Escribe
Carlos Amador Marchant
Comprarse
una lechuga en el siglo 21 no es cosa fácil. Hace treinta años
imaginábamos. Ahora lo vivimos. Ir a la feria, por cierto, para
buscar lo barato, lo fresco, ese olor a campo recio y limpio, se
transforma lisa y llanamente, en un terror.
Es
decir, ya no se goza.
Pero
cómo gozar si “una luca”, en Chile, no vale nada. ¿Qué es una
luca?: 1.000 pesos. Con este billete, hasta hace tres años, se
lograba comprar varias cosas relacionadas con víveres o verduras.
Sin interesarme el tema de gobiernos de turno, hoy, en este instante
(noviembre de 2018), con esa misma “luca”, con suerte alcanzamos
a adquirir un kilo de tomates. Entonces la expresión es la misma de
todos los tiempos: “los sueldos no suben, por Dios, pero los
productos, sí”. Este argumento surge entre los que verdaderamente
sufren, o sea, la gente de escasos recursos.
¿Hasta
cuándo seguirán existiendo seres de escasos recursos en Chile?. La
respuesta la tendrán que dar aquellos que, día a día, se la
juegan, se la lustran, por mantener una economía despreciable.
Como
Carlos Pezoa Véliz (1879-1908), flaco, hirsuto, mirando a la
distancia, me he dedicado a caminar por largas avenidas, por ferias,
por suburbios. Estos largos espacios el poeta los escanciaba con
habilidad, con visión, sabiduría, sobre el papel. Y los metía
también en un cofre, los dejaba descansar, para luego transformarlos
en versos coloquiales; algo así como informativos terrenales,
informes humanos y deshumanos. Estoy en las mismas, observando la
barbarie, torturándome, pero no sé si es para transformarla en
versos, o para guardarla en este cofre agrio que representa el mundo
del siglo 21.
Sin
embargo, pido no confundir esto con diatribas o discursos
tendenciosos arrimados a banderas y colores. No. Aquí se trata solo
de decir lo que se ve. Y, empíricamente, enfundando los pulmones con
aire limpio, solo digo que con una “luca”, es decir, con mil
pesos chilenos, no se hace nada.
Estamos
hablando de devaluación. Esta desvalorización ligada estrechamente
a la economía, al sistema, me trae, por cierto, otro tipo de
imágenes que dan para reflexionar en profundo.
En
muchas ocasiones he tocado el tema del libro y este asunto de las
exageradas publicaciones diarias en el mundo. Hoy, cualquiera,
publica. Y el planeta se inunda de textos malos, mediocres o buenos.
Veo escritores, dramaturgos, poetas por mil. Y en cada casa pareciera
que hay uno de ellos. El tema en cuestión está relacionado con esta
desvalorización a la que aludo. Hasta hace unos treinta años,
editar un texto no era de multitudes. O sea, se respetaba la
exclusividad y el talento. Hoy, lo masivo, lo transforma todo en
mediocridad. Ya no es tan relevante publicar un libro en formato
papel. Todos lo hacen.
Algo
similar está ocurriendo con los vehículos o carros. Ahora, quienes
han entrado al sistema de créditos y a las facilidades de
endeudamientos que otorga el mismo, comienzan a provocar una densidad
vehicular espantosa. Y aquí no quiero decir que nadie tenga, en
vida, la posibilidad de saborear un buen medio de transporte a la
puerta de casa. Muy por el contrario. Me atrevo a decir que es,
incluso, un derecho inalienable. Sin embargo, el tema en cuestión es
la masividad y la pedregosa situación de potenciar los ismos
en el tiempo. Hasta un gato tiene un auto. Y surge la pregunta del
millón: ¿Cómo lo hacen?. La respuesta es clara: hay sobre
endeudamiento per cápita.
El
poeta Pezoa Véliz, muerto muy joven en los territorios del escarpado
Chile, seguro estaría caminando por las ferias, calando sandías,
oliendo frutas, pero ciñendo los ojos, con espanto.
Porque
entre la nueva vida y las nuevas modas, entre libros y autos que
transgreden la masividad permitida, lo concreto es que con “una
luca”, ya no se pueden comprar grandes cosas, ya no nos podemos
enorgullecer de aquel billete, que es, simplemente, sinónimo de
pobreza absoluta, sinónimo de pobreza sin límites.
Escrito
en 03 de noviembre de 2018
Esta crónica se acomoda exactamente a la situación arqentina y cada vez que contamos volvemos a arrepentirnos. Así andamos los sudamericanos, con los bolsillos vacíos y las cosas buenas detrás de las vidrieras de los negocios. Es decir, que te acompaño en el sentimiento de desazón. Menos mal que nadie puede quitarnos a los poetas como tú. Cariños.
ResponderEliminarMIRKA RUDEZ.
(Argentina).-
8 nov. 2018 a las 18:30
ResponderEliminarHola, Carlos…
1) Hace unos días recibí la visita de dos cuentacuentos chilenas y me asombró cuando hablaban de "lucas", pues siempre creí –desde mi más tierna infancia– que el término era exclusivo de la Argentina, pues, según parece, antiguos billetes de 1000 pesos tenían la efigie del poeta Esteban de Luca. Ahora veo que también se usa en Chile con idéntico significado.
2) Hará, por lo menos, cincuenta y cinco años, encontré y memoricé la poesía "Nada" de Pezoa Véliz. Y ahora tu mensaje la hizo "resucitar" en mi cabeza.
Abrazo,
Fernando Sorrentino
(Argentina)