rojas, el poeta de “Rebeldías líricas”.
Curiosamente, al paso de noventa y un años, el ambiente en Chile sigue siendo el mismo. Digo “curiosamente”, haciendo alusión a las prácticas de siempre, a las mentiras establecidas por quienes dominan la sociedad territorial.
Y no es casual que traiga al presente la imagen de este hombre masacrado en la cárcel, torturado, vejado, en momentos en que la sociedad chilena alcanza de nuevo (2010-2011) el protagonismo de la juventud, de los estudiantes que salen siempre en momentos en que las cosas no andan bien.
Pero a comienzos del siglo veinte la Federación de Estudiantes se alzaba como una de las fuerzas más cohesionadas de la historia, unida a las disímiles asociaciones, gremios, que se posesionaban del entorno no por cualquier cosa, sino por el hambre, el frío, la descomposición de una pésima estructura social amparada en la llamada República Oligárquica.
Aunque pareciera que la imagen de Gómez Rojas se ha mantenido acallada al paso de los lustros, en realidad son cientos los escritores y estudiosos que han preservado la imagen del joven poeta, sin dejar de decir que Chile tiende a olvidar, más aun con tanta basura en la televisión y en muchos medios de comunicación.
“Chumingo” como le decían sus más cercanos, o “El poeta Cohete” antes de comenzar su etapa creativa de “Miserere”, fue un poeta, por cierto, asaz participativo y contingente. La historia lo retrata como un hombre (muchacho) de mediana estatura, delgado, con un mínimo bigote. Sin embargo, nada de esto tuvo relación con su postura dentro de la vida santiaguina, donde se le conocía en los constantes mítines, reuniones gremiales y políticas. Fue un joven a quien era difícil acallar, de amplios conocimientos literarios e históricos y quien, a la vez, se transformaba al paso de los días en un ser que ganaba mucha simpatía y adeptos.
Su gran elocuencia y dinamismo lo hacía ganar vítores y aplausos. Si bien había salido de una familia pobre, su casa, sobre todo a una de las últimas en habitar en la Avenida Matta, siempre llegaban otros amigos que al paso de los años se transformarían en literatos de renombres, entre éstos. Roberto Meza Fuentes y los más cercanos, José Santos González Vera y Manuel Rojas.
Hay anécdotas exquisitas que retratan a Gómez Rojas como alguien que transmitía limpieza y dignidad. Gustaba actuar con la verdad por sobre todas las cosas. El propio Manuel Rojas narra en el año 1945 que en una oportunidad le pide un servicio: “Necesito que me hagas un favor. Me voy a presentar a un concurso teatral abierto por el Club de Señoras. Tengo la obra terminada, pero no puedo pasarla a máquina: debo preparar mis exámenes. ¿Podrías tú…?” . Unos minutos más tarde le diría: “Si me dan el premio, te daré el veinte por ciento. ¿Qué te parece?”
Rojas especifica que si le hubiera ofrecido menos igual le habría dicho que sí, porque: “tan seguro estaba de que jamás vería un céntimo: Chumingo llevaba una vida agitada y la experiencia me había enseñado que si hay algo con que no se debe especular, ese algo es en un concurso literario”.
En cambio Manuel Rojas, nuestro flamante Premio Nacional de Literatura se había equivocado. Porque al cabo de tres o cuatro meses apareció el poeta. “La Gioconda”, que así se llamaba la obra de teatro, había ganado: “Llegó a mi casa y con toda sangre fría, sin que se le moviera un solo músculo de la cara, contó ante mis ojos doce billetes de a diez: era el veinte por ciento ofrecido. Al día siguiente partí para unas vacaciones en Valparaíso, menos pesimista respecto de los concursos literarios y más optimista respecto del sentido de amistad y lealtad entre hombres”.
A veintinueve años de la caída del Presidente José Manuel Balmaceda (1891) muchos hechos de sangre golpean el suelo nacional. Más allá del tema salitrero, no podemos olvidar algunos acontecimientos en la región de Aysén, en la llamada “Guerra de Chile Chico” y que involucró a colonos que trataron de ser desalojados de sus tierras, precisamente, en los años a que hace mención esta crónica. Danka Ivanoff, narra en forma expedita estos hechos con estudios de época, en libro editado en el 2002.
Estamos hablando de persecuciones, de irreverencia sin nombre hacia quienes han tratado de consagrar la vida pacífica en nuestra sociedad.
Sin embargo, más allá de estas citas, lo acontecido en 1920, me representa como una voz de alerta en torno a los sistemas propagandísticos que logran confundir a la ciudadanía. Me refiero a las mentiras.
Porque cuando trato de situar al poeta José Domingo Gómez Rojas en este escrito, no lo hago sólo para seguir inmortalizando a un hombre de letras que murió sin alcanzar a vivir, sino más bien para situar los arrebatos de una clase social y por ende poderosa que por siglos de los siglos no extermina su odio ignominioso hacia los desposeídos.
Ya sabemos que en 1920 el gobierno que presidía Juan Luis Sanfuentes, en su afán de detener el creciente fervor que provocaba su contendor Arturo Alessandri, busca estrategias para desarticular esta efervescencia. Nada mejor que inventar una supuesta invasión peruana en la frontera del norte del país. Para los efectos, son centenares de jóvenes adeptos al gobierno que se enrolan en esta especie de show. Hay aquí, incluso, un conocido personaje del mundo eclesiástica chileno que marcha con los “llamados patriotas”. Los estudiantes universitarios, sabiendo que se trataba de una mentira, se opusieron. No satisfecho con esto, desde el palacio de gobierno se apoya en silencio a jovencitos conservadores y nacionalistas que provocan a diario a los estudiantes de la federación. Estas mismas provocaciones no sólo se manifiestan en la calle, sino que en el frontis de la sede estudiantil. La invasión a ésta fue en repetidas ocasiones, de acuerdo a lo narrado por José Santos González Vera, dos décadas después. Las golpizas iban y venían y cada vez con mayor fuerza. Se introducían por las escaleras y la trifulca era descomunal. Los universitarios, para colmo, no tenían protección policial, más bien éstos últimos dejaban que los desarraigados hicieran sus actos a la luz de todos. En las riñas volaban botellas de alcohol y hasta balazos por los contornos. Los usurpadores no conforme con pisotear a los dirigentes, todos ellos brillantes profesionales al paso del tiempo, saquearon la casa, rompieron lo que encontraron a su paso, quemaron libros, muchas reliquias históricas fueron masacradas. No contentos con este accionar que tenía como única meta parar el nacimiento de verdaderos líderes, y al mismo tiempo el descontento de la población, fueron tratados de antipatriotas por considerarlos amigos entrañables de los peruanos. Por esta razón, una vez en la calle, les exigieron que besaran públicamente el emblema nacional.
La persecución y destrucción del local universitario tuvo su punto final el 21 de julio de 1920 con la detención del joven estudiante de Derecho José Domingo Gómez Rojas. Si bien aquí comienza el llamado “Proceso de los subversivos”, más bien se inicia el calvario de un hombre que lo tuvo todo para ser un brillante servidor público.
Veo a Gómez Rojas, lo veo, lo palpo, siendo sacado a la rastra por las escaleras del recinto. Lo veo, lo siento sufrir en medio de la turba de nacionalistas. Siento cómo le dan de patadas, puñetazos, escupitajos. Lo veo ser trasladado a la cárcel ensangrentado. Lo palpo entre cuatro paredes del helado calabozo. Su “pecado” fue saber hablar bien, saber expresarse con inteligencia frente a los magistrados.
Lo veo y lo vuelvo a ver torturado. Le revientan la cabeza, le pulverizan el estómago. Desesperado por tanta furia animal, grita, enloquece. En vez de culminar con las torturas le lanzan agua helada, llenan de agua su estrecho calabozo para que duerma sobre la humedad. Lo escupen. Como corolario lo envían a la casa de orate. Es allí donde se suicida el 29 de septiembre del mismo año. Su locura también fue vinculada (¿verdad o mentira?) a una meningitis tardíamente tratada.
Hace unos meses, y esto es curioso, he sentido deseos de visitar el Cementerio General de Santiago de Chile. Este afán, ideado sin haber pensado aún en dar curso a esta crónica, tiene como misión ir a las tumbas de quienes fueron Presidentes de Chile en distintas épocas. Y utilicé la palabra “curioso”, porque el pensamiento que he tenido en estos meses respecto a estos personajes, es el mismo que el poeta José Domingo Gómez Rojas tuvo en sus últimos escritos que hizo al interior de la cárcel: “En esta cárcel donde los hombres me trajeron, en donde la injusticia de una ley nos encierra: he pensado en tumbas en donde se pudrieron magistrados y jueces que hoy son polvo en la tierra…..Creyeron ser la mano de Dios sobre la tierra, la ira santa, la hoguera y el látigo encendido, hoy duermen olvidados bajo el sopor que aterra, silencio, polvo, sombra, ¡olvido! ¡olvido! ¡olvido!”.
Cuando expongo el tema de las mentiras constantes usadas por muchos gobiernos de turno para acallar el avance de la verdad, pienso, precisamente, en estas palabras finales del infortunado Gómez Rojas. ¿Acaso todos estos seres que han dañado a la sociedad no piensan que se transformarán en polvo?. O a la inversa: ¿Será que lo han pensado y por esta razón hacen lo que esté a su mano para acometer en forma tan despiadada?.
Son miles de casos de mentiras salidas desde las esferas de los gobiernos. Por estos días, por ejemplo, después de tantos años, se investigan las causas reales de las muertes de los presidentes Frei y Allende y ahora se acopla la imagen del Nobel Pablo Neruda. La historia miente, los poderes de turno mienten. Cuando se descubra la verdad de asesinatos que han sido transformados en suicidios o muertes naturales, más las citas dadas al comienzo de esta crónica, el ciudadano común comienza a preguntarse en qué mundo ha estado viviendo desde tiempos aciagos hasta la actualidad. Fíjense ustedes, y me van a disculpar, que hasta me causan dudas aquellos encapuchados que aparecen siempre en las marchas multitudinarias y pacíficas de estos días. Se trata de turbas salvajes, minoritarias, pero que hacen destrozos terribles. Después de tanta farsa al paso de los años: ¿Acaso no se puede pensar que son enviados por los propios dueños del poder para desacreditar a los que salen pacíficamente a protestar por tanta barbarie?
Con todo, la muerte de José Domingo Gómez Rojas, en medio de la hambruna de la época convocó cerca de cuarenta mil personas a sus funerales. Esto último hace pensar en profundo.


4 comentarios:

Facundo Leylaf Ona dijo...
sobre los encapuchados en las marchas pacificas; tiene mucha razón son enviados por el régimen, de turno para enlodar una participación ciudadana, y desviar la atención del tema principal que nos convoca como deliberantes, estos cincuenta rompe-filas son siempre los mismos, están plenamente identificados es cosa de darles un golpe de corriente y se cabrearan de desestabilizar una convocatoria con todas las de la
ley. oh quizás cazarlos con redes para fieras porque para mi eso son descontrolados y alienados por quien esta detrás de ellos protestas legales.
León Danilo dijo...
Gracias, me gustó
León Danilo
Waldo Bastías dijo...
"Hola Carlos, excelente este trabajo sobre José Domingo Gómez Rojas. Ojalá lo leyera la gente joven para que conozcan lo que es la verdadera solidaridad, la lucha por los más humildes y el precio que se suele pagar por esto. Un abrazo."
Waldo Bastías
Norma Fariña dijo...
"Veo que ud es de los que luchan siempre. Saludos"
Norma Fariña

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