En repetidas ocasiones he planteado
que en el mundo actual, es decir, en el que se vive AHORA, se ha
puesto de moda la mitomanía. Acoplé, ante esta tendencia, la
expresión “vilipendio” como herramienta para hacer a un lado al
contrincante. Existiendo tantas otras formas más gallardas para tal
o cual ejecución, se ha venido utilizando este artilugio y, lo peor,
viene dando buenos y nefastos resultados: la gente de bien, honrada,
comienza sagazmente a ser marginada, hasta dejarlas morir producto de
la ignominia.
Es decir, ya no se mata a balazos
(aunque este método sigue existiendo) y se usa un “mecanismo más
eficaz”: la mentira, el desprestigio. Curiosamente quienes utilizan
estas “armas letales”, son personas que hablan muy rápido y no
se detienen ante nada; todo pareciera que lo solucionan con una
palabra y un gesto. También existen los pausados, aunque en ambos,
se les detecta por las miradas: son escurridizas.
Estos personajes se introducen en
instituciones de toda índole. Son cientos, son miles. Se arriman al
poder, donde está, por cierto, el dinero, para perpetrar sus
fechorías. Junto al tema de la credibilidad, cabe preguntarse
cuántos inocentes han sido pisoteados, y cuánto malhechor vive la
vida de rey.
Surge otra pregunta: ¿cómo detener a
este personaje?. La respuesta es clara: “hay que desactivarlo”,
como cuando se desactiva una bomba. De lo contrario ésta
explosionará y dejará muchos muertos y malheridos.
Aquellos mitómanos son repudiables,
sin duda. Escupirle el rostro pareciera ser lo mínimo. Sin embargo,
lo más certero será desactivarlo, dejarlo en ridículo con verdades
absolutas. La consigna ha de ser “no dejar avanzar a la plaga”,
no dejar que se expanda por el mundo.
Escrito en 27 de abril de 2018 por Carlos Amador Marchant
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