sábado, 21 de diciembre de 2013

La “Oscura Palabra” de Oliver Welden


Escribe Carlos Amador Marchant

“Oscura Palabra”, poemario de Oliver Welden nos presenta una retrospectiva que cala hondo, aún luego de pasar cerca de treinta y un años de esos acontecimientos negros en la historia de Chile: la dictadura militar, el golpe de estado, la visión de un poeta que narra y vive momentos trágicos de su exilio.
Con sólo veinticinco poemas, el autor logra posesionarnos de una realidad que, por más que quisiéramos olvidar, está viva, más aun cuando la entrega de esa manera, profunda, áspera, terriblemente conmovedora.
Oliver Welden nos ha proporcionado una sorpresa y una alegría. En artículo pasado hacía alusión a este reencuentro después de treinta años. Dije, en la ocasión, que era posible que mientras leyeran el artículo correspondiente a diciembre, se reiniciaría ese contacto. Y así fue. Welden me llama desde Estados Unidos y conversamos por varios minutos. A las semanas siguientes llega desde el país del norte su manuscrito inédito “Oscura Palabra” que triplica la alegría anterior.
Mientras en distintos medios de comunicación se seguía hablando del legendario poemario “Perro del Amor”, a quien, telefónicamente, Oliver sonriente califica: “éste ya no es un perro, sino “un quiltro”, por el paso de los años, nosotros nos asombramos por esta buena nueva que da paso a releer a este autor que nunca dejó de escribir, que hoy sale de nuevo a la luz, para el deleite de sus seguidores.
En “Oscura Palabra”, Welden nos transporta a sus calles, a ese mundo que tejió en la lejanía, a ese mundo que contrajo y apretujó en su mente. Pero, primero, nos prepara, nos lleva a compartir con él una serie de reflexiones, donde no están ausentes citas de Alicia Galaz Vivar, Gonzalo Millán, Enrique Lihn, la Mistral, Winnet de Rokha, entre otros. Y, luego, de repente, nos invita a pasear por esa etapa de Chile simbolizada en “La Victoria” de la Unidad Popular y, la tétrica irrupción de la dictadura.
La extraordinaria capacidad artística del autor, nos permite entrar y ser parte de esas escenas vivas: Allende en el balcón de La Moneda, con cantos y vítores lanzando su primer discurso después del triunfo presidencial. Welden nos proporciona la posibilidad de revivir esos momentos, pero al mismo tiempo está agazapado, pareciera sentado en un rincón de su pieza, en la soledad de ese exilio en Estados Unidos.
Pero acá hay que detenerse un poco. Todo verdadero artista está capacitado para hacernos vibrar, introducirnos en su obra, llorar si es posible, y este poeta puede hacer todo eso y lo logra de una manera natural, que fluye, más allá de toda formulación empírica.
Estoy hablando de un verdadero artista, de un hombre que ha guardado silencio y hoy sale a reencontrarse con nosotros, enhorabuena, cuando necesitamos de la buena poesía.
En su retrospectiva temática, y que al mismo tiempo es presente vivo, mientras escuchamos (porque es como escucharlo) el discurso inicial de Allende, Welden va incorporando una lista de amigos y seres cercanos de ese tiempo: Hernán Jara, Leonidas Zapata, María Soto Luna, Graciela y Pelayo Guajardo Sandoval, Gilda Galaz Vivar, Germán Bueno de la Cruz, Alicia Galaz, Andrés Sabella, Luis Moreno Pozo, Ariel Santibáñez, Omar Lara, Mario Milanca, Pepe Promis, Gonzalo e Hilda Rojas, Edilberto y María Domarchi, Elena Nascimento, Guillermo Deisler, Hernán Lavín Cerda y muchos, muchos otros, a quienes los incorpora en su camino al pasado y su carretera que está llena de ellos.
Es pues, esta obra, un trabajo realizado en el fragor de los golpes de Vallejo, de la lejanía, de ese espejo negro que nos dejó la dictadura.
Y luego, el terror de esos días, el informe sacado de The Institute of Strategic Studies, Londres 1973, 90 mil uniformados y la artillería pesada, el discurso final del Presidente mártir y su muerte, sacado su cuerpo fuera de La Moneda: “A grito pelado lo sacan/veloces/por un costado del Palacio/cruzando/al trote/la calle/de la Moneda/por la vereda/Este de la Plaza/sobre una camilla/al hombro/y sangoloteado/tapado/con un poncho/tal vez/debajo/envuelto/en plástico/por lo de la sangre/por lo de la sangre/y a gritos/a gritos/rápidos/muy rápidos/se abren paso/veloces y violentos/ y de sa p a re cen.
La mancha negra se pasea por las páginas de esta obra. Porque Welden lo siente, los que vivimos esa época lo sentimos: “Al día siguiente/miércoles 12 de septiembre de 1973/quemábamos libros/en un gran hoyo hecho con pala/y al amanecer del jueves 13/y al mediodía del viernes 14/con cuidado/en el patio trasero/de no levantar una columna de humo/en primavera…”
La riqueza expresiva de este poeta está en cada rincón de sus versos. Se trata de un escritor que sabe de su oficio, que da a cada sílaba el significado de lo profundo, de sus sentimientos. Vemos en él al hombre que se alejó de su tierra con un deseo imperecedero de volcarse a narrar el quiebre de sus días, el quiebre generacional, un poeta que todo lo siente, que todo lo entrega, que hace de sus días una constelación que ha de llevar eterna.
En el poema denominado “Cuando la nieve se derrite-Dónde se va lo blanco”, título decidor para la temática de la obra, irrumpe con su lejanía triste, solitaria: “Esto de cambiar la voz, el color de los ojos, la caligrafía,/países, estaciones, puestas de sol, el idioma,/cuando es necesario un lugar largo para vivir y duradero/como el nombre que te acompaña para toda la vida….”.
El tema es dónde quedamos nosotros, en qué sitio, en qué recoveco social, cuando se nos ha cortado una parte de nuestra vida, cuando te han cortado las alas y mueres a pausas, con una dictadura que te azotó la mente y que te la golpeará por el resto de los días. Welden, dice al respecto: “Y aquí nos quedamos con las mismas viejas fotografías”. Y luego se vuelve a preguntar: “Cuando la sangre se seca dónde se va lo rojo”. Y: “Somos tantos y no nos oyen: no tenemos nada y todos nos ven”
La poesía de Oliver Welden, como la que nos dejó hace treinta años, está más vigente hoy que ayer. Su nueva aparición por escenarios de la poesía dice, precisamente, que no son los años, ni las carreras locas por lograr el estrellato, los que hacen a un verdadero artista. Estamos hablando de un poeta mayor que deberá ser reubicado en el sitio que le corresponde. Nos alegramos por eso.

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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

Carlos Amador Marchant.-

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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