Escribe Carlos Amador Marchant
Cuando comenzamos a observar, a escuchar, temas
relacionados con nuevos incendios forestales, no podemos dejar de lado, no
podemos olvidar, el siniestro más grande de la historia nacional, es decir,
aquel acaecido en abril del año 2014.
Dicha fecha no deja buenos recuerdos a los esforzados
y sufridos habitantes del puerto de Valparaíso (Chile). La razón es simple: lo
perdieron todo.
Cabe hacer notar que el 2013 hubo otros incendios
como antesalas en los cerros Rodelillo, Placeres y Mariposas (en distintos
meses), dejando la no despreciable cifra de 220 casas quemadas y la cantidad
sorprendente de 1.200 personas damnificadas. Aquí se ha hablado de todo:
pirómanos sueltos, venganzas políticas, descontento de la gente y, la culpa,
usando los medios informativos, de pájaros, jotes, que chocaron contra cables
eléctricos. En otras ocasiones, de acuerdo a testimonios barriales, habrían
divisado a uniformados portando bidones con combustibles en horas de menor
confluencia de pobladores. Es decir, las opiniones han sido diversas, pero la “verdad”,
aquella que se viste con trajes poco visibles, como dicen personas avezadas en temas
de investigación, llegará en el momento menos imaginado. Lo concreto, es que no
se descartó en ningún momento la intervención humana en esta catástrofe.
Pues bien, el siniestro del año 2014 fue catalogado
como el de mayor intensidad en la historia urbana chilena, debido a que fueron
consumidas nada menos que 2.900 viviendas. Junto a esta cantidad de casas
destruidas, los damnificados aumentaron hasta alcanzar un número de 12.500
personas, cifra a la que hay que aumentar 500 heridos y 15 víctimas fatales. Es
decir, mirándola desde la lejanía y la tranquilidad de los años transcurridos,
podemos catalogar aquellos momentos, como una catástrofe de proporciones.
Valparaíso, es una ciudad, es un puerto, al que muchos
denominan “quemaíto”, terminología que se da en Chile, cuando alguien se
refiere a quien pasa por todas las desgracias habidas y por haber. En los
cerros, existen familias que han perdido viviendas en tres oportunidades y
vuelven a construir allí mismo. La peligrosidad de los socavones en las laderas
de los cerros, permiten, al mismo tiempo, la propagación del fuego en los
bosques. El desorden habitacional unido a la necesidad de sitios para vivir,
han hecho que muchos pobladores construyan en esos lugares. Los esforzados
habitantes de este puerto, ven sus casas caer derrotadas por el fuego. Se dan
cuenta del poder destructor de este, pero vuelven a construir con la testarudez
de quien no ve otra alternativa.
La historia es una cosa, y vivir aquellos momentos,
es otra.
Los cerros de Valparaíso están atestados de casas,
construcciones de todos los tamaños y variedades, muchas de estas, observadas
desde abajo, a distancia, parecen colgar entre aquella geografía empinada. Pero,
¿Cómo son construidas?. Es, precisamente, la pregunta que se hacen quienes viven
en otros sitios del país. Lo real, es que se trata de habitantes osados.
La bahía ha soportado innumerables terremotos donde,
incluso, no solo ha quedado devastada la ciudad completa, sino también
cementerios históricos con sus nichos descuartizados cayendo desde los cerros,
dando una escenografía patética. Lluvias torrenciales, inundaciones, explosiones,
dejando un estupor propio de puerto antiguo tristemente asolado por piratas. Desde
el 2019, además, muestra una cara destruida en su casco central. Pero esto
último, no fue por causas naturales, sino por la mano del hombre. El llamado “Estallido
social” generó de todo. La indignación de la gente frente a políticos cuyos apelativos
de “ineptos” es poca cosa, para colmo no entregaron soluciones, sino más bien
se auto provocaron el desprecio total. Si bien la historia de Valparaíso está
circunscrita a ciertos periodos de anarquismo, también hay mucho de cierto que
en los últimos años (o tal vez desde siempre) la política para denostar
movilizaciones, contrata delincuentes infiltrados que (hay testimonios fotográficos
y fílmicos) provocan destrozos e incendios para desprestigiar a la clase trabajadora.
Estas afirmaciones, quiero dejar en claro, están ceñidas a una realidad y alejadas
de apasionamientos partidarios.
Desde el 2014 hasta hoy, aún veo las llamas elevar sus
brazos de terror. Al momento de escribir esta crónica, están por cumplirse
siete años de aquel tétrico acontecimiento. Y siento gritos desgarradores de pobladores,
carros bombas entrando y saliendo, abriéndose caminos por los escarpados
sitios. La rapidez de las llamas volando, saltando como bólidos, devorando
casas como animal hambriento. Nunca vi un incendio de tamaña proporción. El
fuego bajaba de los cerros como lava de un volcán en erupción. La gente
corriendo despavorida, salvando lo que más estaba a la mano. Las llamas comenzaron,
de un momento a otro, a enrojecer el cielo de la ciudad. Parecía fin de mundo,
donde el sol, el quemante, se adueñaba de todo. Unido al fuego, bailando una
danza satánica, se unía la oscuridad del humo, la contaminación y la asfixia caminando
a pasos acelerados. No había mucho que hacer, salvo arrancar. Los que estaban
abajo de la ciudad, veían las llamas bajar los cerros con rapidez de lava. Todo
el puerto ardía. Favorecía a esto el viento, el desgarrador viento, el cómplice
viento.
No había mucho que hacer, salvo esperar que el
fuego ya no tuviese más alimento que la nada.
Mirar a Valparaíso al día siguiente, fue observar
la escenografía más desoladora del planeta. Eran cerros completos transformados
en cenizas. Las cerca de tres mil viviendas, levantadas por los propios
pobladores, se habían evaporado con un abrir y cerrar de ojos. Las doce mil
quinientas personas que vivían allí, quedaron a trasero pelado. Los quince
muertos, viven, sin lugar a dudas, una mejor vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Entrega tu comentario con objetividad y respeto.