La ambivalencia aparece como la muerte cuando seres, cualquiera de
nosotros, quedan sorprendidos por acontecimientos diarios. En otras
palabras, la confusión se hace cargo de envolvernos. ¿O negro o
blanco? Cualquiera puede ser como opción, pero de ninguna manera
podemos conformarnos con la ambigüedad.
Desde tiempos inmemoriales siempre preferí lo selecto, lo
portentoso.- Es decir, antes que un estadio repleto donde nadie se
escucha, opté por un espacio donde la palabra, la fluidez y la
cordura, se entendieran. Sin embargo, esta aseveración en ningún
caso debe tomarse como “excluyente”, muy por el contrario,
siempre he estado a favor de la inclusión total en temas de
relevancia social, por ejemplo.
Pero en el asunto de la ambivalencia me sigue golpeando el cerebro
esta especie de nulidad en la certeza, esta especie de estupidez en
que incurren los humanos casi de forma constante. En muchas
ocasiones, en muchas crónicas y reflexiones he hecho hincapié sobre
este tema. En una de estas, incluso, recuerdo, puse como ejemplo, el
viejo caballo “Ruibarbo” del cuento de Guillermo Blanco, Premio
Nacional de Periodismo (Chile), quien ponía de manifiesto el “error
de intuición” de ciertos animales. A Ruibarbo tratan de salvarlo
para que no lo lleven al matadero. Lo sacan del establo, lejos, muy
lejos, para que escape, y sin embargo él, al ser liberado, retorna
al sitio de donde lo sacaron. Estos errores me calan hondo, me
sofocan, me alertan sobre donde estamos.
Y la ambivalencia tiene costos, y son costos altos. Porque este
proceso no permite dar paso a la intuición, y de ahí los costos.
A diario he pensado si es más importante la cantidad a la calidad, y
sin pecar de ambivalente, he optado por la segunda opción, porque,
en millones de casos, esta no es masiva. No puedo, en consecuencia,
dar cabida a las dos.
Entonces me revuelco esperando que los, él, humano, deje la
estupidez y se consagre de una vez por todas a la razón. Es que no
se puede seguir permitiendo que lo malo sea igual a bueno, que lo
verde sea similar a rojo, lo limpio a sucio, lo alto a bajo, lo fiero
a manso. Por lo menos se debe, debemos, rayar la cancha, y darnos el
tiempo de entender que existen diferencias notorias, que el mundo
debe cambiar para bien, que la mediocridad a que nos ha conducido la
ambivalencia debe culminar, y que este globo terráqueo no debe
derrumbarse por los malhechores.
Escrito por Carlos Amador Marchant, en 10 de junio de 2017 (Valparaíso)
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