Escribe
Carlos Amador Marchant
Recién
comenzamos a abrir la puerta del año 2017 y entran como palomas
hambrientas rumores, son rumores, como la antiquísima canción que
interpretaba Antonio Prieto, el iquiqueño. Los mismos tienden a
confundir a la población. Siempre ha existido esta tendencia.
Confundir a la población es algo nato, en el sentido negativo. En
política a la gente les imponen candidatos. Los medios confabulan.
¡Qué atroz!. En las artes, ni hablar. En el deporte, ni hablar. El
mundo ha cometido el grave error de llegar donde está en las
condiciones en que está. Sálvese quien pueda, parece ser la
consigna. Pero no todos están mal. Pareciera que hay quienes aún no
reciben las inmensas olas de este tsunami. Cuando eso ocurra, porque
el tsunami violentamente mojará a todos, entenderán recién por qué
hay quienes escriben en un estilo que pareciera emanar resentimiento
social. Pero no es así.
Escribir
como lo estoy haciendo en este momento desde las 7 de la mañana en
sábado 7 de enero de este 2017, es decir, donde los 7 saltan como
pulgas, me parece demasiada coincidencia.
Lo
cierto es que este 7 me anda siguiendo. Un 27 de diciembre del año
que recién se nos fue (2016), en un kiosco de revistas divisé
“Condorito” y lo compré. ¿Qué tiene de especial este hecho?.
Nada tiene de especial más allá de una tradición familiar que me
inculcaron en el desierto. Lo cierto, y lo curioso, es que empecé a
conocerlo, precisamente, a los 7 años de edad.
Condorito,
el personaje, la revista, siempre estuvo en casa en épocas
navideñas. Tengo la impresión que era el regalo que más
sobresalía. Esa nostalgia rediviva fue la que sentí en la calle y
me llevé el ejemplar por largas avenidas de Valparaíso.
Las
historietas del pajarraco me atrajeron eternas. Ocurre que su
creador, René
Ríos Boettiger, más conocido como Pepo (1911-2000),
impregnó su agilidad de entorno y no sé si acá está Chile
completo o está el mundo completo con sus costumbres cuotidianas.
Hay de todo. La familia diversa del cóndor, me extasió de por
vida.
Esta
revista como muestrario individual surge en el momento que llego (yo)
al mundo, es decir, en 1955. De ahí hacia adelante miles y miles de
chistes, de anécdotas donde no están ausentes Garganta de Lata,
Coné, Ungenio, don Chuma, Yayita y sus padres, el che Copete,
Washington. Algunos fueron desapareciendo al paso del tiempo: el
Fonola, el Titicaco, por nombrar algunos.
Dentro
de un país donde todo se imita, Condorito viene siendo la antítesis
de esta forma tan lesa de nuestros conciudadanos. Y aun cuando nunca
estuve de acuerdo de
situar al
cóndor como uno de nuestros símbolos nacionales, estoy seguro que
Pepo hubiese inventado a cualquier otro personaje de acuerdo a la
disposición existente.
Hay
algo en esta revista que me ha seguido por años. Tiene
que
ver
con hacernos sentir más chilenos dentro de nuestra propia
idiosincrasia. Sin embargo, Condorito se fue a otras latitudes, a
otros países, y ahí el concepto de personaje nacional deja de
existir para transformarse en transnacional.
Cuando
compré este ejemplar del Condorito, el hombre del kiosco, es decir,
un muchacho de metro ochenta que no sé cómo cabe dentro de ese
pequeño reducto, me miró entre asustado y alegre. La venta de un
Condorito debe ser sinónimo de alegría. En otras palabras, es casi
una revista selecta.
Olí
esta publicación y sentí ese aroma perdido de tantos años, ese
olor a tinta de imprenta, a hojas recién imprimidas. Y me subí a un
microbús que decía 507, sin darme cuenta que había vuelto a mi
etapa primaria del desierto, de ese perdido y lejano Iquique.
escrito en 7 de enero de 2017-Valparaíso.-
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