Escribe Carlos Amador Marchant
La voz es algo especial en todo ser humano. El sonido que se expele.
La Real Academia de Lengua Española (R.A.E.), afirma: “Sonido
que el aire expelido de los pulmones produce al salir de la laringe,
haciendo que vibren las cuerdas vocales”. De todo esto surge, más
tarde, la comunicación. Es decir, con la voz nos comunicamos,
aunque, parece, más nos agredimos.
La voz cobra importancia, vida, muerte, al momento de sensaciones. En
otras palabras, cualquier ser humano podrá temblar al escuchar a
alguien, sin verlo. Temblar de admiración, atracción sexual, amor;
aunque también pánico.
Muy joven me sentí atraído al escuchar voces. Y sentir voces sin
cuerpos es, sin lugar a dudas, situarnos en lo desconocido. Sin saber
de idiomas, es decir, sin saber nada de nada, la fonética se
transforma en ruido extraño, místico.
Estuve frente al micrófono en lúgubres radioemisoras del norte y
sur chileno. En aquellas radios tristonas donde boleros y tangos
invadían noches.
Hacia finales de las décadas del 70 y 80 las radios de provincias
albergaban escasas voces femeninas. O sea, escuchar a una mujer daba
riendas a imaginaciones infinitas. Los más conspicuos se veían
caminar por orillas de mar, en horas crepusculares.
Las voces de varones, por su parte, siempre más abundantes, eran
idolatradas por impresionantes cantidades de muchachas.
Un joven locutor, moreno, delgado extremo, nariz puntiaguda y larga,
rostro lleno de espinillas, dientes chuecos que salían de su boca;
vale decir, hombre feo por los cuatro extremos -de esa fealdad
inventada para los humanos- dio inicio a mis primeros espasmos. El
locutor en cuestión traía locas a muchas jóvenes de 1974. El
encanto se centraba en aquella voz que tampoco era tan
extraordinaria. Sin embargo, algo tenía: era nasal e imprimía
sonsonetes especiales al término de frases. El contenido
programático incluía temas de David Bowie y Elton Jones, dando a
esos escasos 60 minutos una pincelada de reflexión y holgura. El
tipo, al ser escuchado por sus fanáticas, era un encanto. Imaginaban
ellas al hombre atractivo, de telenovela, de cine clandestino.
Mi programa era lanzando al aire después de este, por consiguiente,
había que digerir la cantidad impresionante de llamadas telefónicas
solo interrumpidas cuando finalizaba una canción. De repente, el
hombre mira con ojos desencajados y expresa con fervor que una
auditora se encaminaba a la radio para conocerlo. La fanática le
habría expresado estar enamorada y ardía en ansias por abrazarlo.
El locutor me volvió a mirar. Tengo la impresión que, de tantos
halagos, por curiosa razón, se sentía hermoso. Y salí del estudio
de transmisión con escalofrío. Volví solo cuando inicié mi
programa. La sala de locución estaba vacía, había silencio de
sepulcro nunca antes percibido.
Si recordamos al escritor español, Benito Pérez Galdós, en novela
Marianela (1878), nos damos cuenta que él confronta imagen y sonido.
El desenlace de esta creación literaria expone un trágico final
para la niña pobre y de escasa belleza que cuidaba de un muchacho
ciego, de alcurnia, y que iba a recobrar la vista.
Es decir, la voz permite dar rienda a la imaginación, llevarla,
hacerla pasear por hermosos sitios fuera, por cierto, de toda
realidad. Y he aquí una pregunta : ¿qué es realidad?. ¿La
realidad es cuerpo o es voz?.
Lo cierto es que la voz, el sonido, gana batallas. Y hay quienes
recibieron este buen regalo en un mal envase y a la inversa. Pero hay
otra verdad: hay voces que irritan, que llaman al odio, que
descontrolan a los humanos.
Y a estas ni siquiera hay que indagarles cuerpos. Son la misma
barbarie.
ALBERTINA MANSILLA MANSILLA
ResponderEliminarMuy hermosa la crónica que escribiste, realmente me dejó inquieta, pensativa, hay un dejo de misterio
en las voces nocturnas, en la oscuridad, sólo se escuchan voces, de los náufragos, quizás de los moribundos,
o de los que conversan con los fantasmas.
Recibe un saludo
Albertina Mansilla 2018,
En lunes, 1 de enero de 2018 12:49:11 GMT-3
Santiago de Chile.-
Certera tu voz, Carlos Amador. Extraes parte de ese misterio que, por pertenecer a un fenómeno natural y cotidiano, reparamos escasamente en él. Hace diez años, desde Galicia, recibí un CD llamado "Sons da terra" (sonidos de la tierra), en el que se grabaron variadas manifestaciones sonoras: voces de campesinos (as) y marineros (as), en sus faenas particulares; poemas recitados en las plazas; cantos de aves; murmullos del agua, del viento; ruidos y compases de faenas laborales... Quizá por eso se la música el arte más enigmático, esa vibración que algunos relacionan (pretenden relacionar) con el vibrato universal que sería "la voz de Dios", si es que hay un dios que habla desde la inmensidad del cosmos. Muy buena crónica. Un abrazo, compañero, y los mejores deseos para el 2018. (Edmundo Moure)
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