No acostumbro a quedarme hasta muy tarde frente al computador. Es mejor escribir de día, me dije una vez mientras surgían esos versos ya antiguos: "Yo no quiero escribir hasta las cinco de la mañana".
Es verdad. Por lo menos es mi verdad. Hay quienes, no cabe duda, gustan quedarse hasta altas horas de la madrugada e, incluso, algunos se amanecen.
Pero esta vez estoy sobre la noche y es tarde. No quise irme a dormir muy temprano o, tal vez, los pensamientos, las visiones terrestres y callejeras inducen a quedarme unas horas más frente a las teclas. Lo cierto es que las repercusiones que sacuden mi esqueleto, tienen que ver con la pobreza en las calles de mi patria. Me doy cuenta, tal vez demasiado tarde, que en mi país se reparte la crueldad por todas las avenidas, por poblados, por ciudades. A medida que entran más años a mi arquitectura, veo desplomarse la sociedad.
Hay quienes quieren trabajar por mejorar esta situación que hoy por hoy es más cruel. Y esas personas, ciertos líderes, son aquellos valientes que aún quedan en el planeta.
Hay un rechazo, una persecución hacia todos quienes busquen paz y bienestar. Es decir, existe una enfermedad maligna que se esparce. Hay seres malignos.
Y es esto lo que no me hace dormir aún. Estoy meditando en una noche de invierno de 2021, en el mes de agosto, el más frío del puerto de Valparaíso. Y aunque no quiero escribir hasta las cinco de la mañana, estas letras improvisadas surgen en medio de los seis grados de temperatura.
23 de agosto de 2021
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