Escribe Carlos Amador Marchant
Se
me antoja pensar en la orilla de ese océano que baña los pies de
Chile. Y frente a este escenario voy (retorno) al 27 de febrero del
año 2010, día que el suelo territorial estremeció sus ejes.
Estoy
precisamente en esta fecha del calendario, sólo que de 2014,
recordando, a cuatro años, este feroz golpe de la naturaleza. Hay
cientos y miles de cosas que narrar al paso de 48 meses, más allá,
por cierto, de edificios caídos, de puentes, de carreteras y las
quinientas mil viviendas que quedaron destrozadas. Esto sólo
hablando de lo material. ¿Y lo humano?: ¡¡Sobre quinientos
muertos!!!. Atroz.
En
estos momentos recorro la ahora apacible costa de Navidad
y Matanza, localidades de la Sexta Región de Chile. Concordemos que
éstas no son aguas quietas, que aquí se practica el surf. que
llegan delegaciones de jóvenes a hurguetear las grandes olas. Pero
los tsunamis son más que eso. Traen sorpresas y el avance de olas
agresivas, feroces. En este caso superaron los cinco metros de
alturas y salieron playa afuera más de doscientos . Si el terremoto
del 2010 fue en la madrugada, en la oscuridad, con una duración de 3
minutos en algunos sitios y en otros hasta seis, imaginemos el pánico
de la población, sobre todo en zonas costeras. Hay que hacer
notar que el movimiento telúrico del 2010 se encuentra ubicado en el
octavo lugar de los más grandes, superado por el de Valdivia en
1960, con 1.665 fallecimientos y una potencia de 9.5 grados. La
cantidad de muertos hace cuatro años sufrió más tarde una serie de
imprecisiones en sus cifras. Pareciera que a los gobiernos de turno
les encanta minimizar la tragedia. La pregunta es: ¿para qué?.
Finalmente el número se estableció en 525 cadáveres identificados.
Los damnificados, en cambio, superó la cifra de dos millones de
personas.
Lo
que logramos ver en la prensa nacional y mundial fue catastrófico.
Edificios completos caídos. Puentes, carreteras cortadas. Y por
parte del tsunami, que se produjo treinta y cinco minutos después
del terremoto, fueron muestras asombrosas de embarcaciones gigantes
metidas, incrustadas, en ciudades. Por cierto la violencia de estos
fenómenos las podemos ver en videos, por internet, pero quienes
mejor conocen de estos castigos de la naturaleza son los mismos
protagonistas.
En
mi poesía de juventud, por allá, por la década del 80 del
siglo 20, siempre expuse mi amor al mar. Lo sigo haciendo.
Pero a la vez, en versos de ese tiempo, expongo en forma directa ese
pánico por la noche marina, ese miedo de poner un pie en sus aguas
oscuras. Imagino, frente a este panorama, el pavor de aquéllos que
no se dieron cuenta cuando el mar, violento, entró por sus ventanas.
No hubo nada, no hubo aviso. Nadie, en ese momento, fue alertado.
La
violencia de un terremoto nocturno de esa magnitud, más el posterior
tsunami, viene siendo como la irrupción de seres diabólicos y
armados abriéndose pasos a golpes de botas y gritos por la puerta de
tu casa. Sólo que se trata de la naturaleza, la más poderosa de
todos los seres, la que actúa sin decir una palabra, pero que
advierte situaciones que muchas veces son anómalas por parte de los
humanos. Aun así me pregunto cómo los hombres, frente a este
monstruo que se levanta, de repente, con furia, es capaz de
desafiarlo construyendo grandes ciudades, destruyendo entornos,
salpicando erosiones, contaminando a boca abierta.
Lean
con minuciosidad estos datos: “Según
científicos de la NASA,
se produjo un cambio en la rotación del planeta haciendo el día más
corto en 1,26 microsegundos e
inclinó el eje
terrestre en
2,7 milisegundos
de arco,
equivalente a 8 centímetros. Estudios que utilizaron sistemas
de posicionamiento global calcularon
que la ciudad de Concepción se movió 3,04 m hacia el oeste
producto del terremoto, mientras que en Santiago el desplazamiento
fue cercano a 27,7 cm; incluso, Buenos Aires se desplazó 4 cm
al poniente, aún cuando se ubica a más de 1.300 km de distancia del
epicentro, y se registraron movimientos en zonas tan alejadas como
las islas
Malvinas y
la ciudad brasileña de Fortaleza”.
Nada más que decir para graficar las dimensiones de este fenómeno.
Sin
embargo, hay otras cosas que sí debemos tener en cuenta. Al margen
de Indonesia, cabe hacer notar que Chile tiene una de las mayores
cadenas volcánicas a lo largo de su territorio, alcanzando una cifra
aproximada a los dos mil volcanes, de los cuales quinientos podrían
considerarse activos (geológicamente) y una cifra de sesenta son
monitoreados con datos históricos.
Si
seguimos recabando información podemos darnos cuenta que hay
volcanes que son considerados inactivos desde el holoceno, lo que da
a entender que, supuestamente, muchos podrían estar viviendo en
“territorio seguro”. Por lo menos es lo que observamos, ya que
bastantes poblados se desarrollan a ras de volcanes tanto en sur,
centro y norte chileno. Aunque, a decir verdad, las “hormigas
humanas” tienen estas mismas prácticas en diversos espacios del
orbe.
Al
paso de años, y de acuerdo a información que retiene la población,
se ha generado una especie de psicosis colectiva, sobre todo en
sitios costeros, donde la gente sin esperar información radial o
callejera toma sus pertenencias y huye a lugares más altos de su
hábitat. Esto nos reseña que el último tsunamis dejó marcas
profundas en los chilenos. Y cómo no, si los errores se sucedieron
unos a otros en los momentos del sismo. Y, hay que decirlo, las
muertes, la cantidad de ellas, fueron agudizadas por la inoperancia
de los servicios a cargo de socorrer y alertar a los habitantes.
2010
fue el año en que el territorio chileno se estremeció, se retorció,
desde la octava hasta la zona central del país. Y dejó a trasluz ,
insisto, mucha irresponsabilidad en servicios que deben tener en
resguardo a la población
Con
cuatro años de diferencia, esta crónica recuerda, enfatiza. Pero
¿dónde están los que sobrevivieron?. ¿Qué hacen?. ¿Cómo han
superado esa presión mental?.
Lo
que interesa en este momento es el tema de los adelantos tecnológicos
y cómo pueden o deben estar al servicio del hombre. Y en este caso
estuvieron muy lejos.
Cabe
hacer notar una anécdota de comienzos del siglo 20. El terremoto de
Valparaíso de 1906 me provoca una contradicción en cuanto a la
forma de información y a la recepción de ésta. En la oportunidad,
el capitán Arturo Middleton, jefe de la Oficina
Meteorológica de la Armada, y basándose en anteriores estudios del
Capitán de Marina Mercante, Alfred J. Cooper, mediante nota enviada
a El Mercurio de Valparaíso, alertó seis días antes a la población
sobre un posible movimiento telúrico de grandes proporciones. Sin
embargo, la información no tuvo gran acogida. De haber sido distinto
se habría evitado cientos y miles de muertos.
Chile
es un país de terremotos. Al momento de culminar esta crónica
tiembla en la zona norte del país. Fuertes temblores con réplicas
nos traen anuncios funestos de años anteriores.
Lo
concreto es que la gente con tanto ir y venir, con tanta desgracia
histórica, quiere resguardarse por sus propios medios. Ya no cree en
dimes y diretes de gobiernos de turno. Y compra velas y linternas. Y
observa el mar constantemente. No quiere, por ningún motivo, volver
a sentir al océano, al mismo demonio, entrar por sus ventanas a las
tres de la mañana.
Escrito
el 27 de febrero de 2014
me asombra leer la crónica y ver como en la realidad, chile se duerme con alerta de tsunami y movimientos telúricos de mas de 8 grados Ritcher...la vida es un alerta contínuo, los desastres naturales se acentúan más y más en la realidad de la humanidad, un país tras otro, e una región tras otra, diferentes catástrofes se manifiestan en este, nuestro planeta, la tierra. el escritor, hombre contemporáneo, testigo ocular de este y otros hechos, no duerme, sino que con su escrito, su pluma, su palabra, registra los hechos reales de su entorno. Bien Hecho!!!!!
ResponderEliminarCómo no recordar mi querido amigo Don Carlos, el funesto 2010, donde compartimos la alerta de tsunami, ante el sismo del cambio de mando de Piñera, que hizo un gobierno de cuatro años tan destructor como los dos terremotos y tsunami juntos, y que nos valió la segunda exoneración,(luego de la de Pinochet), en el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Ahora nos hermana además este terremoto 8.2 que azotó a Iquique y Arica, nuestras ciudades natales, en nuestro querido Norte desértico. Como siempre, su palabra poética me llega al alma. Reciba un abrazo y afectuoso saludo.
ResponderEliminarAterradora realidad, si no dormir garantizara seguridad y ahuyentara el peligro y la inercia de la naturaleza, nos arrancaríamos las pestañas como dicen por ahí para mantenernos despiertos.
ResponderEliminarDios nos ampare, esto le puede pasar a cualquier nación no importa que tanto poder económico ostente. La reflexión sería bíblica: en lo que dependa de nosotros estar en paz con todos.
Gracias por compartirlo.
Alma Santana
República Dominicana