Por: Carlos Amador Marchant
Dejar la escritura por largos meses, sin siquiera desesperarme, ha sido cosa extraña. No cabe duda, eso sí, que acá, ni más ni menos, intercedió el mentado covid 19 y los casi dieciséis meses encerrado.
La llamada pandemia pareciera irse, pero vuelve. Muchos cercanos han muerto, han desaparecido del planeta. Esto parece cuento escrito en noche desolada. La fragilidad de la vida ha quedado de manifiesto mientras sigue en desarrollo la hecatombe. Los medios de comunicación dicen mil cosas. La gente escucha en sus casas. Hay incertidumbre.
Los políticos se las arreglan para seguir con sus carreras. El gobierno promulga acciones que nadie entiende. El virus pareciera danzar por las calles. En Chile, es verdad, la gente, obligada, sale de sus hogares. La necesidad de sustento apremia. Los profesionales de la salud expresan que en el país se observan dos escenas diferentes: la que está dentro de los hospitales (infectados y muertos) y la que se desarrolla en la ciudad, donde se puede ver a los ciudadanos deambular, porque hay hambre, porque la pobreza se ha agigantado.
Este asunto del virus parece que se va, pero vuelve. La prensa escrita, radial y televisada, ayuda y a la vez neurotiza. Si bien la virtualidad es el esquema de sociedad futura, por todos lados nos damos cuenta que nos llegó muy de prisa. No estamos preparados, dicen algunos. Falta un cambio total de paradigma. No hay infraestructura requerida. Los estudiantes han pasado bastante tiempo en clases online. Los profesores están colapsados. Los profesionales de la salud, también. ¿Estamos preparados para normalizar las actividades?. Aún existe temor. Todos se miran. Tal parece que la realidad dice que aun no es tiempo de volver a lo presencial.
La pandemia ha hecho de las suyas y muchos han perdido fuentes laborales. No existe una protección estatal, real. Bonos miserables han obligado a la gente a usar sus escuálidos recursos de las AFP para poder subsistir. Hay desamparo. Chile, país de multimillonarios, mantiene por décadas a su pueblo empobrecido. Todo se hace con meras improvisaciones. A la hora de la verdad, debemos ser honestos y decir que tenemos un gobierno ineficaz y egoísta.
Enumerar deficiencias en momentos en que han muerto miles de personas, es llenar páginas completas. Y los políticos se las arreglan, en cambio, para seguir con sus carreras. Viven pensando en candidaturas, en primarias, se postulan entre ellos mismos, no consultan, imponen, engañan, siguen engañando.
Con todo lo expresado, dejar de escribir parecería obvio. Porque se perdió el espacio, la tranquilidad, la visión de mundo. Y en el entorno se ve, se percibe, una especie de cruel decadencia social.
Antaño, pero del antaño de hace muy poco, releía y leía a grandes autores, compraba libros en distintos sitios. Ahora, parecen textos que descansan arrumbados en repisas.
¿Qué pasará mañana?. Me refiero al mañana de 24 horas, no al de 30 o 40 años. Nadie sabe. Los políticos parecen pasearse en un circo de carpa deprimente. Nadie cree en ellos. Todos están informados de robos alarmantes. La peste de corrupción está en todas las instituciones del Estado. Se jactaba nuestro país de ser el ejemplo de todo el continente, donde la limpieza y la honra brillaba por todos lados. Era mentira. Hasta la iglesia pierde adeptos. Es la fría realidad. Es la crónica que podría llamarse “Monumentos a la mentira”. Y parece que me quedaré con este título.
29 de julio de 2021
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