viernes, 10 de marzo de 2023

EL JAPONÉS Y EL AMOR

 






Escribe Carlos Amador Marchant




Desprovisto como cuando el ave vuela sin rumbo, sin saber donde posar sus patas, mientras caminantes aparecen como hormigas desorientadas haciendo señas, así, de esa manera, leo un libro esta mañana de verano que, a decir verdad, parece invierno.

Es cierto que hace tiempo prolongado no me sentaba sobre silla de playa, bajo arbustos de escasos talantes que otorguen sombras. Sin embargo, esta vez, que nada tiene de extraordinaria, lo he hecho con el fin de dar gustos a mis ojos. ¿Será así?.

Para analizar lo leído miro hacia el horizonte y me pregunto si a esta altura hay cupos para ciertas tristezas que agobian. Y me asombro al darme cuenta que sí existen espacios para el temblor, para el asombro, incluso para el llanto, aunque sea a gotas casi resecas.

Todo este escaparate de reflexiones ha sido para enunciar el amor. ¿El amor?. ¿Existe?. ¿Dónde está?. ¿Cómo se encuentra?. ¿Puede una novela darnos ciertos rasgos del amor? o ¿Este sentimiento se encuentra solo en lo novelesco?.

Ni lo uno ni lo otro. El sentimiento es real. Y si no lo es, será mejor nos lo digan cientos y miles de jóvenes que se han desarticulado en calles, en avenidas, llorando algún alejamiento.

Recordé de improviso a Ichimei y Alma, estos muchachos veinteañeros que conservaron su sentimiento por toda una vida, escondidos del qué dirán, de las relaciones sociales y de las diferencias que acometen los humanos en torno al dinero. Me surgen los apellidos Fukuda y Belasco, unidos entre la pobreza fusionada con los grandes recursos.

Me sorprende haber leído un texto que sobrepasa las trescientas páginas. Más aun cuando, desde hace mucho, siempre soporté ciento cincuenta y algo más. Isabel Allende (1942), chilena radicada en Estados Unidos, me convenció de seguir hurgueteando hojas, haciéndome entristecer entre pasajes de muertes y pérdidas en la Segunda Guerra Mundial, con familias adineradas que lo perdían todo o casi todo, con orfandad obligada a levantarse para recomenzar este sueño, este camino visible o invisible que representa la vida.

El amante japonés”, Ichimei Fucuda, hace junto a Alma Belasco, un espacio férreo donde se confunden el amor y la atracción física, el deseo, la locura que se arrastra como obsesión respingada.

Lo concreto es que existen miles y miles de textos que hablan sobre este sentimiento. Podemos observarlo en escrituras de disímiles escenografías: frente al mar, en sitios campestres, en el desierto donde piedras y peladeros parecieran no poder dar forma al amor, en sitios selváticos, en aeropuertos, sobre grandes embarcaciones surcando el océano. Es verdad. Pero he llegado a este tema que parece de débil arquitectura, solo con el afán de consignar, precisamente, todo lo contrario.

Me sorprenden las uniones que son silenciosas, aquellas que pasan desapercibidas y que, sin embargo, se transforman en profundas y descarnadas aunque, privadas. Es decir, nadie se percata que existen o que existieron. Parecen amores hechos a guiños, entre murmullos, con miradas de complicidad y que, luego en solitario, se transforman en animalescas y que no sucumben ni siquiera con el mayor de los terremotos.

Ichimei, el jardinero y Alma, la acaudalada, son todo eso. Conectan su amor desde niños, se sumergen en el complicado devenir de la época. Pasan de situaciones buenas a situaciones adversas. Se casan más tarde con parejas distintas. Se siguen viendo en secreto, en sitios apestosos. Se revuelcan y sucumben, casi siempre, al deseo descomunal. Es un amor que Allende nos narra con la facilidad que acostumbra. Y luego nos sorprende, nos asombra con el paso del tiempo. La edad de la madurez y la vejez, el sentimiento que sigue sin envejecer, los clandestinos acercamientos que no se extinguen.

Alma muere en un accidente automovilístico al momento de estar recluida en un internado para adultos. A segundos antes de irse de esta vida, es visitada por su amante japonés en el hospital. Cuando sepultan a Alma, uno de los familiares de la difunta, se percata que Ichimei Fucuda, había muerto muchos años antes. En otras palabras, el oriental, el fantasma de él, la había ido a rescatar.

He aquí, entonces, el amor transformado en nebulosa que traspasa, por cierto, dimensiones. Si bien la autora chilena se declara agnóstica, da paso a cierta creencia que fustiga y hace temblar. El amor acá aclara y declara lo desconocido. Y aunque se pasea por todos los sabores, sinsabores, y hasta sentimientos que hacen zozobrar, hay que aclarar, sin duda, que se trata, de una novela.

Son más de trescientas páginas. Las miro y no me canso de mirar. Y me pregunto cómo llegué a su final sin darme cuenta. He aquí, no cabe duda, el amor, el amor, transformado en nebulosa.



Marzo 2023.-

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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

Carlos Amador Marchant.-

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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