Escribe Carlos Amador Marchant
Mi
afición al cine en etapa primaria no tuvo que ver con aquellos que
se sientan a la mesa a contar historias de artistas, vidas, medidas
corporales, no. Más bien tiene que ver con el muchacho que se
sentaba en galerías (siguiendo las peripecias de un chico pobre)
para deleitarse con el buen cine viniera del lugar que sea, para
gozarlo.
Al
paso de muchos años, me percaté que gustaba de películas en blanco
y negro. Al comienzo no supe el por qué de esa preferencia. Luego
entendí que desde ellas podía digerir mejor la exposición de la
alegría, la exposición del sufrimiento. Curiosamente, el color me
robaba esas sensaciones.
Entre
innumerables filmes de la primera mitad del siglo 20, los
protagonizados por Bette Davis, a quien ya identificaba por aquellos
ojos terriblemente decidores, los mismos que, en la década del 80,
dieron motivo para esa hermosa canción denominada “The Bette Davis
eyes”, cantada por Kim
Carnes,
eran mis preferidos.
Davis,
fallecida en 1989 de un cáncer a las mamas, no alcanzó a superar
los 81 años. Junto a su muerte, tengo la firme impresión, perdimos
el talento de una mujer entregada por entero al denominado Séptimo
Arte.
¿Qué
hubo en esos ojos,?, me consulté un día. Es la pregunta que muchos
se hicieron. Puedo dar un solo argumento: hablaban. Si hubiese
actuado en cine mudo, aquellos gestos, aquellos ojos, irían a la
cabecera del lenguaje del silencio.
Esta
mujer bajita, ágil, que hablaba con fuerza gallarda, siempre, o casi
siempre, interpretó personajes perversos, de esos que terminamos
odiando una vez culminado el filme.
Los
artistas, sin duda, son buscados para personificar. Pero estos se
encargan de aceptar, o no. Creo estar seguro que, ella, gozaba
haciendo eso.
Pero,
estamos en pleno siglo 21, más específicamente, en la primera
veintena de este; y me inquieta el motivo de
traerla
a mi crónica. ¿Tendrá que ver con que me estoy haciendo viejo?.
¿Tiene que ver con el deseo de revivir lo que fue y ya no es?. Lo
concreto es que Bette, nombre
adoptado por la novela “La prima Bette” (1846) del escritor
francés, Honoré de Balzac, y
quien alcanzó a participar en cerca de cien rodajes recibiendo
innumerables reconocimientos,
era,
de acuerdo a sus cercanos, la antítesis de sus personificaciones:
terriblemente risueña, agradable, y defensora absoluta de la
justicia.
Reviso
fotos de la década del treinta del siglo 20 y
quedo sordo, mudo, burbujeante. Era, fue, es, la mujer menudita, la
mujer de ojos grandes, llamativos, pícaros. Y digo “es”, porque
ella no ha muerto. Está en las películas de época, están sus
manos
estampadas
en lugares de fama, está en entrevistas diversas, hablando. Es
decir, tal
vez nadie muere, tal vez la muerte sea solo una mentira.
Ella,
después
de todo,
es un ejemplo de
lo que expreso.
Cualquiera
que me lea podrá decir
que hablo como un enamorado. Pero no. Más
bien hablo con la fineza, con la entrañable “envidia” hacia
quienes tuvieron la suerte de alternar con la Davis. Y, aunque está
claro que “el sol se admira mejor de lejos”, sigo hurgueteando
archivos, los diversos programas de la cibernética, a ver si me
encuentro con más películas de esta mujer de
no
más de un metro sesenta, pero cuya estatura fue tan grande que
alcanzó altas montañas, las, incluso, jamás escaladas.
Fíjense
ustedes que al repasar “La Loba”, estrenada en 1941, filme
que tomo como referente, grafico a una Davis, siempre perdedora. Si
bien es cierto hay “maldades ganadoras”, en este caso
ella personificaba la maldad ingenua, aquella que culminaba víctima
de sus propias y estrafalarias felonías.
En
“Los ojos de Bette Davis”, canción que suena ya como un clásico
y que acompaña cuando camino por avenidas, están los sabores y los
aromas de esa época dorada del cine, de aquel cine en blanco y
negro, donde se trabajaba y se transpiraba. Y me dejo llevar por su
ritmo y entorno, besando
un pasado que logra, a la larga, ser presente, y viceversa.
Amo a esta mujer indomable, auténtica, singular. Gracias por traerla a la memoria cercana, de un domingo lleno de presagios inquietantes.
ResponderEliminarExcelente relato sobre la Davis, la extraordinaria actriz que impregnaba de un carácter de mucha fuerza a sus personajes...
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