jueves, 8 de agosto de 2019

LAS DEMOLICIONES






Escribe Carlos Amador Marchant



Por esas noticias que llegan temprano por la mañana o muy tarde en la noche, y que hacen sobresaltar como cuando alguien ha muerto, me comunican la demolición de un liceo en el norte de Chile. ¿Pero qué tiene de significativo la demolición de un edificio, si en el territorio, en el mundo, a cada segundo echan abajo cientos y miles de edificaciones?. Mi respuesta es, simplemente “intimidad de espacios que, a la larga, en lo físico, son, asesinados”. Egresé de cuarto medio, en 1973, de ese establecimiento educacional.
La recolección de datos respecto a lugares educativos de mi niñez y adolescencia dicen que, en circunvolución o no, todos, sin remediar, al paso de años, han sido derrumbados. La histórica Escuela Santa María (Iquique-Chile), sitio de los primeros años de contacto con profesores, cayó fulminada por crueles máquinas de hierro el 2011. Creo que este sitio, con todas las explicaciones dadas antes y después, pudo haber sido rescatado sin fines políticos, sino más bien para enseñar que la barbarie humana (masacre de obreros en 1907) no deberá repetirse dentro de nuestra civilización. Pero ha sido todo lo contrario. Parece quieren tapar la historia con demoliciones. Ocurrió algo similar con el liceo de hombres de la misma ciudad, pero muchos años antes, por allá, muy lejos, en la década del 70.
En el caso de esta demolición del liceo N.º 2 de Arica, motivo de esta crónica, es totalmente distinto. Acá se trataba de un edificio sin grandes pretensiones arquitectónicas, y que fue diseñado con el estilo improvisado de segunda mitad del siglo 20, de lo que podríamos llamar “la cultura del desecho”. En otras palabras, su demolición obedece al deplorable estado al paso de los años, y a la necesidad urgente de mostrar una nueva cara para la ciudad del siglo 21.
Pero junto a esto está el otro rostro del tema, es decir, el asunto romántico, y que, por lo general atañe a un gran número de seres que vivió allí especiales momentos de adolescencia, muchos de ellos, incluso, se casaron.
Entonces es probable que, antes de un derrumbe emerjan un sin fin de anécdotas, olores, amores a arbustos que siempre se mantuvieron allí, murallas, rincones que se palparon, y hasta los pizarrones que hicieron sonar la tiza del maestro cuando enseñaba matemáticas.
Por lo general los recuerdos afloran con más fuerza cuando asoma la adultez. No es así en los primeros años tras haber dejado el establecimiento, donde lo único que se piensa es buscar una forma digna de ganarse la vida o de ansiar ser “alguien” en esta existencia donde, a fin de cuentas, terminamos siendo nada.
En mi caso, al ver un vídeo de la demolición del edificio, se hizo presente la nostalgia propia de quien pierde un pedazo de vida. Por los pasillos de ese liceo miré el sol del norte, el sol de Azapa, el sol de Lluta. La carretera Panamericana y el Río San José saludaron siempre con sus brazos extendidos. Traje la zona Industrial de esa ciudad que en la década del setenta del siglo veinte, era la imagen distinta del desierto, era el aire cosmopolita.
Y si bien mi acercamiento a la literatura se inició en distintos sitios de Iquique, en las ventanas de este liceo ahora demolido, donde crecían tímidos arbustos, me animé a escribir los primeros poemas. Eran poemas de mentira. Copiaba textos de artistas famosos, los fusionaba y daba origen a geniales y despiadadas obras para ser mostradas a amores imaginarios. Estos pasillos traen a muchas liceanas de risas limpias, ágiles, donde la vida salpicaba como líquido de cataratas.
Esos poemas de mentira dieron origen a incipientes escritos verdaderos. Aquí nacieron los primeros cuadernos con versos escritos a lapicera azul. Los cuadernos pobres, de hojas verdes, se llenaron.
Entonces el liceo, este liceo que ya no existe en su estructura, esconde muchas de mis palabras iniciales. Están escondidas debajo de los pupitres, entre muebles que dejaron de existir junto a las salas. Esas palabras iniciales van de la mano con mi arquitectura delgada, y se esfuman como fantasmas en medio de ojos.
No cabe dudas que alguien, algún día que no figura en calendarios de papeles, las hallará entre esos nuevos pabellones, en los nuevos y elegantes pabellones, cuando yo haya volado, ciego como refugiado, a otros mundos desconocidos, buscando otro liceo tal vez, parecido a este.



8 de agosto de 2019, Valparaíso.-

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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

Carlos Amador Marchant.-

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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