sábado, 28 de diciembre de 2013

SOBRE COSAS DE LA PAMPA-PAMPA



























Escribe Carlos Amador Marchant

No es difícil traer de un pasado reciente acontecimientos del desierto, de la pampa.
Es cierto, hasta la segunda mitad del siglo pasado, lo que leíamos sobre el hombre asentado en esos lugares, nos traía la tristeza elocuente del espacio solitario y misterioso, de los sufrimientos transformados en miserias y que, por ser hechos reales, precisamente de ahí nada se podía sacar más que pesares en vez de risas.
Justificando estos dichos, no nos quedaba otra opción que preguntarnos: ¿acaso debajo de esas piedras, de ese polvo asfixiante, podía encontrarse deseos de saltar, de palpar la belleza, de vivir? ¿Bajo esas paredes de latas y barro había espacio para recrearse y buscar amores, ésos que se auscultan y se piensan a la luz de las estrellas o cerca de un mar que nos da escenarios renovados?. Aparentemente, bajo esquemas distintos, creaciones distintas, da la impresión que la respuesta para estas preguntas eran negativas.
José Santos Ossa, uno de los exploradores de minas más exitosos de nuestra historia y quien, precisamente, nunca se cansó de investigar yacimientos de un cuanto hay de riquezas bajo tierra, fue quien dio el inicio a tanta historia humana después de descubrir el salitre en las tierras de La Chimba, más tarde transformada en Antofagasta en 1866, por ese entonces territorio boliviano.
Del descubrimiento a tanta creación de oficinas salitreras hay cantidades impresionantes de aventuras e historias, seres que están bajo tierra y que dialogaron y se entrecruzaron con las piedras y peladeros que ahora sólo el viento tapa en el devenir de los días.
Mario Bahamonde, nos dio la oportunidad de conocer más en profundidad de los que hicieron una vida dentro del desierto. A Bahamonde le debemos precisamente esto, el habernos adentrado en esta existencia casi desconocida en el siglo 20. Sabella, por otra parte, entregó también sus herramientas literarias para no olvidar cada espacio que estos hombres no sólo habitaron, sino que labraron en las más ínfimas condiciones.
Pero sin duda hay mucha vivencia tras las paredes y los cimientos del desierto. Hubo amores, hubo risas, hubo cantos, mujeres y alcohol, ilusiones. Los cementerios que lucen invisibles flores de papeles, los cementerios invisibles, pueden hablar en las noches bajo cero.
Terminado el siglo 20 nunca pude leer poesía fulgente sobre el hombre del salitre, sólo aproximaciones. Sin ser extremo en estas apreciaciones, por esta misma razón siempre se habló que desde el norte de Chile la poética surgía débil aunque hay muchos representantes que han logrado reconocimientos a nivel más allá de nuestras fronteras. Pero yo me refería exclusivamente a la temática del norte.
Hay asuntos por millones para dialogar y debatir. Pero aquí no existen reyes ni príncipes, sino más bien quienes han logrado introducirnos en el tema del desierto, el apasionante, el indeleble, y que nos nutrirán o nos han nutrido para un conocimiento más amplio de este tema.
Quienes hemos nacido en la zona norte de Chile sabemos perfectamente de nuestros intereses y temáticas. Por otro lado, si recurrimos a estrategias como decir que nuestro país por décadas sufrió de ser el patito feo en temas de desvestirse a la luz del día, es preciso entablar el tema de las nuevas frecuencias o cambio de interpretación de nuestra idiosincrasia.
Cachimoco Farfán y Expedito González me dieron el tema para esta crónica, dos personajes de “El Fantasista” de Hernán Rivera Letelier.
No quiero decir que es el primer libro de este autor que leo, sino más bien por el tema del deporte entre comillas, el deporte del fútbol, a esto que se le llama correr tras una pelota de cuero y que a muchos otros escritores les duele el pescuezo, que han tratado de deporte torpe, y que nombrarlos sería estropear la concepción de los minutos que nos circunscribe la vida.
Pues bien, recurriendo a estos dos personajes, sin dejar de lado los textos anteriores de este autor donde nos ha adentrado en temáticas tan profundas como humorísticas de este peladero del desierto, quisiera terminar con el asunto de la soledad creativa del pampino y de las oficinas salitreras, sin menospreciar a autores anteriores a él, diciendo o reconociendo que este creador representa la parte de un todo en cuanto al desierto salitrero, lo que podría llamar en términos literarios, un Santos Ossa: Ossa descubridor del salitre, Rivera Letelier, descubridor de la verdadera y total literatura sobre este tema.
Rivera Letelier, a quien conocí en encuentros nortinos cuando recién nos tratábamos de conformar como generación en la década del 80, no era un mal poeta, por el contrario, estaba dentro de los que innovaban estos caminos. Sin embargo un día cualquiera se lanzó con su pluma narrativa, asertiva, hasta nuestros días.
Porque el norte de Chile es toda una profundidad y al mismo tiempo una superficie.
Permítanme decir que las narraciones de Rivera Letelier no sólo identifican nuestras raíces, sino que las recrean y las vuelve al presente para regalarnos risa, humorada.
Es posible que sin su literatura pudiese haber olvidado estas situaciones de Cachimoco Farfán, los relatos deportivos junto a los centenares de locos que existieron en la época, que pululaban no porque se chalaron en tiempos de universidad, sino también por la pobreza de la zona.
Otros autores del norte hablaron sobre este tema. Yo recuerdo, en Arica, al “Socorro”, quien gritaba a gran fuerza por las calles del centro de la ciudad ¡¡Socorro¡ mostrando sus genitales y lanzando excremento en medio de las calles. Era la pobreza del puerto limítrofe con el Perú en la década del 70 post golpe.
Recuerdo los partidos de fútbol en Iquique, en el sector de la Plaza Brasil, partidos que comenzaban a las dos de la tarde y terminaban cuando oscurecía, es decir a las ocho de la noche. Seis horas peloteando con 16 jugadores por lado y cuyos arcos estaban señalizados con peñascos traídos del sector El Morro. Es decir, a Rivera Letelier, no se le escapa nada.
Mis vecinos replican desde los costados de las casas..¡¡qué pasa¡¡..es que yo lanzo carcajadas cuando leo las anécdotas y la narrativa de Rivera Letelier.
La verdad es que mientras pase el tiempo el norte de Chile seguirá iluminándose con su literatura, y no lo digo yo sino las editoras y miles de lectores que lo siguen por el mundo.
Nací en el norte, le conté un día a unos de mis paisanos sureños. Él miró mis canas y no dijo nada. Le señalé los montículos de la salitrera donde nació mi madre, aquélla que llevaba el mismo nombre del gran puerto donde el buscador de minas Santos Ossa instaló un banco con su fortuna: Valparaíso. El paisano me miraba. No decía nada.
Le dije que esos cerros, que en ésos, habían casas y que la gente se trasladaba y reía, que más allá, en la esquina invisible del fondo había nacido mi madre justo cuando mi abuela moría, que en ese cementerio se esconde una vida difusa y que en el viento no sólo está la pala entreverada, sino la vida que iba a ser y que ya fue.
El paisano sigue- seguía sin decirme nada.
Un periodista peruano ríe a carcajadas en una de las ferias del libro del año 2008, en Lima. La razón: entrevistaba a este novelista. El tema en cuestión fue la misteriosa vida de los pampinos, la historia y los personajes que deambulan en las obras del escritor chileno. Entre palabras y palabras llegaron al tema de “Santa María de las Flores Negras”, y Rivera Letelier, con su acostumbrada e irónica sonrisa, conversa sobre la bajada de los pampinos en la huelga de 1907, sincroniza con eufemismo, mira fijo, y habla de la valentía de los peruanos y bolivianos, de la hermandad de los trabajadores en conflicto, de que a muchos de ellos, antes de bajar el inmenso cerro que accede a Iquique, le dijeron que regresaran a sus países de origen, pero prefirieron quedarse junto a sus hermanos chilenos. Murieron en la Escuela Santa María cuando las tropas enviadas disparan sobre los desprotegidos trabajadores. Hernán Rivera Letelier, nombre que sabe a caudillo, explica al periodista los años que le correspondió investigar sobre esta masacre, y luego dice: “Chile, Perú y Bolivia, por su historia y amistad deberían ser un solo país”…luego mira y saca su misma sonrisa irónica y gatilla con humorismo “Claro, el país se llamaría Chile” (ambos ríen a carcajadas). Ocurre que el novelista ha sabido ganarse a la gente.
La pampa es de largo aliento, no creo en quienes dicen que el tema se está agotando en las manos de este escritor. Soy un convencido que buscarle un sucesor será lo complicado.

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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

Carlos Amador Marchant.-

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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