Oliver Welden, en sus últimos meses de vida.
Escribe Carlos Amador Marchant
A las tres de la mañana del domingo 31 de enero de
2021, un día, curiosamente, muy lluvioso en Chile, fallece en España, el poeta
chileno radicado en ese país desde el año 2008, Oliver Welden. La comunicación
en directo me la hizo llegar su hermana desde Santiago, quien se mantuvo en contacto
con el destacado literato hasta sus últimos segundos. Estábamos al tanto sobre
este final. El propio poeta se encargó de dar a conocer los meses que le quedaban
de vida tras un diagnóstico de cáncer que se había anunciado desde un tiempo.
Welden había partido de Chile al mediar 1975 junto
a su esposa, la también desaparecida (2003) poeta y académica Alicia Galaz
Vivar. Estaban en Arica. Ambos trabajaban en la ex Universidad de Chile, y salieron
cuando la asfixia, la contaminación de la dictadura militar pisoteó todas las
posibilidades de seguir haciendo un desarrollo pleno en la literatura.
Fui quien los despidió luego de muchas jornadas de
poesía, diálogos en secreto, porque ya no se podía hablar a voz alta. He vivido,
en otras palabras, despedidas constantes. Recuerdo la extensa caminata por los
pasillos de esa universidad, el último día: “Alicia caminando con la cabeza altiva,
pero mirándome con lágrimas en los ojos. Y Oliver abrazándola, dándole su apoyo
en esos momentos en que todo se quebraba, definitivo, en la sociedad chilena”.
La universidad ya no fue la misma. Emigraban los
creadores de la revista “Tebaida Chilepoesía”, y el sitio donde estudié Pedagogía
en Castellano, representó un peladero como el mismo desierto ariqueño.
Eran instantes del telégrafo, de las cartas, de la
imprenta y del roneo, y quien no mantenía una dirección postal fija (fue mi
caso) perdía contacto con los seres más cercanos. No había forma de indagar
como ahora. Entonces les perdí el rastro. El 2005, es decir, tras veintiocho
años desde la partida, Oliver Welden reaparece luego de tres décadas de
silencio literario. Alicia había fallecido dos años antes. Su muerte golpeó
duro al poeta.
Una vez que lo contacto en Estados Unidos en la era
internet iniciamos una fluida comunicación. Le hago llegar tres libros de mi
autoría. Al alejamiento de ellos yo no contaba con libros editados (tenía 20
años), y su alegría fue tal que se traslada con ellos a la tumba de Alicia Galaz,
a quien le expone, entre gritos, que allí estaba, que había aparecido, el poeta
del norte extremo de Chile, de quien no sabían en tres décadas. Esa acción,
narrada por el propio Welden, por cierto, me conmovió eterno.
Su traslado al viejo continente,
de acuerdo a lo que me narró, fue pleno de complicaciones. Embalar cantidades
sorprendentes de textos acumulados de toda una vida, testimonios, “vanidotecas”,
etc. no fue un trabajo menor. Welden quería establecerse otra vez, escribir,
ganar tiempo. Estuvo en Suecia, luego en España. Y trabajó fuerte, a conciencia.
Encendió los motores de los cientos y cientos de contactos con el mundo y se
quedaba hasta altas horas de la noche. Estaba aquí y allá, no perdió ni un segundo.
Desde cada sitio que visitaba enviaba postales.
Lo entrevisté el 2008 para
reactualizar su mundo literario, de tal forma que nos narrara su paso por los Estados
Unidos y accedió. Es probable sea una de las conversaciones más sinceras desde
su silencio tan extendido.
El recuerdo de “Perro del Amor” en Chile, era
fuerte aunque también corría el riesgo de diluirse. Por esta razón, antes de
instalarse en el viejo continente, Dave Oliphant, traduce sus textos al inglés
y son editados bajo el título de “love Hound”, el 2006: “Amo la coronta de la
manzana comida por ti,/dejada en el cenicero, entre mis colillas,/con sus pepas
y tallo olvidados,/como para que yo simplemente los mire/y recuerde que donde
ahora estás no es lejos,/pero que nunca conoceré el camino.” El mismo año ya
comenzaba el poeta a retomar el camino de las publicaciones. “Ediciones LAR”
(Literatura Americana Reunida), muestra sus denominadas “Fábulas Ocultas”,
donde vuelve a mostrar esa veta que le conocíamos: “Debo colgarme de un árbol
-cual fruta extraña-/y esperar a que madure o caerme de podrido.”
Con Welden establecimos diálogos
constantes. Me llamaba por teléfono desde Europa y recordábamos viejos tiempos
del norte chileno. Volvían los pasillos de la ex Universidad de Chile, la
efigie de Andrés Bello a la entrada del Aula Magna, el mar del Chinchorro y el
antiguo pasar del río San José, con sus aguas desbordadas que muchas veces
entraron a las salas de clases. Nos veíamos conversando en los pasillos de esa
Casa de Estudios Superiores en los buenos tiempos, y en los malos, cuando tuvo
que oficiarla de lector de noticias en la desaparecida Radio Arica. Un mes
antes de morir, escribe reflexiones, precisamente, sobre este nuevo desafío de
desaparecer de la Tierra. Tituló este escrito como “Níniver”, que tiene que ver
con la pronunciación de su nombre por parte de un niño. Aquí, haciendo alusión
a muchos recuerdos, en un escrito de 23 páginas, expresa: “El tiempo futuro es
eterno, el tiempo presente ya no existe, el tiempo pasado permanece para
siempre”.
Constantemente manifestaba
el deseo de finalizar su trabajo sobre los acontecimientos del 11 de Septiembre
de 1973. Desde su salida del territorio nacional lo acorraló esta especie de
espina. Fueron muchos años de sufrimientos; la muerte del Presidente Salvador
Allende, el Palacio de La Moneda bombardeado.
De repente, un día
cualquiera del año 2010, comunicó que la Editorial LOM publicaría dichos
escritos. La impecable edición nos hace recorrer por todos los momentos
acontecidos, pasando desde el bombardeo, hasta la extracción del cadáver del
Presidente Mártir. Su meticulosidad permite citas de diferentes autores en el
encabezamiento de cada poema e incorpora a tres presentadores: Renard
Betancourt, Virginia Vidal y este cronista: “A grito pelado/lo sacan/veloces/por
un costado/del Palacio/cruzando/al trote/la calle/de la Moneda/por la
vereda/Este de la Plaza/./sobre una camilla/al hombro/y sangoloteado/tapado/con
aguayo/tal vez/debajo/envuelto/en plástico/por lo de la sangre/por lo de la
sangre/y a gritos/a gritos/rápidos/muy rápidos/se abren paso/veloces y
violentos/y/de/sa/pa/re/cen.
En la oportunidad le
propongo hacer un lanzamiento en Valparaíso y accede. Hicimos la presentación
en el Palacio Rivera, un antiguo edificio que se encuentra en el sector bohemio
del puerto. Logro, por vez primera, que Oliver Welden me hiciera llegar una
grabación con su imagen y voz. La misma fue expuesta en esa reunión realizada a
comienzos del año 2011.
Lo cierto es que la
actividad del poeta desde el extranjero era la de un hombre con energías
desbordantes. Es así que en el 2014 aparecen “Los Poemas de Suecia”, con la
traducción de Daniel J. Nappo: “Necesito escribir algo esta noche pero no sé
qué ni en qué idioma. En vuelo sobre el Atlántico (frase completa en inglés que
no vale). Me voy. Me largo. Dije hasta luego. Adiós. Total. Lo que sea. Yo en
este avión en vuelo hacia Suecia. Lo que dejo atrás es mi hijo. Él permanece en
el territorio de sus raíces: USA. Su país nunca fue mi tierra (sus palabras).
Me marcho volando. A Suecia, en vuelo sobre el Atlántico.”
Al leer a Oliver, su
sensibilidad en la escritura, la profundidad en cada sílaba, me logran producir,
finalmente, una pena enorme.
Y luego vienen otros textos
inéditos que me hizo llegar en sus momentos diversos: “Corazón de la Sangre” y “Testimonio
del Escriba”. Su avidez en la lectura, y la escritura al mismo tiempo, le daban
la razón fundamental de su existencia en la otra parte del mundo. Y nos
escribíamos, nos comunicábamos constantemente. Celebró mis crónicas junto al
también desaparecido Luis Sepúlveda. Me tradujo poemas, me enviaba saludos de
cumpleaños, nos contábamos anécdotas.
Pero de repente empecé a
sentir un silencio prolongado, un silencio más allá de lo acostumbrado. Le
enviaba email y no contestaba con la celeridad de otros momentos. Entre uno y
otros instantes pensé que el tiempo le estaba escaseando, que los contactos,
que el mundo, que el tiempo apremiaba. El silencio cada vez se fue acentuando.
Hasta que un día me dio a entender que había tenido ciertas dolencias físicas.
Hubo recuperación. Volvía a contestar como antes. Pero, sorpresivamente la
comunicación se cortó y ya Oliver dejó de ser el mismo.
En el mes de julio del año
2020 fue cuando le anunciaron unos meses más de vida. Entonces, tomando fuerzas
de flaqueza hizo todo lo que le faltaba por hacer. Y un día, oficialmente, se despidió
de mí. Dejó toda la comunicación posterior en manos de su hermana de Santiago
de Chile.
Y fue ella quien me comunicó
la triste noticia de su fallecimiento. Oliver eligió un sitio con muchos pinos,
un lugar que al decir de Maggie (su hermana) siempre le trajo muchos recuerdos
de Chile. Su cuerpo será cremado y en ese sitio denominado El Bosque de Los
Pinos en Torremolinos, sus cenizas serán lanzadas para que sus ojos se esparzan,
definitivamente, por el universo.
Hombre Carlos Amador, tu artículo ya se lo quisieran muchísimos poetas que mueren por ahí, olvidados. Altamente emotivo, casi conmovedor, por el amigo muerto. Alguien dirá o escribirá una palabra por mí, cuando ya no exista? Y gracias por contarnos tanto sobre Oliver, a quien debí conocer en Arica en el 68', 69', cuando hice allí mi servicio militar.
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