Escribe Carlos
Amador Marchant
Es
curioso, como bien dije en ocasiones anteriores, en crónicas
antiguas o no tan antiguas, me han ocurrido cosas extrañas con
personajes que se han ido de este mundo, cosas sorpresivas, casi
similares en forma, en actitud. Es decir, me los he encontrado en la
calle sin que ellos hayan logrado percatarse que los estaba
observando desde hacía buen rato.
Son
varios los casos.
Y
ahora se nos fue a los 79 años de edad el gran dramaturgo chileno
Juan Radrigán (1937, oriundo de Antofagasta). Ocurrió en la tarde
del domingo 16 de octubre de este 2016, cuando la lluvia en el puerto
golpeaba calaminas, techos de fonolas, de zinc, de tejas ,y todo el
océano parecía que se nos venía encima. Él había muerto en
Santiago de Chile. El submundo, aquellos desposeídos, temblaron.
Juan
cargó la mochila de los marginados, los trajo de la oscuridad hacia
la luz, los hizo hablar y, fundamentalmente, lo hizo bien. El
resultado de esto es el Premio Nacional de Artes Escénicas en el año
2011 y que se unió a otros galardones nacionales y en el exterior.
Pero no sólo eso, también incursionó en la novela, el cuento y la
poesía. El teatro fue su fuerte desde el año 1979 con la
obra Testimonios de las muertes de
Sabina y culmina en 2015 con “La
tempestad “, alcanzando más de treinta trabajos
puestos en escena. Es decir, desde el año 79, en plena dictadura
militar, arremetió con esta veta sin claudicar. Hay libros
publicados desde el año 1962, sin embargo, y se puede decir que
desde ese año comienza Radrigán a mostrarse en el mundo de la
literatura. Lo hace con una selección de cuentos denominados “Los
vencidos no creen en Dios “. Esta caminata
infatigable del autor , corresponderá ser ordenada por sus
biógrafos.
A
mí en lo personal me interesan otras cosas del dramaturgo, me
interesan, por ejemplo, sus palabras, su sapiencia, ese mundo difícil
de aquel que nace para escribir con ñeque. No fue fácil el camino
de Radrigán hasta alcanzar la fama, pero se impuso la perseverancia,
más bien la tozudez frente a un mundo extremadamente adverso. Tuvo
que realizar, por esta razón, después de 1973, en la dictadura
pinochetista, las más diversas labores para poder mantenerse con
vida, para poder alimentarse.
El
año 2001 conocí a Juan Radrigán, en una de las calles del puerto
de Valparaíso, específicamente en la Avenida Alemania. Venía él a
reclutar gente para desarrollar un proyecto que consistía en la
edificación de una obra de teatro a partir de la improvisación de
actores. Para tales efectos citó, por intermedio del poeta Juan
Cameron, a varios autores que pudiesen hacer esta labor en la
escritura. No recuerdo el mes, pero fue un sábado a las 5 de la
tarde. Me fui caminando por dicha avenida para alcanzar la casa del
poeta porteño, y al mirar hacia el frente, divisé al dramaturgo a
quien sólo conocía por fotos. Le consulté si buscaba la casa de
Cameron y me respondió afirmativamente. Caminamos juntos hasta dicho
domicilio. Juan bordeaba los 65 años de edad y se veía bastante
ágil.
En
el comedor de Cameron comencé a conocer a Radrigán. Era hombre de
pocas palabras y de observación minuciosa hacia el interlocutor.
Para dar inicio al trabajo que buscaba se hicieron dos encuentros más
en distintos sitios de la ciudad. Después de éstos comenzamos a
juntarnos en el subterráneo de un edificio a cuatro cuadras de la
Plaza Victoria. Tras una selección, quedé encargado de transcribir
las improvisaciones que hacían en cada sección tres actrices de la
zona. Para mí, ante la atenta mirada del maestro, había sido una
experiencia nueva que al momento no dimensioné. Nos reunimos desde
las 9 de la mañana hasta el mediodía en cuatro oportunidades, en
medio de una seriedad abismal, pero al mismo tiempo con espacios
donde la risa de Radrigán se dejaba sentir cuando esas
improvisaciones tomaban vuelo humorístico. Entendí que el maestro
me dejaba el trabajo de la transcripción con una confianza absoluta
y cuando le presenté el borrador de la obra que después fue
identificada como “Seis ojos en lipiria” (mi segundo escrito para
dramaturgia), le dio su aprobación.
Juan
Radrigán no era hombre fácil de penetrar, independiente que su
simpatía lo hacía querendón con el mundanal. Él tenía que
conocer el accionar de alguien antes de entregarse. No gustaba de
aquéllos que sólo buscaban aprovecharse de su fama. Olfateaba a los
oportunistas; tenía buen ojo. Era la lección que le habían dejado
los caminos escarpados. Frente a este panorama me sentí halagado de
trabajar junto a él. Al paso de los años uno se pregunta por qué
tal deferencia, y creo debió ser por la puntualidad de mi llegada a
esos encuentros y, además, por no haberme ausentado jamás. En
Santiago, al paso de meses, tuvimos la ocasión de encontrarnos otras
tres veces. Nos vimos en la Sech (2003) (Sociedad de Escritores de
Chile) a raíz del lanzamiento de mi libro “Alone Again”. Juan
Radrigán sabía de mi preferencia por el poeta chileno radicado en
Francia, Efraín Barquero (Premio Nacional de Literatura 2008), y fue
sorpresa regalarme el libro con las obras completas de éste. En
otras instancias almorzamos y hablamos de diferentes temas
relacionados con la dramaturgia nacional.
Para
mí las lecciones de vida y los ilustres personajes que he tenido
ocasión de conocer siempre han quedado como eso, como lecciones de
vida. Al paso del tiempo y al paso de muchas otras situaciones los he
perdido en medio de la selva. Y es precisamente en estos momentos
cuando más se recuerdan las etapas pasadas, y es precisamente en
estos momentos, en el momento crucial del paso de los años, cuando
los hombres de letras ven sus escritos como legados infatigables. Por
esta razón me estremecen las palabras finales dejadas por Juan
Radrigán luego de recibir el Premio Nacional 2011, porque son
palabras que salen de una pasividad agresiva, pero agresiva en el
sentido de decir que todo lo que hacemos bien tendrá recompensa,
aunque ésta llegue tarde y se transforme en una alegría triste: “El
premio recientemente obtenido, “Premio de las Artes de la
Representación” se llama, le cayó bien a mi ego y a mis arcas,
eso es indiscutible. En lo que atañe a los pasos venideros lo siento
un poco pesado, quizás algún tiempo atrás hubiese podido cargarlo
más airosamente, ya ni los días ni los huesos son los de antes;
pero en todo caso no es nada que moleste al caminar, solo pasa que al
correr de los años y al traspasar cierta edad se descubre que pesa
mucho más lo que no se hizo que lo realizado, de ahí la agresividad
y la irremediable melancolía de los viejos. Pero esa es otra
historia. Tampoco es el caso, aunque ganas no faltan, de citar a Dios
cuando dijo “Por lo que a mí respecta la creación está
terminada” y se retiró a sus cuarteles de invierno dejándonos
solos y perplejos, no es el caso, porque es justo que a veces nos
regocijemos como si fuera posible el regocijo. Entonces , claro,
no soñaba con el premio, porque soñar es la manera más triste de
tener algo, eso lo aprendimos desde niños, pero cuando llegó le di
una íntima, orgullosa bienvenida. Me hubiera gustado poder abrazar a
Marta, Emilio y Miguel, a Justa, Luciana y Lucía, a Isabel, a Eva y
al Huinca, a Beckett, Godot y a Victoria Torres Pantoja,
me hubiera gustado, en fin, tomar el vino que no puedo en la cantina
de los amores derrumbados y rezar lo que no sé junto a las asiladas
del toro por las astas. Pero todos ellos, y los demás que no olvido,
pero que son demasiados, andan por diferentes lugares inmersos en su
épica de la insatisfacción. Que hacerle, toda victoria tiene
ausencias”.
Después
de la partida de Juan Radrigán, el mundo actoral ha manifestado
sentirse huérfano. Yo siento una soledad muy parecida a tardes en el
desierto chileno. Y este dramaturgo que nació en la pampa ardiente,
sabe de este estado.
Escrito en 18 de octubre de 2016, en Valparaíso.
Estimado Carlos: he leído con atención tu post y lo he compartido con gusto en la red. Quisiera, si me lo permites, hacerte una sugerencia: la letra está muy chica y dificulta su lectura. se podría remediar el pegado del texto?
ResponderEliminarSaludos cariñosos hasta el puerto.
Subsanado. Abrazos.
EliminarKAY EDITH STRANGE AURA
ResponderEliminarPara Carlos Marchant oct 19 a las 10:32 PM
Si, llovía, llovía en el Puerto, llovía en Santiago, porque ese día tenía que llorar el universo.
Estupenda crónica, como suelen ser las tuyas, ha sido interesante leer sobre el dramaturgo Juan Radrigán, sobre todo tu linda apreciación, descripción y narración de fragmentos de su vida, su obra, sus lecciones de vida, sus palabras, su sapiencia...
ResponderEliminarEntusiasma esa entrega tuya, tu conocimiento profundo de personajes, más o menos ilustres, que luego conviertes en tus creaciones literarias, cautivas el interés por el personaje sobre el que escribes.. entusiasma tu inagotable amor por las letras...