Escribe Carlos Amador Marchant
De vez en cuando hay que adentrarse en la política,
observar quien o quienes la desarrollan; hay que pensar en esos señores que
llegan oliendo a ciertas mentiras y son criticados porque calientan sillones y
reciben toneladas de billetes.
He escrito muchas veces respecto a este y otros
tópicos, pero a fin de cuentas todo queda en los escaparates y la carreta sigue
avanzando con sus ruedas desvencijadas. No se trata de decir que se lo pasan dormitando
en horas de trabajo, porque leen documentos (aunque a veces no) para aprobar o
desaprobar proyectos de leyes, sino más bien porque el apelativo en cuestión
viene a escenificar a una casta que no está ni ahí con las reales necesidades
de la gente, esa población que nace, huele, vive y se desangra en este país
llamado Chile.
Numerales, incisos, terminologías inentendibles
para el grueso habitante, son las cosas que se mueven día a día, por años, por
siglos, sin siquiera acercarse un milímetro a lo que
desea un humano común en la Tierra: paz, y buen pasar antes de morir.
No se necesitan voluminosos textos de historias
para darnos cuenta que, desde que el hombre comenzó a respirar en el planeta,
una “manga” de sinvergüenzas y matones se adueñaron de las riquezas y
pisotearon al más débil. En otras palabras: Ley de Selva.
Por esta razón, conmueve que en pleno siglo
veintiuno se continúe con las mismas tácticas del medioevo. Es decir, si bien hoy
contamos con los más sofisticados adelantos tecnológicos, donde la información
está a mano de todos, la mentira, el vilipendio, la usura, el matonaje, la
arrogancia, se sigue ejerciendo aun cuando millones de seres señalan con el
dedo a muchos de estos personajes que tienen al mundo en atroz etapa de
exterminio.
Diversas civilizaciones fueron cayendo con los siglos
y se han restablecido (lamentable) modelos que vuelven a caer en lo mismo.
Surge la pregunta si el hombre será capaz de crear un sistema social que logre
satisfacer sus reales necesidades sin yugo.
Bajo tierra, con cruces, incluso, que ya nadie ve
por deterioradas, duerme el sufrimiento de billones de seres víctimas de atrocidades
ejercidas por el propio humano a lo largo de su historia.
Chile, por cierto, no está ajeno a estas
aseveraciones. Estoy hablando de Chile, pero a la vez, del mundo. Sin enredarme
ni enredar a nadie, deseo poner sobre la mesa a este territorio largo y flaco
como culebra, pero es preciso exponer al hombre, al habitante, caminando por senderos
polvorientos, por las calles, por los años, por los siglos.
Desde los tiempos de la llamada “independencia”
(¿independencia de qué?) donde, tras luchar por salir de la mano avasalladora
de la monarquía hasta nuestros tiempos, la maraña por el poder individual no ha
cesado.
Parece que divisamos a la vuelta de la esquina los
pleitos, las guerras, entre los españoles nacidos en Europa y los criollos. El
poder, la estirpe, los privilegios, avanzando como ríos caudalosos. Entonces
nace Chile, el querido, el que nos enseñan en la escuela, al que hay que amar
por su hermosa bandera, por su hermoso escudo, por su himno. Y vemos al pueblo,
a los mestizos arrinconados, perseguidos por siglos, sin derechos, sin nombres,
andrajos que la sangre “pura” interpuso.
Las contradicciones desde el tiempo de la corona
pasando por el poder criollo induce a utilizar solo la palabra “perversidad”. Y
surge la pregunta: ¿Quiénes fueron más patricios o quienes menos sanguinarios?.
Desde la instauración de la llamada “república”, luego de tres siglos de
período colonial donde confluyen cantidad de nombres que buscan “desligarse de
la mano europea”, y quienes, además, pasan obligatoriamente a las hojas de la
historia, a ocupar nombres de calles, de estatuas repartidas entre lo ancho y
angosto del territorio, lo que parecía, sin más ni menos, “heroico y
revolucionario”, no fue más que la continuación de un modelo de persecución, arrebato
y posesión de riquezas y tierras.
La historia de Chile, como la de otros países
latinoamericanos, está llena, por no decir “plagada”, de persecuciones donde la
palabra “saqueo” estuvo (está) a la orden del día. Los cerca de diez textos
constitucionales escritos hasta el año 1980, siempre fueron redactados entre
cuatro paredes. No cabe dudas que las leyes sirven para el ordenamiento social,
el ordenamiento del ser dentro de una sociedad, pero cuando estas son escritas
para depredar y torturar eliminando de por vida la palabra “amor y confraternidad”,
simplemente están hecha por delincuentes.
Lo que ocurre hoy en nuestro país, no es más que la
repetición de lo que aconteció desde inicios de la República. “Un hombre no
cambia de la noche a la mañana”, dije en unos versos muy antiguos, y es así. No
se les puede pedir benevolencia a quienes desde tiempos inmemoriales actuaron como
sanguinarios para apropiarse de lo ajeno. Lo que ocurrió después del término del
período colonial y el posterior traspaso de la sociedad a manos de los
criollos, no fue más que la continuación y consolidación de un modelo perverso.
Lo que aconteció desde el término de la dictadura pinochetista hasta pasar a
manos de políticos que patentaron el nombre de “transición a la democracia”, no
fue más que la consolidación de otro modelo ladrón.
Desde aquel tiempo en que los Pipiolos y Chascones
peleaban manteniendo siempre la ignorancia sobre el devenir de quienes
conformaban masivamente esta nación, hasta los días actuales en el Congreso
Nacional, todo me sabe a repetición. Nada ha cambiado.
Historiadores, muchos de ellos se han encargado al
paso de siglos de “vendernos la pomada”. El llamado “patriotismo” no es más que
una invención. Porque esa palabra, para tener un real desarrollo, debe estar
condimentada de amor profundo por la tierra donde se nace. Ellos no tienen ese
amor. Nuestro escudo nacional, por ejemplo, expone a un huemul y a un cóndor,
dignos animales, por cierto, pero no hay ni un representante del pueblo
chileno, ni un aborigen. Es decir, nos desraizaron de por vida. No tenemos,
porque así lo estipularon, raíces.
Lo que hicieron ayer lo siguen haciendo hoy. La
prensa a manos de privados es la encargada de desvirtuar cualquier información.
Las fuerzas de orden y militares están, día a día, más armados. Ni siquiera
para proteger a la nación, sino más bien, para dar protección a quienes siguen
robando.
Sin caer en lo panfletario, el trato de rebaño, táctica
milenaria, es lo que más duele en estos tiempos en que la tecnología permite
informarse más.
Finalmente, es preciso volver a recordar lo que
dije al comienzo de este escrito: ¿Qué es lo que desea un humano común y
silvestre?: simplemente lo que desea un humano común en la Tierra, es paz, y buen
pasar antes de morir.
¿Es mucho pedir?.
17 de enero de 2021
Es importante, Carlos, que alguien saque a la luz e insista en los problemas que aquejan realmente a nuestro país. Bravo.
ResponderEliminarTal vez sea mucho pedir, lamentablemente. Hace 3700 años, cuando las pirámides eran ya viejas de 1000 años, Hammurabi buscaba sancionar la maldad humana. De ahí en adelante se han establecido códigos y más códigos, leyes y constituciones, ¿el resultado? el mismo de siempre, el hombre sigue siendo el lobo del hombre...
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