sábado, 8 de mayo de 2021

“El quemaíto”






Escribe Carlos Amador Marchant

 

Cuando comenzamos a observar, a escuchar, temas relacionados con nuevos incendios forestales, no podemos dejar de lado, no podemos olvidar, el siniestro más grande de la historia nacional, es decir, aquel acaecido en abril del año 2014.

Dicha fecha no deja buenos recuerdos a los esforzados y sufridos habitantes del puerto de Valparaíso (Chile). La razón es simple: lo perdieron todo.

Cabe hacer notar que el 2013 hubo otros incendios como antesalas en los cerros Rodelillo, Placeres y Mariposas (en distintos meses), dejando la no despreciable cifra de 220 casas quemadas y la cantidad sorprendente de 1.200 personas damnificadas. Aquí se ha hablado de todo: pirómanos sueltos, venganzas políticas, descontento de la gente y, la culpa, usando los medios informativos, de pájaros, jotes, que chocaron contra cables eléctricos. En otras ocasiones, de acuerdo a testimonios barriales, habrían divisado a uniformados portando bidones con combustibles en horas de menor confluencia de pobladores. Es decir, las opiniones han sido diversas, pero la “verdad”, aquella que se viste con trajes poco visibles, como dicen personas avezadas en temas de investigación, llegará en el momento menos imaginado. Lo concreto, es que no se descartó en ningún momento la intervención humana en esta catástrofe.

Pues bien, el siniestro del año 2014 fue catalogado como el de mayor intensidad en la historia urbana chilena, debido a que fueron consumidas nada menos que 2.900 viviendas. Junto a esta cantidad de casas destruidas, los damnificados aumentaron hasta alcanzar un número de 12.500 personas, cifra a la que hay que aumentar 500 heridos y 15 víctimas fatales. Es decir, mirándola desde la lejanía y la tranquilidad de los años transcurridos, podemos catalogar aquellos momentos, como una catástrofe de proporciones.

Valparaíso, es una ciudad, es un puerto, al que muchos denominan “quemaíto”, terminología que se da en Chile, cuando alguien se refiere a quien pasa por todas las desgracias habidas y por haber. En los cerros, existen familias que han perdido viviendas en tres oportunidades y vuelven a construir allí mismo. La peligrosidad de los socavones en las laderas de los cerros, permiten, al mismo tiempo, la propagación del fuego en los bosques. El desorden habitacional unido a la necesidad de sitios para vivir, han hecho que muchos pobladores construyan en esos lugares. Los esforzados habitantes de este puerto, ven sus casas caer derrotadas por el fuego. Se dan cuenta del poder destructor de este, pero vuelven a construir con la testarudez de quien no ve otra alternativa.

La historia es una cosa, y vivir aquellos momentos, es otra.

Los cerros de Valparaíso están atestados de casas, construcciones de todos los tamaños y variedades, muchas de estas, observadas desde abajo, a distancia, parecen colgar entre aquella geografía empinada. Pero, ¿Cómo son construidas?. Es, precisamente, la pregunta que se hacen quienes viven en otros sitios del país. Lo real, es que se trata de habitantes osados.

La bahía ha soportado innumerables terremotos donde, incluso, no solo ha quedado devastada la ciudad completa, sino también cementerios históricos con sus nichos descuartizados cayendo desde los cerros, dando una escenografía patética. Lluvias torrenciales, inundaciones, explosiones, dejando un estupor propio de puerto antiguo tristemente asolado por piratas. Desde el 2019, además, muestra una cara destruida en su casco central. Pero esto último, no fue por causas naturales, sino por la mano del hombre. El llamado “Estallido social” generó de todo. La indignación de la gente frente a políticos cuyos apelativos de “ineptos” es poca cosa, para colmo no entregaron soluciones, sino más bien se auto provocaron el desprecio total. Si bien la historia de Valparaíso está circunscrita a ciertos periodos de anarquismo, también hay mucho de cierto que en los últimos años (o tal vez desde siempre) la política para denostar movilizaciones, contrata delincuentes infiltrados que (hay testimonios fotográficos y fílmicos) provocan destrozos e incendios para desprestigiar a la clase trabajadora. Estas afirmaciones, quiero dejar en claro, están ceñidas a una realidad y alejadas de apasionamientos partidarios.

Desde el 2014 hasta hoy, aún veo las llamas elevar sus brazos de terror. Al momento de escribir esta crónica, están por cumplirse siete años de aquel tétrico acontecimiento. Y siento gritos desgarradores de pobladores, carros bombas entrando y saliendo, abriéndose caminos por los escarpados sitios. La rapidez de las llamas volando, saltando como bólidos, devorando casas como animal hambriento. Nunca vi un incendio de tamaña proporción. El fuego bajaba de los cerros como lava de un volcán en erupción. La gente corriendo despavorida, salvando lo que más estaba a la mano. Las llamas comenzaron, de un momento a otro, a enrojecer el cielo de la ciudad. Parecía fin de mundo, donde el sol, el quemante, se adueñaba de todo. Unido al fuego, bailando una danza satánica, se unía la oscuridad del humo, la contaminación y la asfixia caminando a pasos acelerados. No había mucho que hacer, salvo arrancar. Los que estaban abajo de la ciudad, veían las llamas bajar los cerros con rapidez de lava. Todo el puerto ardía. Favorecía a esto el viento, el desgarrador viento, el cómplice viento.

No había mucho que hacer, salvo esperar que el fuego ya no tuviese más alimento que la nada.

Mirar a Valparaíso al día siguiente, fue observar la escenografía más desoladora del planeta. Eran cerros completos transformados en cenizas. Las cerca de tres mil viviendas, levantadas por los propios pobladores, se habían evaporado con un abrir y cerrar de ojos. Las doce mil quinientas personas que vivían allí, quedaron a trasero pelado. Los quince muertos, viven, sin lugar a dudas, una mejor vida.

Nunca vi un incendio tan grande como este, y nunca vi tanta juventud ayudando a levantar escombros en días posteriores. Llegaron de todo Chile, de los más recónditos sitios. Llegaron para ayudar otra vez al “quemaíto”, para que de nuevo levante su cara, para que otra vez inicie un proceso de desafío.


8 de mayo de 2021

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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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