Escribe Carlos Amador
Marchant
“Anhista”, primer libro del poeta chileno exiliado en
Suecia, Oliver Welden, es como escena
juvenil viva, que se asemeja, además, a
viejo filme en blanco y negro siempre visto en salas donde la historia salta.
La fuerza y poder poético de Welden, con certeza, comienza
desde “Perro del amor”, cinco años después (1970). Los poemas escritos en
“Anhista”, en excelente formato de época (Talleres Arancibia, Hnos. Santiago de
Chile, 1965), nunca pasaron por mis manos, salvo uno o dos versos que rescaté
de periódicos antiguos. Pero ahora lo tengo gracias al propio autor que lo hizo
llegar con gentileza. No son muchos los que tienen este texto. Algunos dicen
haberlo visto en ferias de viejos, posiblemente a precio ínfimo. Es el final de
muchos poemarios acorralados por años.
Hay que hacer notar, hay que recalcar, que el autor editó la obra cuando recién se
encumbraba a una edad entre quince y
dieciocho años. Demasiado temprano,
donde la inexperiencia, por lo general, tiende a hacernos una mala jugada. Pero
de la historia no podemos huir, más aún cuando hay una búsqueda de consecuencia:
“Pecado, no. Audacia, sí”, es lo que me dice el poeta en una breve dedicatoria.
Y es verdad. En la Academia Literaria del Instituto Pedagógico de la
Universidad de Chile, junto a una crítica profunda y descarnada de sus
integrantes, muchos de los cuales en la actualidad son destacados hombres de
letras en el mundo, Welden junto a otros incipientes poetas de la época se sometieron
a los dichos. En la interesante entrevista que el autor me concede el año 2008
para la Revista Extramuros83, al referirse al tema, expresa: “En la Academia Literaria del Instituto Pedagógico de la
Universidad de Chile, donde estudiaba, y que era dirigida por Ariel Dorfman y
Ronald Kay, entre otros, quienes me aconsejaron, después de leer el manuscrito
de Anhista, que esperara un tiempo para su publicación. Es que en esa Academia
de 1965 estaban, por ejemplo, Gonzalo Millán, Jaime Gómez Rogers, Pablo Guíñez,
Jorge Etcheverry, Bernardo Subercaseaux, Franklin Martínez (lamento que se me
escapen otros nombres importantes). Mi ingenuidad me hizo desestimar esos
consejos. No obstante, ese primer librito mío tuvo una generosa acogida
–cautelosa, pero generosa acogida- de parte de críticos como Hernán Loyola,
Hernán del Solar, Carlos René Correa y Agustín Muñoz Vergara.
Situándonos más allá de la explicación de Welden, pienso que
esa “generosa” acogida tuvo por misión única hallar, soslayar, descubrir, a un
hombre talentoso. Si bien la obra muestra confusión de ismos y palabras un
tanto gastadas, además de ciertos problemas de unidad temática, se encuentra,
se logra percibir al pensador profundo. Welden comienza férreo desde “Perro del
amor”. Pero ¿cómo logra en cinco años posteriores dar un vuelco definitivo,
poderoso a su poética, situándolo, joven aún, como un referente de la nueva
poesía chilena?
Cuando dialogaba en Arica en la década del 70 en los
pasillos de la ex Universidad de Chile, Oliver hacía alusión al “no
apresuramiento” en temas de publicación. Él, por cierto, por ese entonces,
había aprendido fielmente la lección. Pero una cosa es aprender la lección y
otra avergonzarse. Debo decir en torno a esto, que me siento halagado de
recibir este texto, donde se percibe no sólo la limpieza del autor, sino
también la valentía por compartir una obra de pubertad que da inicio a su
carrera tronchada por la dictadura chilena.
En “Anhista” se ve todo lo que un joven quiere decir en
poesía: amor, soledad, traición, muerte. Sobre esta última rescato los
siguientes versos: “Mira cómo mi carne cae, hecha pedazos,/sobre el negro fango
de tu hedor.” Y este otro que se llama “Pensamiento”: “Cráneo que estorba./
Huesos que pesan./……Cuerpo decapitado./Se estaría mejor..”
El poeta Roberto Meza Fuentes es quien le abre las puertas
en este mundo de letras. Pero al mismo tiempo le permite importantes contactos.
Hay un acercamiento entre ambos. Los une el mundo de la dirigencia. Welden dice
al respecto: “Yo sentía una gran admiración por Roberto Meza Fuentes, no
sólo como poeta sino, además, por su historia de dirigente estudiantil en los
años 20, yo era Presidente del Centro de Alumnos del Liceo Lastarria -entre
1963 y 1964- y él se interesaba por esas cosas; como director de la Revista
Juventud; como relegado a la isla Más Afuera del Archipiélago de Juan Fernández
durante la dictadura de Ibáñez (por los años 1927 y 28). Eventos de
proporciones míticas para mí y que, en la realidad, lo fueron. Yo lo visitaba
cada vez que podía, cuando iba al centro de Santiago. Don Roberto me acogió y
se interesó por Anhista. Me presentó a Braulio Arenas, que siempre me trató con
mucha simpatía y un curioso respeto, siendo tanto mayor, y Meza Fuentes me
abrió la puerta hacia Neruda, que me obsequió algunos libros –dedicados- y
muchas bellas palabras. En cuanto a mis tempranas lecturas de poesía chilena
era Neruda a quien yo leía. ¿Cómo no? Antes, a través de mi abuela Graciela,
aprendí de Gabriela. En los años de Liceo descubrí a De Rokha y a Huidobro.
Luego vino la revelación de La Pieza Oscura de Lihn y Contra la Muerte de
Rojas. Los más cercanos a mí, en cuanto a amistad y por la admiración que yo
sentía por su obra, fueron Gonzalo Millán desde 1963, Ariel Santibáñez desde
1967 (secuestrado y desaparecido en 1974) y Omar Lara desde 1968. Poetas de
verdad, seres humanos de verdad, hombres buenísimos, maestros de la amistad. “
Estos libros viejos, iniciáticos, tienden
a retrotraernos. Incluso sirven para mirarnos. Desde acá observamos, palpamos,
nuestra evolución. Tienden a crucificarnos a veces. Si hay valentía y mucha
fuerza, es probable lo conservemos como algo decorativo en el armario. Hay quienes
rompen textos antiguos. Tratan de desprenderse de ellos como un gran pecado. El
problema es que siempre aparecen, siempre están en algún sitio. Son como
esponjas que salen a superficie. Y frente a este escenario es mejor afrontar.
Welden lo hace, y lo hace bien. Me envía el libro; este libro que quizás
siempre lo iba a leer como referencia curricular, en título, en tan complicado
título, ése que costó tanto saber si se trataba del nombre de alguna muchacha o
era palabra inventada por el autor. Finalmente se supo (en el mismo 1965) que
provenía de un término más bien médico, que tiene que ver con oftalmología.
Aquí está la visión, el ojo, lo
distendido.
Es el nombre que elige el poeta para dar
inicio a esa obra juvenil. El amor desgarrado, traicionado, vivido intensamente
y que es puesto en escena con elementos como el mar, el velero, la luna, las
olas, el naufragio. Es un poema largo, más de cien versos. Por Dios, cómo se
escribe en etapas juveniles.
El Oliver Welden que estampa su firma
definitiva desde “Perro del amor”, es otro. Aquí se apodera la síntesis, el borroneo. En él no tiene
cabida lo innecesario. Así lo demostró también en “Fábulas Ocultas” (2006);
“Oscura Palabra” (2011) y “Los poemas de Suecia” (2014).
No sé si lo dije alguna vez, pero me
aprendí de memoria desde la década del 70 varios poemas de este autor. Creo que
uno de éstos le tiene reservado la gloria eterna. Me refiero a “Advertencia”
(de “Perro del amor): “Érase un hombre solo,/demasiado solo…….”Falleció/la
primavera recién pasada;/al cajón le ajustaron las manillas por dentro/para que
esa mañana/se condujera solo al cementerio.”
Insisto mi agradecimiento a Welden por
este regalo, este “no pecado, esta sí audacia”. Me ha proporcionado el
privilegio de conocerlo más, de palpar y paladear evoluciones de mundo, de existencia, de lo circundante.
CAM.- 5 de julio de 2015, Valparaíso.
gracias por compartir estos versos primeros de ANHIESTA, primeros en la vida de un jóven pero escritos con la madurez adulta de un escritor maduro. gracias
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ResponderEliminarPerdon.
ResponderEliminarErrores... Gracias por presentarme este Joven intenso.
Gracias
Alejandra.
Que hermoso que ellos te sirvieran de algún modo y éxito
ResponderEliminarMi papá fue uno de estos escritores y poetas 📝📚
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