
LA
MUERTE BUSCA A LA VIDA
Escribe Carlos Amador Marchant
Escribe Carlos Amador Marchant
Buscando,
rebuscando textos antiguos, lanzando al suelo otros que están encima
y que no dejan ver a los que queremos hallar, de repente, sorpresivo,
como un pequeño gran sol que aparece en el afán de no querer
desaparecer, me encuentro con un libro de carátula roja. Qué podrá
ser me pregunto, qué escritor duerme en esas hojas envejecidas por
el paso del tiempo y la tecnología.
Me
acerco más y me tropiezo con Nicomedes Guzmán. Pero quién es,
quién fue este Guzmán agazapado, qué es esta “La Sangre y la
Esperanza” que me mira como asustada y sonriente, como diciendo que
ya era hora que la sacaran de la oscuridad más oscura, de estos
caminos del silencio.
Y
ahí está, la misma Quimantú de su primera edición salida en 1971.
Hablo de tres tomos amarillosos que lanzan polvillos por las narices,
aquel polvillo de los tiempos, recibido del implacable que cae en
todos los rincones, en las paredes, y que deteriora los textos de más
de cuatro décadas conservados en mínimas casas y bibliotecas
privadas, donde en ocasiones son cuidados como verdaderos tesoros
testimoniales.
Libros
difíciles de leer por la toxicidad que emanan producto de la calidad
del papel de edición. Buscando estrategias de lectura, me atrevo a
decir que hay que usar mascarillas para poder seguir el curso de sus
letras.
Sin
embargo, quien tenga estas obras, puede sentirse afortunado en cuanto
a poseer pequeñas reliquias de época y de convulsión
social.
Guzmán,
en su tiempo, provocó más de alguna apatía por su temática, me
refiero a sectores contrarios a los suburbios y la miseria del
tiempo. Es posible que muchas casas de Chile mantengan arrinconadas
estas obras, las llamadas “de bolsillo” y que en la década del
70 eran llevadas en las manos por los transeúntes que subían a los
micros.
Puede
que se encuentren también en las librerías de viejos o en aquellas
míseras imágenes de gente que se aposta en las ferias a vender
obras de autores que descansaban en fétidos rincones de casas
antiguas.
Hay
quienes se preguntan cómo puede subsistir un vendedor de viejos en
las ferias. Sin embargo, muchos recorren esos sectores del mundo
aciago, recorren esos escondrijos meticulosamente y sacan lo que
supuestamente a nadie debe interesar, adquiridos, al mismo tiempo, a
valores ínfimos. Con todo, es mejor que esos textos abandonados
tengan de nuevo un lugar de cobija antes que se sigan deteriorando en
las sucias avenidas.
Vuelvo
a Nicomedes Guzmán, a quien vivió tan sólo 50 años (1914) y que
falleciera antes de la llegada del gobierno popular al poder (1964).
Creador audaz y mordaz, proletario por esencia, representó a la
generación del 38 no sólo participando de la vida literaria de
nuestro país, sino también de su civilidad.
Observar
un libro de esa época resulta algo curioso, transporta las tristezas
de un momento, contradicciones que quedan estampadas en medio de un
estupor. En todo caso Guzmán se concentró en narrar apasionadamente
la miseria de suburbios, íntimamente identificado con personajes de
vidas precarias, ladrones, prostitutas, trabajadores explotados,
gangrena de ésa y lamentablemente de todas las épocas del ser
humano.
Ricardo
Latcham al referirse a “La Sangre y la Esperanza”, expresa: “Esta
novela es un reflejo consciente del medio que circunda al autor y por
eso se transforma en literatura tendenciosa, esto es, de tendencia en
el más puro carácter que puede darle el rumbo objetivo del
desenvolvimiento social”.
Cabe
señalar que el naturalismo de Guzmán, la época y lo que imperaba
en el mundo de comienzos del siglo 20, transforman al autor en algo
valuable por la etapa del país y del continente.
Escritor
avezado o no, eso importa poco. Para los efectos debo recordar una
etapa de tertulia de hace unos años. En la oportunidad se me ocurre
hablar de la narrativa de Nicomedes comparándola con la de otros
escritores de su tiempo en Europa y nuestro continente. Recibí, por
cierto, réplicas flamígeras por parte de los más viejos. Entendí
que su nombre no había que tocarlo en el real contexto.
Latcham,
quien prologa el libro de Quimantú, dice al respecto: “Guzmán
domina muchas condiciones del buen escritor, pero no disciplina aún
su estilo por hacer concesiones a la facilidad caudalosa. Pero la
fuerza que lo sostiene y el sincero tono que exhala toda su narración
hacen perdonar los agravios que, no siempre, inflige a la
lengua”.
Leamos
algo de esta obra: “Bajo, de una estatura que traicionaban apenas
unos cuantos edificios de dos pisos, arrugado, polvoriento, el barrio
era como un perro viejo abandonado por el amo. Si las lluvias y las
nieves de aquellos años tuvieron para él azotes de inclemencia, el
buen sol supo resarcirlo en su desamparo con las profundas caricias
de sus manos afectuosamente calientes. Y hasta buscó, a la llegada
de los crepúsculos, en los ojos turnios y legañosos de sus
ventanas, el reflejo de sus largas barbas, antes de despedirse del
mundo y de los hombres.
Era
la vida. Era su rudeza. Y eran sus compensaciones.
Y
nosotros, los chiquillos de aquella época, éramos el tiempo en
eterno juego, burlando esa vida que, de miserable, se hacía
heroica.”
A
los textos publicados por el autor hay que resaltarle también su
aporte editorial. Fue él quien estuvo a la cabeza de las Ediciones
Cultura, que funcionaba en la calle Huérfanos 1165. Cosa curiosa, en
un libro que le publicó al narrador nortino Mario Bahamonde, fechado
en 1946 (que también conservo como una pequeña-gran reliquia) las
Ediciones Cultura expone el teléfono que usaba en su oficina: 81291.
Y la casilla 4130 de Santiago. Ahora inexistentes, sólo quedaron en
el papel.
Fueron
varios los autores que tuvieron el privilegio de ver publicadas sus
obras bajo la batuta de Guzmán. Entre éstos: Francisco Coloane,
Raúl Norero, Reinaldo Lomboy, Mario Bahamonde, Oscar Castro,
Guillermo Valenzuela Donoso, Gonzalo Drago, Juan Donoso, Nicasio
Tangol, Baltazar Castro, Andrés Sabella, Eduardo Elgueta
Vallejos.
Mirado
desde cualquier punto de vista, el haberme encontrado frente a frente
con esta obra “La Sangre y la Esperanza”, buscando y rebuscando
como dije inicialmente, sólo habla que este o estos libros quisieron
reencontrarse con la vida, la vida de este tiempo sin dejar morir el
pasado.
Escrita el 18 de diciembre de 2009
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