Escribe Carlos Amador Marchant
El pasado 26 de junio de 2017 se cumplieron los 109 años del
natalicio de Salvador Allende, el Presidente de Chile que muriera en
La Moneda tras el despiadado golpe militar del año 1973. En nuestro
país la tergiversación de hechos se ha institucionalizado a tal
extremo que, hablar de este personaje, es alimento para la jauría
fascista, la misma que sigue viva y coleando desde los mejores
palacetes que el robo les permitió adquirir.
Frente a esta situación me ha inquietado una serie de preguntas que
nunca me dejaron dormir desde el año 1990, el mismo momento en que
en Chile se dijo y confundió a la gente con “La alegría ya
viene”. Hablo de “confusión”, porque para quienes “pensamos”
jamás pasó desapercibido el hecho que un tirano que mató, robó y
destruyó al país entero en sus "instituciones y valores" por 17 años,
podía entregar su “mandato” en “acto republicano” al nuevo
Presidente de Chile que comenzaba la llamada “transición hacia la
democracia”. Menos que no fuera juzgado y mucho menos que le
aceptaran la ocupación del cargo de Senador Vitalicio. Versión
tragicómica.
En infinitas ocasiones han hecho creer que esta nación es distinta a
todas las del orbe, porque aquí ocurren cosas inéditas (dicen). Lo
cierto es que ni siquiera podemos catalogar a Chile como país de
fantasía; más bien se trata de un territorio “macabro, tétrico, en cuanto a
posturas”.
Pero hay algo más sobrecogedor a todas las ambivalencias que golpean
al individuo que a diario traslada sus piernas por estos escarpados
territorios: “el tratamiento del personaje Allende” .
Si bien a ninguna persona podemos endiosarla, convengamos que existe
y existirá siempre un raciocinio mínimo que nos permita diferenciar
entre el bien y el mal. Y he aquí el problema, he aquí el gran
problema.
Los famosos y escalofriantes paradigmas mundiales apuntan a un
sistema comunicacional unido a grandes capitales, y por ende,
encargados de tergiversar la historia. En Chile se maneja la
información falsa y esta misma nos llega también desde otros
países del extranjero. ¿Cómo vivir, cómo continuar viviendo de
esta forma?. No se entiende. O mejor dicho sí se entiende:
“navegamos en un océano diseñado para desplazarnos en olas
amorfas, pero que al más mínimo intento de hacerlo en sentido
contrario al que nos impusieron, sucumbimos”.
Por consiguiente el tema “Salvador Allende” me produce escalofríos. Mejor dicho,
Chile, me produce este fenómeno.
Después de 27 años post dictadura militar, es decir, toda una vida,
lo único que se ha hecho en materia de dignificar a un personaje de
la historia nacional, es, simplemente, desvirtuarlo, minimizarlo, y
por último hacerlo pasar como alguien que, de alguna manera, le hizo
daño a la sociedad chilena.
El tema partió desde el 90 hasta nuestros días. La gran “mentira
democrática “ ha servido única y exclusivamente para seguir
enriqueciendo no solo a quienes se enriquecieron entre la oscuridad
dictatorial, sino también a una clase política que ha sido cómplice
de este flagelo hasta nuestros días.
Junto a la prensa y gran cantidad de medios informativos que dependen
de consorcios defensores del modelo imperante, se siguen manejando
show eleccionarios con candidatos títeres que se pasean por Chile,
ofreciendo solucionar el gran problema, el gran problema. Es decir,
después de los 27 años que ya han pasado, debemos seguir esperando
para “solucionar el gran problema” .
Con todo lo antes dicho sin entrar al área chica que conocemos a
diario, los homenajes a Salvador Allende, en muchas plazoletas, son
de escaso público, y donde por lo general se acentúa la presencia
de personas de edad muy avanzada. En otras palabras, una vergüenza
nacional para con alguien que debiese llenar estadios, avenidas, y
una definitiva y "menos cruel" ubicación en la historia.
Pero cómo hacer posible esto si hemos contado hasta la fecha con
líderes entre comillas incapaces de hacer una real labor educativa;
y a la vez partidos políticos que jamás se preocuparon de ejecutar
trabajos de bases, manteniendo sus sedes (apestosas) como sitios para
fumar cigarrillos, tomar café por las tardes, y hacer políticas de
entretenimientos para sus militantes. Es decir, nunca hubo voluntad y
ni una milésima intención de hacer de este país, de esta sociedad,
un espacio donde la convivencia y el raciocinio sean el pan diario.
El adormecimiento de la población mediante la ignorancia, mediante
la mentira sin límites, ha sido el componente avasallador del
modelo. Pero también la complicidad de cientos de agentes vestidos
con diferentes ropajes dentro de la sociedad actual, han hecho que la
figura de Salvador Allende, cojee en pleno siglo 21, frente a una
penosa realidad que carcome.
En el 2017 se sigue trabajando con la Constitución dejada por la
dictadura (1980). A esta solo se le han hecho recortes, parches,
pero lo medular está intacto.
El paso, entonces, del viejo Allende, por esta tierra no ha sido muy
agradable. Debe vomitar de ver tanta lesera junta, debe darse vueltas
en su reducto de muerte. Debe rasguñarse el rostro de observar tanto
y tantos políticos que han vendido sus almas sin continuar legados inspiradores para levantar esta patria postergada in sécula seculorum.
Y es penoso, debo decirlo, ver a hombres desgarbados, viejos y
flacos, elevar banderas solitarias, cantar “cantos” que los
mismos políticos corruptos han hecho despreciar y le han inyectado
abandono.
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